domingo, 27 de marzo de 2011

Visita inesperada en Kagoshima




Allá por el año 1992, después de haber trabajado por toda la temporada anterior en una línea de montaje en Tokyo, las calificaciones otorgadas a la finalización del contrato laboral arrojaban el siguiente saldo: Esteban Silva, Kumitate engine, “ A “, lo que quería decir, “ Enchó”, o prolongación del contrato , al modo nuestro. Mi mujer para entonces una nippobrasilera, Mutsumi Nakaiê : “ D “, “ Damé “ o mal simplemente, negando rotundamente la extensión de cualquier vínculo con la empresa. Su resistencia a observar las normas japonesas, como la obligatoriedad del casco en todo sector de la fábrica, el retraso al sector del trabajo una vez accionada la alarma de aviso, la continuidad en apurar las últimas pitadas ya en condición de trabajo, hicieron de su continuidad una empresa frustrada. Por eso, a pesar de mi buena calificación, sería restringido el beneficio de la moradía, en la condición dada a “ matrimonios “. El complejo, un edificio exclusivamente designado para los “ guest Workers”, ( Trabajadores Convidados ), era una moderna tira de departamentos en cuatro pisos con circulación horizontal, a modo de corredor, donde se disponían unos minúsculos monoambientes de Pvc inyectados, equipados convenientemente del confort necesario. En su interior, parejas de distintos países llevaban su exilio voluntario por algún tiempo. Principalmente peruanos y bolivianos, pero también los había de Filipina, Bangladesh, Indonesia, y una pareja argentina de Oberá, Misiones además de quien les habla. Desestimando inicialmente la incursión en un alquiler por las cercanías, para sostener por lo menos mi puesto del trabajo, nos decidimos por un cambio de ambiente, inscribiéndonos preventivamente en una contratista. El empleador de turno nos ofrecía un trabajo para parejas en la lejana localidad de Kagoshima, extremo septentrional del Japón, próximo a la isla de Okinawa. Una coincidencia con la ascendencia materna de mi mujer, en la región, nos decidió intuitivamente, en el emprendimiento del viaje, a pesar de que varios integrantes de su familia habían regresado a Japón, ninguno lo había hecho a ese lugar tan dislocado de los centros urbanos y de su casi imposible , inserción en el mercado laboral. A pesar de esta premisa leve en consideración , nos dispusimos a viajar al distante territorio, con el embalo propio de una aventura. Nuestro vuelo al último archipiélago continental me pareció breve, aunque, austero. El servicio de cabotaje disponía de únicamente la opción “ Kojji or Ti”, a los que respondí “ Kojji, with Yugar, plis”. A nuestra llegada, un amable nippon, nos recibió en el aeropuerto de Kansai, recientemente inaugurado en una aeroisla de la península de Hon-Shu, Subidos a un Toyota “ Cressida “, nos dirigimos ya ganada la noche, para nuestros aposentos. El viaje transcurrió, conversación animada mediante, de la coincidencia de factores aleatorios que derivaron en la vuelta a sus orígenes de un familiar directo de sangre nativa. A la llegada a las oficinas de la contratista, el japonés no hesitó en poner a disposición el teléfono para hacer una llamada internacional a Brasil, para despejar cualquier incertidumbre del viaje interviniendo incluso en la conversación con occidente, en la variante dialéctica del Kagoshimés con la progenitora de la nikkei ( segunda generación de japoneses ). Tras la entusiasta charla , nos llevó a un restaurant de las cercanías, no si antes, relatar, los episodios recientes a cuanto poblador se acercase. Pidió platos a la usanza, lo más parecido a la cocina internacional que obtuvo del menú oriental. Nos depositó en un albergue temporal, solo por esa noche, con el objetivo de a la mañana siguiente, conducirnos debidamente a la firma acertada. Una vez ya dispuestos en la cama ,prestes a dormir, sonó el timbre de la habitación; era el japonés con un tremendo pedo a base de saque, fruto del entusiasmo coincidental del que había sido partícipe y parte. Nos conminó a ir a un Karaoke, para proseguir, con la concatenada sucesión de eventos, dada la inminente y desfavorable situación de precariedad en la que estábamos , continuamos el periplo nocturno. Al día siguiente en horas laborales, estábamos a disposición de un matadero de pollos, “ Tori-Niku-Co”, subsidiaria de la firma Kentuchy Fried Chicken, la afamada cadena de nuggets americana. A pesar de lo distinto que era a un trabajo tradicional al que estuviésemos acostumbrados, el primer año transcurrió apasiblemente sin contratiempos. La empresa avícola, estaba emplazada en un bucólico paisaje rural, bordeado de plantaciones de té verde y arrozales. Por la ruta, tan solo un par de líneas unían a esta parada accidental, con la Ciudad de Kagoshima Centro, Nagano o cualquier otra cercana. Las personas que trabajaban, eran lugareños cuentapropistas, de pequeñas plantaciones de arroz, unidos en distintas cooperativas locales. Mayormente personas de mediana edad o viejos, que usufructuaban sus años remanentes ,superponiendo el rédito del salario, a lo percibido por el gobierno en sus jubilaciones. Era raro encontrar jóvenes en plena capacidad productiva ejerciendo en la procesadora, solamente se encontraban alguno que otro en administración o jerárquicos de carrera, de baja calificación. Nagano-San, era uno de ellos, un soltero empedernido, que párea de compañía local, dedicaba su tiempo libre a la ayuda de los extranjeros. En su área , era Soku-Chó, una tercer línea de jefe, el escalafón más bajo por esos lugares. Al paso del tiempo y enterado de la circunstancia fortuita, del desembarco ocasional de una “ Okinawense “, se propuso gentilmente, la búsqueda de los familiares ascendentes en la región. No le fué difícil obtener las pistas necesarias para deparar prontamente con dos tíos abuelos de mi mujer que residían convenientemente a solo 30 minutos de distancia .Hizo los arreglos para que un domingo los visitásemos de improviso, sin contactarse con antelación, para proveer al encuentro de mayor espontaneidad. Una vez en el domicilio, dos sorprendidos abuelitos de unos 90 años nos recibían en la puerta de su casa, no sin antes advertir, de parte de abuela a su marido: “ te dije, que había soñado esta mañana, que nos visitaban una mujer japonesa de cabellera rubia, y un extranjero alto”. Dichas afirmaciones se correspondían en un 100 % con nuestra descripción, máxime lo difícil que es encontrar por estos parajes tal combinación de coincidencias. Pasado el estupor del comienzo nos recibieron formalmente, lo que es una costumbre arraigada en el Japón ancestral y actual. Nagano.San había dispuesto en la sala, un trípode con una cámara de video, para registrar la totalidad de la tertulia. Los anfitriones creyeron conveniente ordenar por delivery, un brunch , que se correspondiese con lo excepcional de la ocasión. A la media hora, recibían el pedido, en ordenadas bandejas circulares, superpuestas unas con otras, de plástico negro, con interior rojo. Una vez ordenadas en la tabla baja del centro de la sala ,sentados al modo tradicional sobre nuestras piernas ,introduciendo levemente la punta de mis rodillas por debajo del borde de la mesa, pude apreciar la delicada, variedad ornamental de sushis, oneguiris, temakis, norimakis, que excedían a las claras, un simple cálculo de distribución para los allí presentes. Aún con un año en esas tierras, desprovisto del snobismso posterior de la culinaria oriental, corriendo el año 92, podría afirmar que nunca había puesto un pedazo de pescado crudo en mi boca. Advertido del desplante que sería no probar bocado, me incliné por ingerir uno de los más inofensivos . En su mayoría de Maguró ( atún crudo ), ika ( calamar crudo), ebi ( langostino crudo ), caviar rojo de bolitas grandes como arvejas, unaguis ( anguilas), Takó ( Pulpo pero crudo), dejando pocas opciones de elección a la vista. Pero afortunadamente uno de los temakis (bocadito ovalado de arroz), tenía adosado en su lomo de un inocuo trocito de omelette, que los orientales cocinan en sartenes cuadradas y luego trozan en forma de tiritas. Era el indicado para salvar el despecho providencial que hubiese provocado ante una negativa de ingesta. Decidido lo mastiqué frugalmente, para inmediato percibir que su interior estaba relleno con lo que no miento, el tamaño de una uva, en Wasabi!!!. Una mezcla de ardor, Nauseas y dolor craneal nunca antes experimentado, me conmovió instantáneamente. En mi desesperación con mi boca tapada con una de las manos hice señas para que me providenciasen agua. En la mesa solo había, “ O Chá “, un té verde caliente, como bosta de caballo filtrada. Atrapado por las piernas entumecidas debajo de la mesa ratona, proferí un proverbial rodillazo al conjunto, al salir deseperado para la boca del baño, volcando sopas, tés , salsa de soja, y todo líquido que pudiese derramarse al cuidado tatami de esterillas de juncos. Para peor de males, quedó registrado en VHS el episodio.
Esteban Silva

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