Cuentos de Panadería

Leonardo Britos o simplemente “ Brito “

Una de las características de las panaderías en los inicios de la década del 70”, era la elevada injerencia de la sindicalidad en los “ asuntos” patronales. Como en cualquier actividad industrial, la época estaba signada, por la impronta justicialista del gobierno. A instancia de experiencias previas, sobretodo de mediado de los 50, los gallegos habían tomado nota debidamente, de enfrentar directamente al aparato peronista. Por tal motivo la inclusión “ de prepo “ de un operario sindicalizado por plantel, era tolerado estudiadamente por estos. Distintas agrupaciones regionalizadas, proveían los denominados “ Changadores”, en varios rubros, pero sobretodo, lo hacían en las categorías más bajas, del oficio de panadero, nadie confiaba la producción de su empresa o algún puesto sensible, a uno de estos “ sátrapas”, que por lo general trabajaban “ a reglamento”, cumpliendo con lo mínimo exigible por el convenio del Sindicato. Su labor, siempre complementaria, difícilmente recalase en sectores críticos como el amasado, la cocción, o la pastelería. Ayudantes de cuarta por antonomasia , venían munidos de un papel que exhibían orgullosamente, por lo general una retribución a su jornal, que estaba sobrevaluado en un 30 % al menos de lo normal del mercado laboral. La cuadrilla que producía el pan, estaba compuesta por el “ Maestro “, que era el responsable directo por las cantidades y especificaciones de la panadería, actuaba en sintonía con el patrón, y era su hombre de confianza. Muchas veces cumplía esta función por las tardes y en la madrugada lo hacía como cocinero, puesto, al que también se lo denomina de “ maestro”. Otras veces alguna de estas funciones era cumplida por el dueño del establecimiento, dependiendo de su disposición o conveniencia, dado que la función directa del patrón era la de la distribución del pan y manejo del dinero. El otro lugar, era ocupado por el “ maquinista” o “ alcanzador “, siendo la persona que uniendo los bollos que salían de la máquina prensadora ,los alcanzaba en una maniobra sincronizada y repetitiva al Estibador. Este último, lo distribuía a intervalos regulares, en una tela denominada “tendillo” a lo largo y a lo ancho de una tabla paralela a la boca de expendio. Las tablas con el pan, se apilaban a una altura regular, y luego se cubrían para esperar la fermentación previa a la cocción. Dicho conjunto, se lo arrinconaba provisoriamente contra una de las paredes del recinto de fabricación, llamado “ cuadra”, por lo general de proporciones cuadradas, con una lucarna en el techo vidriada con rejas de aspersión en sus lados, destinadas a cortar el proceso de leve, y a su vez escurrir los vahos del cocinado. Lo establecido para la jornada, por reglamento sindical era las “ 10 “ bolsas, 4 horas, o lo que ocurriese primero, como en los services de un modelo 0km de la actualidad, algunos de estos changadores observaban, a rajatabla esta “ norma “, y no era raro verlos camino a las duchas, aún antes de finalizado el partido. Para la época, pleno auge de las panaderías, había cuadrillas de 4 y 5 hombres, también, que convenientemente se distribuían en dos y en tres plazas de establecimientos cercanos. Algunos de ellos residían precariamente en las panaderías, obteniendo todo el alimento de ellas y reservando sus ahorros para el sostenimiento de sus dos familias. Era común verlos dormir encima de las bolsas de harina, en una sala próxima a la cuadra, en pilas de 4 o 5 metros escalonadas hasta el techo. Un ejemplo de ello era “ Juancito “, oriundo de Benavidez, de uniformado pantalón de gimnasia como única prenda visible, asiduo comprador del Diario popular en sus dos versiones, analfabeto funcional, alguna vez indagado al respecto de su compulsiva manía inconducente, afirmó hacerlo “ por los números de la quiniela “, sin ahondar en detalles.. Otro de los integrantes era “ Víctor”, un pastelero de Berazategui que oficiaba en la titularidad, de las delicias confitadas del establecimiento, de aspecto cuidado, muy a lo Sandro para la época, era el único que había podido despegarse un poco de la media habitual del sector, llegando a adquirir por entonces un Fiat 600, vehículo aunque básico, impensado por el proletariado del trigo. De maestro cocinero estaba “ Don Alfredo”, un correntino “ leal” de la patronal. Sirvió alternadamente a lo largo de 20 años a mi padre y abuelo con estricta observancia los horarios y las formas . De chico, llamaba mi atención, ofertándome una sandía, helado, coca cola o cualquier cosa que fuese de mi agrado ,a lo que luego de mi afirmativa, respondía escueta e invariablemente: “ NO HAY”. Creo haberme jugado repetidas veces la pesada broma…Hubo muchos empleados a lo largo de la historia, que participaron confraternalmente con la familia. La elevada jornada laboral, el patrón que por lo general vivía en la residencia de la panadería, hacían de la convivencia, una premisa básica para el desarrollo de una buena relación. La prosperidad de aquellos años, si bien, que no lo debidamente repartida, redundaba en oportunidades de trabajos, que aprovechados convenientemente y con sacrificio, redituaban sus frutos. Pero desafortunadamente, no es el caso que voy a relatar a continuación. Leonardo Britos, era un Desproporcionado entrerriano de características singulares. De estructura fornida, poseía una altura alta para el común de los allí reunidos. Un pelo renegrido, y una barba hirsuta profusa adornaban su rostro campechano y hosco al mismo tiempo. De tez morena, exhibía un lomo ancho que remataba en dos grandes bíceps. De pies descalzos en lo común, era el calco del increíble Hulk, en la versión vernácula, mezcla de aborigen Mataco y Caboverdiano. Tal vez por eso , la troupe de Karadagian , “ Titanes en el Ring “,se interesó en sus servicios, al paso de un tiempo, exhibía sus dotes con el personaje “ El Vickingo “, no sé de que iluminado cerebro salió la idea de un vickingo negro, quizás por la falta de candidatos, o simplemente la oportunidad hicieron posible el arribo al cuadrilátero del mesopotámico. Lo malo de la breve fama, es que potenció el común denominador de la “ otra “ troupe en las lides etílicas. Los panaderos en cuestión tenían una amplia fama , bien ganada de borrachos, a caballo de su largas temporadas fuera de la familia, la resistencia de la carga laboral, o simplemente de gusto nomás. En una de las vueltas de sus match, a los que asistíamos por televisión en canal 11, se presentó en horas de la noche con una visible curda. Al día siguiente indigestado le comunico a mi abuela en una media lengua apenas entendible, que no podría trabajar debido al episodio “ gástrico “. Después de unos días regresó, con una cicatriz horrible en su estómago,a su paso por el hospital. Esta vez sí pudo explicar, con la prótesis dentaria en su sitio, lo infortunado de la ingesta, del odontológico artilugio.

Esteban Silva