Cuentos de Familia

Arrancá Manolo

Mi viejo era un saltimbanqui del vehículo automotor, cambiaba de auto cada dos años promedio aproximadamente. Eso como período largo, porque hubo veces que lo cambio dos veces, en el transcurso de los 365 días. A espacios regulares de cuatro años adquiría un cero kilometro, o un modelo muy cercano al mismo. Por temporadas se encaprichaba con las marcas, en sus inicios había sido fanático de los gordini, y en una progresión lógica le siguió el Renault 4l, y posteriormente el Renault 12, este último comprado en sociedad con Consuelo, su socia en una panadería allá por el año 1975. En Materia de utilitarios, para ese año confió en Fiat para el reparto de su panificación, a la que después de un par de años reemplazo por un Rastrojero Diesel con pocos años, para deparar finalmente en un Rastrojero cero Km color celeste 1979, a la postre, último modelo lanzado por la firma nacional. El Renault 12 color naranja adquirido en sociedad, duró un par de años, bajo un acuerdo tácito de sesión y disponibilidad, como un tiempo compartido, pero de a dos. El acuerdo galeico prosperó bajo la bonanza inicial de toda sociedad en sus comienzos. Enceres eran comprados por duplicado para una y otra familia, y hasta hubo una vacación conjunta bancada por “ la sociedad” a Mar del Plata . Pero eso fue en los comienzos… después de un tiempo, cada parte veía en la otra , lo injustificado del propósito en la alternancia. Es ahí, que mi viejo emprendió una larga carrera de compra – venta de rodados. A menudo los 0 Km a un tiempo, eran moneda de cambio para el sostenimiento de sus emprendimientos comerciales, por lo general , ventas de panaderías a plazo fijo, con inflaciones catastróficas. Una combinación fatal , para licuar los activos, y en las que mi viejo, nunca tomó la debida nota. También una vuelta dos Citroën 0km, fueron torrados, en la construcción de la casa de Cervantes, cuando la inclusión de la losa radiante, y la escalera de virapiró, sobrepasaron el despreparado presupuesto inicial. Era en esos períodos de entreguerras, que mi viejo incursionaba en el terreno de las batatas. A pesar de tener el vehículo utilitario de turno a su disposición, ya sin sociedad, su motivación por entonces era “ levantar” a los vehículos que adquiría, acondicionándolos a su manera convenientemente. En tal empresa, pintó un Fairlane color rojo, y mandó a hacer sus tapizados y techo de color blanco, en otra oportunidad pintó un Ford Falcon 72, color amarillo patito, que fue el estupor de la familia a su regreso del chapista. En el otro extremo estaba mi abuelo Benito, progenitor del pontevedrés, que es la base de este relato. El no modificaba de marca, la suya era Ford, en el modelo top de su Línea. Así vimos pasar los modelos de Falcon en su versión Futura y posteriormente Sprint,al que mi abuelo había solicitado de fábrica sin sus adornos laterales. Al fin de la producción del afamado vehículo de “ Tareas “, pasó a las huestes del Sierra en su versión Xr4, y a pesar de que en una oportunidad le fué sustraída debido a lo destacado del modelo, insistió posteriormente con el linaje del mismo. Todas sus compras, a diferencia de mi viejo, procedían de un concesionario llamado “ Chivilcoy “, sito en la calle homónima, del que mi abuelo confiaba todas sus operaciones entregando el rodado usado en parte de pago , y simplificando en una sola etapa la operación. A pesar de proceder del mismo terruño, los ibéricos tenían dos maneras muy distintas de actuar. Mi papá confiaba más en sus dotes de sacrificio, lo llevasen inexorablemente a la prosperidad de sus negocios, en cierto punto tenía un optimismo infundado, que desconocía los ciclos económicos del mercado. Mi abuelo, a pesar de su semialfabetismo, disponía convenientemente de sus activos, y no hesitaba en liquidarlos, cuando la opinión de personas de su entorno, del Centro de Industriales de panaderos, le aconsejaban o advertían del cambio de un ciclo. Era un hombre de acción , en lo que respecta a sus bienes, nunca se comprometía a financiar algo, si de esta operación le demandase un óbolo , hacía valer su poder de compra ,contante y sonante, del bolsillo derecho de su pantalón. Tampoco se desesperaba ante una negativa, ni pronunciaba un regateo. Era hosco , mi abuelo Benito. Mi viejo era todo lo contrario, en materia comercial…Pero volviendo al caso de los automotores, todo este perfil hístórico , no alteraba en lo más mínimo el espíritu gitanesco, que lo embargaba en sus decisiones. Por eso pasaron Fiat 600 un par, una Kombi, un Ford Taunus, Varios modelos de Falcon, un Lada, un Renault 11 de las épocas del 1 a 1, un Volswagen Carat comprado a la viuda de un familiar fallecido, una Ford Courier devengada a plazo, que fue secuestrada por acción judicial,al incumplimiento de cuotas y restituída posteriormente previo pago del “ embargo “, y otra cantidad no determinada de modelos que estuvieron en sus manos por poquísimo tiempo, y no vale la pena citar. Pero al que sí me quiero referir , fue al Torino Gran Coupé, que mi viejo compró, promediando los años 80”. A la algarabía inicial, le siguió un largo trajín para la tentativa de obtención de la transferencia, los números del motor estaban adulterados y no se correspondían con los del Chasis, trascartón luego de un par de días ,se evidenció que el mismo estaba en las “ diez de últimas” y se hacía imposible su rodaje. Dicha cadena de eventos no iba a pasar inadvertida para mi vieja, y dejar indemne a mi viejo. Ya había sido advertido convenientemente de lo delicado que era tratar con ese mecánico conocido de la infancia, célebre Tránsfuga, y con rumores de casos con la Justicia Penal. Hasta entonces, nunca había visto carajear tanto a mi vieja…. Habían resuelto a pesar del infortunio, hacer el motor, y malvenderlo a algún gitano, que advertido del evento, sabría seguramente de poner precio al “episodio”. Por eso una vez pasado este traspié iniciático, con el auto ya en condiciones, mi viejo creyó oportuno “ estrenarlo”, en una primer salida familiar que incluyese a la madre de mi mamá, la abuela Matilde… La sexageneria, nos frecuentaba temporalmente una vez al mes, incluyendo en su raid , sendas visitas a la peluquería y a la casa de su otro hijo, Cacho. Una vez escalpelada convenientemente de su magro pecunio por sus nietos, en particular quién les habla, retornaba a su oriunda Valentín Alsina, calle Farrel, no sin antes de resarcirse de la eventualidad con su hijo Antonio. Mi abuela , vale aclarar, no poseía una gran visión. Había sido operada por los 70”de cataratas, sin grandes éxitos. Usaba unos culos de botellas, que apenas le hacían la vida posible, dudando en varias oportunidades si ver con ellos, o sin, le alterasen en algo el panorama. Daba pasos estudiados, a menudo a tientas, y tenía la vista perdida en ocasiones, lo que me recordaba a la ceguera de Borges. Alentada por el paseo familiar, fue conminada a dirigirse al bólido para emprender la marcha triunfal. La puerta larga de la coupé estaba abierta en su totalidad, descubriendo un cómodo vano de 2 metros entre los asientos traseros y los bancos reclinados del frente. El Torino era enorme, disponía de un espacio interior digno de una carroza. Acomodar a la vieja con sus dos nietos, no sería inconveniente. A tal efecto estaba previsto su inclusión en la parte posterior secundada de sus nietos. Se acercó al rodado, bajó su tocado platinado , inclinándose raudamente para ingresar al interior del mismo. Una mala maniobra de cálculo, la depositó pesadamente de culo, en el mismísimo piso del vehículo ,en el vano que hay entre las dos tandas de asientos. Tal vez por no querer atrasar la partida, y aún con dolor de tujes, provocado por el aterrizaje forzoso, profirió : “ Arrancá Manolo, que estoy bien.”