domingo, 27 de marzo de 2011

La elefanta asesina


La elefanta asesina

Corría el año 1980: Uno de los paseos habituales par la época, era la visita de La basílica de Luján.
Invariablemente, todos los benditos años , nos veíamos atraídos por el influjo popular en este recorrido pseudo-creyente. Mis padres o familiares allegados, compraban largas velas amarillas a los mercaderes próximos de la iglesia, los depositaban en una de las cajas del atrio, tocaban la pila bautismal, en señal de la cruz. Y ahí terminaba todo el rito redencionista del año. El resto de los souvenirs obligados, que acompañaban a tamaño acto de fé: Un imán de la virgen , con la frase “ papá, no corras” ( sé que suena inverosímil, pero es verdad), una virgen de unos veinte centímetros ( que se le cargaba agua “bendita” por la cabeza), y algún que otro objeto aleatorio temático.
Estos dispositivos, debían ser renovados cada año. No sé en virtud de qué contrato de adhesión. Creo, que en virtud de la vaga ilusión de encontrarse con salud, y libre de todo accidente en la temporada en curso, que lo hacían.
Afortunadamente para nosotros los chicos, que participábamos de estos paseos, el paso por la basílica era solo un trámite menor. Nuestra atención estaba cifrada en los juegos y virtual distracciones que todo paseo favorece.
El periplo había comenzado mal. Pensado para ser recorrido por dos familias, en dos vehículos. A última hora la camioneta de mi padre, un rastrojero celeste , se empacó, como era habitual en estos vehículos en las mañanas de invierno. A la postre le bajaría el pulgar definitivamente, en reemplazo de una Ranchero.
No queriendo frustrarse la salida, no dispusimos a partir ocho personas en el Taunus de mi tío Benito. Mis padres, mis tíos mi hermana y mis dos primos menores.
Atrás dejábamos las ganas de ir en la caja de la camioneta, tan divertida para los chicos. El piso, recubierto de migas de pan seco, producto del transporte de panificados, que hacían imposible sostenerse en el lugar. Las ventanas corredizas laterales, ideales para arrojar proyectiles de panes duros… De cualquier forma, esta solución de última hora, tenía su atractivo también. Viajábamos apiñados, unos encima de otros, con el fin de no suspender la visita.
En estas salidas, normalmente el destino gastronómico sería resuelto por alguna parrilla como las que brinda , el casco céntrico de el pueblo, cercano a la basílica. Esta vez, a instancias de mi tío Benito, el destino sería otro. Había escuchado de boca de allegados, las bonanzas de un restaurant de origen francés, llamado “ leu Vive”, atendido, por unas monjas extranjeras. Nos dirigimos al lugar y arribamos, en el punto de inflexión de donde se decide si atender o nó, por el horario retrasado de ingreso. Pero mi tío sabía sortear a la perfección estos inconvenientes. Tenía la broma justa para desarticular cualquier negativa de índole administrativa, con el guiño de su ojo.
Una vez dispuestos con el menú en la mano, recuerdo ver la cara de asombro de mis padres por lo “ salado” del menú a la carté. Mi viejo comiendo su habitual bife de chorizo, la sopa infaltable de mi hermana menor, y los consabidos berrinches de mis dos primos “ Ariel” y “ Carlitos”, pidiendo a “ troche y moche” platos de los cuales nunca probarían bocado.. Justamente por no probar bocado, es que corrían libremente por los pasillos abovedados de la particular estructura, profiriendo gritos y alaridos al percatarse del eco sobreviniente. Las monjas se acercaban y hacían señal de silencio, como si el establecimiento fuese una dependencia del clérigo o hubiese que observar silencio…
Salvado este trance inicial, partimos par la segunda etapa obligatoria que era la visita a la Iglesia. No tengo recuerdos precisos del acontecimiento. Un poco por desinterés, otro poco por intranscendente, lo cierto es que nuestro recorrido simplificado, era una simple circulación por el recinto, para verificar que todo seguía allí como hace siglos..
Lo que sí fue trascendente fue la visita al Zoológico libre de Cuttini, en la vecina Rodriguez, camino de regreso a Buenos Aires. Para el momento, (y a pesar de las deficiencias más adelante en enunciarse) era una experiencia cool . Traída de las nuevas tendencias mundiales en trato animal en cautiverio, pero con el tono local, del empresario de la fauna devenido en entrepteneur.
Hoy muchas de las historias del afamado “ Jurassic Park” del subdesarrollo, se encuentran en la categoría de mitos urbanos o leyendas. Esta es una de esas anécdotas “ felices “, que se pueden contar a las distancia, y en las que no se encuentran, miembros cercenados, animales sacrificados o vidas que lamentar..
Jorge Cuttini, era un empresario del entretenimiento, que había montado un zoológico diferenciado. Ofrecía experiencias de contacto real con animales de las diversas faunas, a los que el mismo participaba animadamente en las visitas. El predio, convenientemente dispuesto para visitas grupales, nos recibía en la tranquila tarde de un lunes de invierno. Dimos las vueltas de rigor por el parque para observar a los animales in situ, para comprobar rápidamente que el atractivo estaba al promediar el camino de la entrada y unas tiendas desparramadas para los visitantes
Ñandúes merodeaban el lugar, junto con asnos, pavos y llamas. Estas últimas eran peligrosas por sus acometidos escupitajos al rostro.
El resto, un par de leones desvalídos, tirados al sol, unos monos en jaula, y nada más..
Lo que sí llamaba la atención era un elefante con el pies estaqueado por una cadena gruesa, en un descampado próximo. Inmediatamente percatados de su presencia fuimos a su encuentro inocentemente mi primo Carlitos de cinco años y yo, de unos doce a la fecha.
La gracia, era darle de comer en la boca al elefante que mediante su trompa iba sorbiendo una a una las galletas provistas por la administración.
Una vez terminado el suministro de los bizcochos, nos quedamos frente al elefante, en espera quizás del debido agradecimiento.
No fue lo que sucedió.
Estiró su prensil trompa imprevistamente, y en un movimiento certero y abrazador, vi desaparecer a mi primo de mi lado.
La siguiente escena, parecía sacada de película de terror.
La ensañada elefanta lo había dispuesto entre sus patas para rematar al infante.
Con sus torpes y estaqueados pies infería pisotones al piso intentando acertar a la cucaracha que le había negado más galletas..
Carlitos no emitía sonido, tal vez en su corta edad, pensaba que ese era un truco habitual..
Yo que era un grandote boludo, advertí que la maniobra era premeditada, reaccionando rápidamente.
Lo agarré de sus piernas, al tiempo que al retirarlo, una de las patas de la elefanta le trababa su pantalón arremangado en la disputa extraccionista.
Lo que siguió fue los mayores agarrándose la cabeza, la disculpa de Cuttini explicando el “ estrés de elefante”, y cediendo gentilmente otros “ tickets de ingreso”, para otra visita.
Al año siguiente, esa misma elefanta, sorprendería con el mismo ardid a una mujer provocándole la muerte.
La localidad de Luján le revocaría la licencia, y zoológico y presentador mudarían su show al partido de la Matanza.
Ya en este nuevo lugar , otro episodio vería la luz de los titulares periodísticos: un hombre, perdía su brazo, arrancado por un oso desde su precaria jaula.
La década del noventa lo vió deambular por los programas de “ Sofovich” en concurso de su habitual patetismo ecologista.
Lo que nadie sabe hasta ahora, son estas líneas de relato del incidente tan particular.
Que convenientemente denominan “ Precuela”, en el ámbito cinematográfico.
Pero que para nosotros, fue una desgracia “ con suerte”, en virtud de los acontecimiento posteriores…

Esteban Silva

1 comentario:

  1. Esteban, cómo va? Mi nombre es Tomás Morrison. Soy periodista y me gustaría poder contactarte para hacerte un par de consultas sobre esta anécdota. Mi mail es tomasmorrison1@gmail.com

    Muchas gracias y disculpa la molestia!

    ResponderEliminar