domingo, 27 de marzo de 2011

Mis abuelos maternos




Mis abuelos maternos

En contraposición de la calma dicha de mis abuelos paternos, los de parte de mi madre, tenían en su haber un prolongado cisma . Separados desde antes de la década del 50´, no tuvieron ni quisieron tener contacto entre sí, evitándose incluso para el casamiento de sus dos hijos. Desaveniencias conyugales, los habían separado tempranamente, confiando el cuidado de sus dos hijos en manos de una naná familiar a cargo de sus abuelos paternos. Al fallecimiento de estos, el destino que decidió un juez de menores fue que el mayor estaría a cargo de su padre, y la menor,mi mamá, a cargo de una institución de menores. La vida disipada de su madre, en esos tempranos años, dió suficientes motivos para negarle la tutela. Un encuentro desafortunado en horas de la mañana, mientras uno era convocado para la firma de un boletín de calificaciones, y la otra coincidía de la vuelta del Tabaris con un hombre en sus brazos, provocó una descomunal golpiza ,de la que mi abuelo no salió indemne, sangre de por medio, su destino fue una temporada de seis meses en la cárcel de Devoto. Divididos entre dos aguas, visitaban al padre de la mano de su abuela postiza “ La Lala “, a la vez que eran visitados en la institución religiosa “ Sagrado Corazón de Jesús”, un interno de pupilas en la calle Lautaro y Junta. Los tres años anteriores, de relativa calma, al cuidado de su abuelo materno, fue un oasis en sus vidas. Una regia casa en Apolinario Figueroa 1488, los recibía, en un ámbito muy distinto al que los padres le habrían ofrecido. De familia pudiente para la época, había sido un mayorista de carnes en el mercado central, de ascendencia milanesa, les proporcionó una instrucción privilegiada, que incluía profesores, ama de llaves y continuos viajes a Europa. Pero a la altura de los acontecimientos, tempranamente viudo de su primer matrimonio , incursionaba en amoríos, como el que le proporcionaba una renombrada escultora por el momento. Por desaprobación y rebeldía, su hija se casaba con uno de sus carniceros en contrapartida, un calabrés de la zona de Cosenza Italia. De esa relación tortuosa surgió el engendro. A pesar de sostener la empresa de los aquerenciados desde el exterior, proveyéndolos de comercios para su explotación, una temprana vocación hípica del por entonces,mi protoabuelo, hacía naufragar todos los emprendimientos del suegro. A esto se sumaba las diferencias culturales que reinaban en la pareja, un hijo fallecido en los primeros meses de vida, la nula aptitud de mi abuela para los quehaceres domésticos, vicios adquiridos durante la relajada vida de soltera. Para cuando nosotros tomábamos conocimiento de nuestros abuelos, hablo de mi hermana y mis primas, ellos estaban distanciados ya hace 20 años, sin que ninguna noticia mediase entre las partes. Supimos de su existencia paulativamente, como entes separados. Nuestra abuela Matilde nos visitaba frecuentemente en nuestros domicilios, que aprovechando de la partida incluía la visita protocolar a cierto número de parientes cercanos a sus hijos. En un acuerdo tácito, nuestro abuelo Gerardo sabido de esta afluencia, nunca nos visitaría en su existencia. Quizás abrumado por aquel hecho primigenio que dio origen a su temporada en las sombras.. De cualquier forma, su autoexilio aún en la misma casa en que acontecieron los hechos, se veía mitigado por visitas de su hijo varón “ Cacho “, que se mantenía en contacto a pesar de la poca retribución a cambio. Los días domingo mi tío nos arrastraba a la casa de su progenitor, y sostenía una charla con él que por lo general redundaba en temas de índole administrativo. Pagaba el alquiler de la pieza, y se cercioraba que tuviese las cosas necesarias para su subsistencia. Nuestro abuelo Gerardo , nos recibía con alegría, sus ojos empapados en lágrimas, quizás advertido de la pérdida de cariño a lo que lo llevó su desgraciada vida. A nuestra llegada nos recibía con caramelos de coco y alfajores Guaymallén de dulce de leche blancos,lo recuerdo, porque la escena se repitió por años. En su cocina hervía agua en una olla, depositaria de unos fideos espaguetti , que comía al “ aceite “, con el agregado de ají puta parió, que tenía en su huerta. Más de una vez salimos de la visita con los ojos hinchados por refregarnos en el pimiento. Este ciclo al que hago referencia transcurrió a lo largo de nuestra infancia, mi abuelo no sería partícipe de cumpleaños, navidades, ni eventos de ningún tipo . Fue una vida triste la de mi abuelo, ahora que lo pienso… Mediado los años 80, en los primeros vestigios, de insuficiencia en su vida cotidiana, mi tío providencio su estadía en un instituto geriátrico en La zona de Devoto. Como todo cambio, se asume por parte de los hijos, que este segmento, será el último hasta la partida de el individuo. En esta etapa mi mamá retomo con más frecuencia la relación con su padre. En una de las visitas, le propuso ser visitado por su ex mujer perdida en el discurrir de toda una vida, a lo que el preguntó: No vendrá a hacerme quilombo no?. Luego de pensarlo profundamente aceptó la propuesta. Ya mi abuela había dado el sí a mi madre de visitarlo en esa institución. Se marcó una fecha, y se les informó escuetamente a las enfermeras del evento. Una vez el día, mi mamá llegó de la mano de su madre al acordado encuentro, los presentó, y se hizo a un lado para permitirles la intimidad necesaria. En un rincón sentados del salón, se tomaron de la mano en silencio, y con lágrimas en los ojos, se dieron un beso.

Esteban Silva

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