sábado, 30 de julio de 2011

Depende.

Depende.


Depende. La lenta agonía del pasado se hiergue en ocasiones. Reclama su voz silenciada en el tiempo. Está en uno oír sus reclamos; atender sus súplicas.
Quizá lo nuevo construido sea para siempre. Y el nuevo paradigma que se instala firme en la conciencia, destruya lo andado.
Tal vez, la trampa elíptica del recuerdo se apodere del carácter débil, ahuyentando la dicha.
Dilemas. Vivir coaccionado por el fantasma del otro . Subyugar su aliento estéril por el resto de las horas.
Ardua tarea enfrenta quien tiene, por único adalid su esperanza.

Esteban Silva

miércoles, 27 de julio de 2011

Des- Mistificador de Mitos Mitocondriales

Des- Mistificador de Mitos Mitocondriales

Los mitos mitocondriales son los asuntos de lo profundo del

corazón. Frecuentemente las personas que se aquejan de este mal sentimental, acuden a un ente profesional para su ayuda.
Es fácil ver sus anuncios en revistas de la farándula. En diarios populares o de divulgación gratuita. Se anuncian como: “ destrabadores de males” ,“ desatanudos” y una cantidad diversa de denominaciones.
Pero el Des mistificador es la “ especialización” dentro de la especialidad.
Oye atentamente la historia que aqueja a su paciente, y da su veredicto. Sabe discernir el mito amoroso del recuerdo estéril. La pasión trunca del retoño fértil.
Su consejo es certero y desinteresado.
Pero no todas las personas están preparadas para él. Para sorber de su pócima amarga, tan llena de verdades conspicuas y corrosivas.
Por eso, quién se somete a su parecer debe acatar sus determinaciones.
Como la persona que tras un tratamiento ortodoxo de medicina recurre a uno alternativo. Es el final de la línea.
Su tratamiento, es un completo plan a seguir. Frecuentemente veta extensas relaciones en las que no ve futuro. Dicta el perfil exacto de la persona compatible. La fecha indicada del inicio de relación y su duración aproximada.
No es un brujo, ni nada que se le parezca.
Lejos del azar y la improvisación, se vale de complejos cálculos de estadísticas y probabilidades. En su sesión inicial, carga en su programa todas las relaciones anteriores de una persona, junto a un extenso cuestionario de satisfacción.
Es verdad , empero, que emplea métodos no probados para establecer los lapsos temporarios favorables para la concreción de la nueva pareja.
Pero de la duración y expectativas afines del incordio, no tiene dudas.
En sí, el programa original se exploró confiadamente en los casinos de Las Vegas, para el juego de máquinas tragamonedas y otros artilugios electrónicos.
Su desarrollo estuvo a cargo de un pool de casinos “ cartelizados” con el objetivo de minimizar las pérdidas. Con el tiempo, el programa se filtro al ámbito de los apostadores.
Expertos en el tema, cuentan que su desarrollo insumió millones de dólares.
Ingresadas las variantes, el programa daba un análisis acertado de las posibilidades de obtener beneficios en las apuestas. El tiempo necesario para obtener el rinde, los puntos de inflexión dónde la apuesta es infructuosa, etcétera.
Lástima que los casinos advertían rápidamente cuando una persona operaba con una de estas maquinitas y lo reprendían de forma severa.
No quedó otra, que aggiornar el programa al ámbito de las relaciones humanas.
Había que amortizar la inversión, claro.

Esteban Silva

sábado, 23 de julio de 2011

Determinación





Determinación

Desata soledad enferma
al alba
Púrpura reclama sus brillos
en fragua
Harto de dolor
hastío e incomprensión
bebe sin reclamar
Y con su vista
nula de lágrimas contenidas
recita un verso en su nombre

Contempla
Hace suyo el horizonte
espera el flujo llegar
hacerse piel
escurrirse entre sus dedos

Y en ese instante fugaz
de vida en pugna
Un ave pasa
y se lleva su aliento
su deseo
y su tormento

Esteban Silva

viernes, 22 de julio de 2011

Amigo, No bardié




Amigo, No bardié

Día de semana. Rodriguez Peña y Marcelo T de Alvear, 14 hs aproximadamente.
Compro un pancho y una Coca en un kiosco próximo a la esquina.
Arribando a la conjunción de estas dos arterias, observo el siguiente acontecimiento.
Dos policías, de bicicleta, ordenaban a un hombre que se sentase en la vereda.
Yo, esperando que abra paso el semáforo, sigo los pasos atentamente a escasos metros.

- ¡ Las manos al frente! – Conminaba el policía ejerciendo presión lateralmente de manera preventiva. El reo, escasos treinta años, situación de calle a juzgar por el bolso en que trasladaba todas ( o sus pocas ) pertenencias.

- No me bardié amigo- Mientras escondía sus manos del cerrojo policial.

- No te hagas el loquito- Insinuaba escueto el policial.

- Sabé lo que pasa, papá. E que usted...- Acto seguido y de manera preventiva dos machetes de goma se ensañaban sin piedad contra la gorra de lana del infortunado.
Forcejeos. Pedido de refuerzos. Dos patrulleros arriban al lugar en minutos.

Yo que ya había cruzado la calle, observaba tranquilo desde el cantero que está frente al Palacio Pizzurno. Disfrutaba del escaso sol que se filtra por azimut de los edificios lindantes. No por eso, y lejos de intervenir, reflexionaba sobre ciertas conclusiones iniciales.
El joven ya con ambas esposas al frente, se lamentaba en llanto. De su cabeza manaba profusa sangre que se escurría detrás de él, junto a la pared.
Ahora, todos, esperaban por la asistencia médica que no demoraba en llegar a juzgar por la sirena atronadora del SAME a mitad de cuadra.
No había ( a simple vista ) víctimas lamentándose de algún crimen. Tampoco me pareció que un hombre de la calle que cargase con su bolso participase de un delito.
No lo sé.
Lo único que si observe, es la indefensión del desamparado.
La impunidad con que actúa el orden con alguien de la calle.
Que quizás quería ocupar un zaguán, garronear un pancho, o pedir unas monedas.

Incliné a 45º el cartón contenedor del pancho, canalizando el último bocado, consistente en papas fritas y algunos granos de choclo. Apuré un sorbo de bebida.
Y di por concluido el episodio castrense.

Esteban Silva

Tres cosas quedan




Tres cosas quedan

Despertar
de una fábula de aliento
hecha trizas
suspirando
pensando construir
algo
de estos escombros

A mi alrededor levanté
un castillo dónde refugiarnos
en vano
Huiste como una ráfaga de viento
como un insecto atrapado
quedé
al ver mi soledad
regurgitada

Desde siempre
estuve
como célula dormida
como volcán apagado
en busca de ignición

Por nombrarte
o por querer ser
parte de tu tiempo
Hoy sólo tengo las partes
de aquello
Un cuarzo, una foto, una cadena
Me recuerdan
tus misterios
tu rostro
y mi condena

Esteban Silva

martes, 19 de julio de 2011

¡ MARTINEZ !




¡ MARTINEZ!

Un hombre sentado en una sala de espera. Sus dos brazos apoyados prolijamente en sus muslos tomándose las rodillas. Los ojos que recorren los rincones del recinto, posándose en cada uno de los objetos que habitan el lugar.
En un acto reflejo, sus dedos toman vida ejecutando una melodía inaudible acompañada por movimientos silenciosos de los labios.
De repente cesa, tal como había comenzado. Se toma su tiempo, desde la base de su columna hasta su cuello ejerce una torsión que le provoca el estallido de sus vértebras. Se acomoda nuevamente decidido a enfrentar su turno.
Un arremangado del puño de su camisa deja observar el tiempo transcurrido en su muñeca izquierda.
Comienza nuevamente el recorrido visual deteniéndose en la anatomía de los pacientes que de tanto en tanto ocupan los sillones restantes.
Escucha el llamado de la secretaria con un apellido que no es el suyo. A pesar de ya haber transcurrido treinta minutos de su horario prefijado, su vez de ser atendido evidentemente se postergará a un paciente más.

Se reacomoda en su cubículo, exhalando un suspiro de aire. Afloja el nudo de su corbata y se desabrocha el primer botón de la camisa.
Ahora sí, posa su mirada en aquel revistero viejo, de revistas ajadas que había desestimado en un principio.
Toma la primera de ellas, sin tapa, en estado deplorable, la descarta.
Una segunda en aparente buen estado llama su atención. Una vista veraniega con personajes vernáculos. Enero del 2003.
Busca en el fondo del revistero por algo de su agrado.
Encuentra un memorándum del congreso de ortopedia y traumatología, prótesis y anclajes. Una revista de Yatch llamada :“ Tiempo de Velas”.
Dos revistas de golf a las que ni siquiera se detiene a leer una línea.
Cuando su búsqueda estaba por concluir, se topa con un ejemplar de “ Play Boy”. Un perceptible arqueado de su entrecejo, dejó entrever el interés repentino por el contenido del envío.

Una vez más se acomodó por enésima vez en el sillón con la revista entre sus manos. La espalda recta atrás, lo más alejada posible del escrutinio ajeno. Fue pasando cada una de sus páginas, deleitándose a cada paso con las imágenes que se les prendían a sus retinas.
Cuando llegó a un reportaje de su agrado, abrió relajadamente la revista despreocupándose de los demás. Cayó absorto al relato de una historia sobre “ héroes anónimos en Malvinas”, basada en un libro inglés.
- Martinez- se escuchó desde el consultorio del doctor.
-MARTINEZ- (nuevamente, asomándose el doctor a la sala de espera, como para reconocer su paciente).
Al segundo llamado, se levantó abruptamente de su lugar ,absorto por la lectura y aún con “su” revista en mano.
Si no fuese por el póster desplegable a tres páginas que se desprendió de ella aterrizando en el centro de la sala, lo habría acompañado al interior del consultorio…
Depositó raudo la revista en el revistero, y con un rubor violáceo de sus mejillas, finalmente ingreso a su consulta.

Esteban Silva

Hugo y Nela




Hugo y Nela

Allá por la década de setenta, mis padres compartían amistades con un variado número de parejas. Una de ellas , vecinos del barrio eran Hugo y Nela.
Al igual que nosotros, eran una familia con dos hijos. Uno varón el menor, y otra hija mujer de mi edad. Ambos iban a una escuela pública cercana de nuestro hogar.
Mis padres entonces, en plena etapa de expansión, disponían de poco tiempo para su esparcimiento. Por lo general, el domingo al mediodía almorzábamos en casa de mi abuelo, y por las noches en casa de amigos.
Hugo, era un corredor de bebidas alcohólicas de la firma Seagrams. Para entonces, era un puesto muy cotizado, que no sólo ofrecía un salario acorde, sino el prestigio de una empresa líder con derecho a regalías.
Mi padre, como buen tomador de vinos, se aconsejaba de Hugo para la compra de su cava. Aunque a decir verdad, su menú no variaba de una media docena de marcas probadas y del paladar del gallego. A saber: “ Don Valentín lacrado”, “ San Felipe”, “ Norton”, “Bianchi”, “Valderrobles” y “ Chianti”, un vino que venía envuelto en una camisa de mimbre y que comúnmente se colgaba en las cantinas junto a los jamones crudo.
Creo, que esa relación los unía. La de proveedor especializado.
Mi padre se permitía esos pequeños lujos. Era la época de los “ tiempos dorados”.
Para entonces también lo proveían de cigarrillos importados. Provisión que recalaba invariablemente cada dos semanas en un Ford Falcón de origen “ dudoso” a nuestro domicilio.
Claro, más allá de este vínculo comercial, otras cosas unían a las familias. Mi mamá era amiga de su mujer, y normalmente los más chicos compartíamos las tardes juntos.
Ellos, vivían en un departamento al fondo. Una casa muy vieja y maltratada.
Lejos de incomodarse por estas dificultades y a pesar del buen momento económico que sobrellevaban, no disponían nada de su peculio para el arreglo de sus comodidades.
Yo que era chico, distinguía plenamente el ámbito de esta casa, a la de otras a las que estaba acostumbrado. Su desidia y suciedad eran más que evidente.
El baño, tenía toda todas las baldosas flojas y quebradas. Cómo si una reparación de sus cañerías hubiese sido hecha, y nunca se hubiesen recolocado el piso. El inodoro antiguo y desvencijado junto al bidet obsoleto lleno de prendas en remojo.
La cocina, amarillenta, acomodaba una gran mesada de cemento coloreado. Por debajo de ella, cortinas plásticas de motivos florales, ocultaban todos los trastes del incordio.
Muebles antiguos de los más oriundos orígenes vestían el espacio circundante.
El cuarto de Hugo y Nela, lo recuerdo, dominaba uno de los extremos de la casa chorizo, rematando el complejo. En el centro de la escena, la cama matrimonial apoyada ( sin patas ) en cuatro columnas de ceniceros. Unos pesados bloques de cerámica vitrificada, que la firma “ Olds Smugler” le proveía como souvenirs para sus clientes.
El patio leimotiv de este ámbito tan peculiar, estaba en la entrada lindante con el pasillo.
Un damero de cuadrados en diagonal, con un conjunto de sillones redondos de hierro con tiras tensadas de goma multicolor, que eran la “ maravilla” del arte pop en los setenta. Una parrilla a la usanza, algunas macetas desmotivadas, en fin lo usual.
Muchas de estas falencias arquitectónicas, a decir verdad, las juzgo desde la perspectiva actual. En aquel tiempo, formaban parte del folclore acostumbrado para esa residencia. Como la legión de cucarachas que pululaban por la cocina, o la rata de albañal que a tiempos regulares asomaba su hocico por uno de los desagues.
Nada de estos inconvenientes mellaba la amistad que ambas familias trababan en su cotidianeidad. Los adultos, solían armar grandes juegos de baraja hasta altas hora de la madrugada. Nosotros, los chicos, dábamos rienda suelta a nuestra algarabía no teniendo freno al descontrol o maltrato, debido al despreocupado comportamiento de los dueños de casa.
Yo, jugaba con su hijo menor, pateando penales dentro del cuarto.
Mi hermana, jugaba junto a la niña de casa, en compañía de las cucarachas y unos gatos que frecuentemente rondaban la mesada y la mesa principal.
Eran animadas esas reuniones, simplonas , con los anfitriones dedicados a nuestra disposición. A horas de la noche, cuando la baraja corría rauda, yo empezaba a sentir los efectos del encierro prolongado en esa vivienda. Hugo fumaba constantemente los cigarros sin filtro “ Particulares”, su mujer, Nela hacía lo propio sin desprenderse de él de la boca, hasta consumirlo en su totalidad. En su afán por conciliar el juego de cartas en su mano y el humo que se desprendía del cigarrillo, cerraba uno de sus ojos para evitarse la molestia distractiva. Yo que observaba atentamente estos detalles, agradecía en mi interior por tener padres que sobrellevaban su vicio con mucho más charme.
La garganta comenzaba a arderme del escaso oxígeno reinante en el ambiente. Hugo se reía de mis manifestaciones ecologistas, sacudiéndome la nariz con sus dos dedos amarillentos nicotinizados. Para ser justos, debo confesar, que de haber podido lo hubiese asesinado en esas ocasiones…
La cuestión es, que cuando la relación de amistad alcanzó su curva máxima de apogeo, se decidió emprender una salida en común. El esparcimiento elegido para esta primer salida fue el autocine de la calle Gutierrez en Villa del Parque.
El predio, entonces, funcionaba en la azotea de un gran complejo industrial. De tamaño estimado en una hectárea se accedía desde una rampa lateral, que en escaso treinta metros ganaba la parte superior del edificio.
No sé porqué motivo se eligió en ese momento el vehículo de Hugo para la ocasión.
Un Renault 6, que transportaba lastimosamente a las dos familias para el entretenimiento. Cómo todo objeto de su pertenencia, el vehículo se enmarcaba dentro de las características usuales respecto del trato concedido.
Para entonces, con escasos años de uso, debería haber sorteado el trance de la cuesta sin inconvenientes. Lejos de hacerlo a escasos diez metros de la pendiente, evidenciaba sin titubeos lo imposibles del trance.
A pesar de intentar en varias ocasiones, y tomando carrera y velocidad pertinente, el vehículo no sorteaba las tres cuarta partes del tramo en ascenso.
Se intentó en vano una subida a tara cero, vale decir , sin ningún pasajero a excepción de su conductor, claro.
No resulto.
La fatiga del motor, provocada por el mal uso y escasa manutención habían pasado factura en escaso tiempo de uso del automóvil.
Frustrados de los intentos de ascenso, no quedó otra alternativa que continuar la velada cinéfila en el llano.
Ágiles de cintura, nos trasladamos al cine “ Aconcagua” en la vecino barrio de Villa Pueyrredón. Tras la película, ambas familias cenábamos en una pizzería del barrio de Devoto, festejando las alternativas de los acontecimientos.
Años más tarde, cuando la relación se enfrió, Hugo y Nela vivían en otra vivienda de la zona con las mismas características. Su profesión de antaño se había perdido, y ahora probaba suerte como florista en una intersección del barrio.
Con el tiempo lograron estabilizarse mancomunadamente, empleando a la familia en la micro empresa.
Es curioso, pero el incidente del “ auto” visto en perspectiva se me ocurre paradigmático. Cuántas veces saboteamos nuestras propias posibilidades de ascenso social o progreso, con actitudes laxas o incompetentes. Desperdiciando “ nuestros años dorados” sin la dosis necesaria de sacrificio . Poniendo nuestro horizonte en una línea muy próxima a lo cotidiano.
No atreviéndonos a soñar con la gloria, ni siquiera por un instante…

Esteban Silva

Genuflexión




Genuflexión


Destrabar de lo más íntimo del alma
el argot del arcano y su esencia
Desnudar lo sublime de uno mismo
y volver cual de un viaje alucinado.
El porqué de los signos y la palabra
interroga lo recóndito del ser.
Atreverse a ver, es saber
Genuflexo amor y lo prohibido
Cuántas gotas han caído de la rama
de la flor, del árbol
Nihilismo
Atraviésame una lanza en lo más hondo
para poder sentir, morir
En el recuerdo artero de tu haba
En el sabor amargo de tu cáliz.


Esteban Silva

viernes, 15 de julio de 2011

Primera Muerte, cuento

La primer muerte cercana experimentada en nuestra infancia es vital. De ese suceso se aprenden muchas cosas. La visión que se tiene inocente de otrora, si se quiere, se verá alterada para siempre. Hablo de una edad en la que el ser humano, ya es totalmente consciente de una perdida. A mí en particular esa experiencia me alcanzó a los ocho años de edad.
Para entonces, promediada la década del setenta, los rituales emparentados a la muerte de una persona se asemejaban bastante a los actuales. Con algunos pormenores claro. Todavía era costumbre, en aquel tiempo , el velorio en la propia casa.
Una costumbre que había caído en desuso, pero que evidentemente todavía se hacía presente en algunas familias.
Era fácil advertirlo. Al frente de la propiedad del infortunado, dos grandes coronas de flores flanqueaban la entrada. La puerta abierta, en señal de tránsito permitido, dejaba ver el incesante paso de los allegados.
Tony y Porota ,eran dos vecinos del barrio a los que yo frecuentemente visitaba.
Para mi temprana edad, ella habría sabido cuidarme ( según testimonio de mi madre ) y los posteriores lazos de amistad se encargarían de mantener la relación. Yo no recordaba ninguno de esos sucesos tan alejados. Para mí el único recuerdo era el presente. Aquella casa, dónde pasaba algún fin de semana al cuidado de estos dos viejos, que tantose esmeraban por atenderme.
Porota , era una enfermera a domicilio, de las que se encargaban de aplicar iyecciones. Su otra profesión, era la de tejedora por encargue. Un oficio muy común en la década del setenta, que redituaba buenos dividendos.
Tony, era un pintor de casas con pocos bríos, pero según mi padre “ muy detallista”.
Su tiempo complementario ( casi todo ) lo ocupaba con su afición predilecta. La pesca deportiva en el Río de la Plata. Pasión que le insumía la mayor parte de su tiempo entre el preparado de su equipo, y la taxidermia de sus capturas.
El pescado más afecto a esta práctica era sin duda el surubí. Pero también eran frecuentes las pirañas, alguna que otra cabeza de dorado o algún bagre.
A nosotros nos había regalado uno de estos souvenires. Lo exhibíamos arriba del equipo de música combinado, junto a una gran caracola de mar traída de Galicia.
La cabeza en cuestión mediría unos veinticinco centímetros, y dejaba entrever a las claras el tamaño de la bestia.
Revestida totalmente en laca, brillaba como un objeto de plástico, y podría serlo a simple vista, si durante los días de mucha humedad no emanase ese pestilente aroma a río.
Muchas tardes de mi infancia acompañe a Tony a pescar a la costanera. Lo “ ayudaba” en su metier de encarnar los anzuelos con lombrices. Des-engalletar alguna línea.
La mayoría de las veces , el último tramo de remoción de la captura, estaba a mi cargo. Eso, si la pieza no ofrecía dificultades.
A media tarde, emprendíamos la media vuelta, y enfilábamos nuevamente para Devoto con los equipos de pesca en el colectivo 107.
Eran una pareja que me querían mucho. Tal vez, porque la vejez los había encontrados sin nietos para cuidar. O simplemente porque así lo sentían.Mi visita a la casa de los viejos ocurría por lo general, cuando mis padres tenían agendada alguna salida a un espectáculo nocturno.
No es que mi salida estuviese vedada, ni mucho menos. Pero yo ya conocía el circuito de esas salidas de las que participaban mis abuelos junto a mis padres. Mesón español, cena show interminable de jotas y zarzuelas, bar.
Yo detestaba ese circuito que terminaba a altas horas de la madrugada y de retorno incierto.
Por eso, una vez sabido de la agenda, me disponía para una tranquila visita dónde mis abuelos postizos. Allí todo era calma.
El tibio patio del alero, con sus infinitas macetas con plantas; la mayoría de cerámica con cuatro patas pintadas en rojo y blanco. También había una fila menor abajo hecha de latas de aceite de YPF. La recuerdo, porque para entonces yo me preguntaba de dónde cuernos la obtendrían si nunca había tenido vehículo alguno…
El televisor de la sala en blanco y negro, con una pantalla acrílica de color celeste que aumentaba la visión. La alacena de madera y mármol con la perrillas en vidrio labrado en dónde reposaban los caramelos destinados a mi presencia. El cuartito de las cosas de pesca. El patio de “ Doña Angela”, ( la vecina de adelante ), con su frondosa parra de uvas chinches y ratas de altura.
Y así, podría seguir enumerando infinidad de recuerdos que no hacen a la esencia de esta historia, basada principalmente en la muerte de uno de estos dos seres.
El momento exacto del deceso, lo desconozco. Solo recuerdo el momento que Porota sacudía a Tony infructuosamente en la cama.
La cara desencajada dejando ver como dos pesados lagrimones rodaban por sus pupilas.
Acto seguido, y en silencio, Porota me extendía sus brazos para reconfortarme en su desconsuelo. Me apretó en su pecho, mientras que sus uñas se dejaban sentir en mi espalda. Lo demás fue puro trámite.
La funeraria sacó la cama matrimonial y la llevó a la terraza. En el cuarto dispuso el féretro en el mismo lugar que ésta. En el fondo, una imagen de Cristo con espinas se apoyaba en una columna de aluminio en forma de pedestal.
Otros dos pedestales a ambos lados del cajón, iluminaban tenuemente el recinto con luz de vela. En los rincones, de manera transversal dos coronas de flores completaban la escena. En ese momento, esas coronas se me antojaban como galardones a una vida pasada…La puerta que daba al patio estaba abierta de par en par, junto a las banderolas.
Ya en el patio, otra columna labrada sostenía una urna con tarjetas recordatorias del sepelio. Agarré una cuantas, todos los chicos lo hacen.
La sala estaba repleta en el cenit de la velada. Los claveles y gladiolos destilaban su aroma a muerte tan acostumbrado.
Era una muerte por vejez. Todo indicaba eso. Nada de manifestaciones exacerbadas , ni de personas muy allegadas a excepción de su esposa.
Tony se encontraba igual diría. Un poco más blanco , eso sí, y estrecho. La misma posición en que lo veía roncar por las tardes. Tardes en las que Porota atendía mis cuestiones por encima de las agujas de tejer, y me daba la leche chocolatada con galletitas Okebón.
Sin pretenderlo, todos me acariciaban como si yo fuese la persona más afectada.
Lejos de eso, es partida no me afectaba en lo más mínimo. En el fondo debía representar un papel, estar a la altura de las circunstancias.
El entierro lo de siempre: la caravana en tres carrozas fúnebres Ford Fairlane color negro, las sogas bajando el ataúd al fondo de la cava, el puñado de tierra arrojado encima de la tapa, una flor, en fin.
Para cuando el triste recuerdo se hubo disipado, yo volví a reinar en esa casa.
Mi reinado era un reinado de tiranía., que incluía derecho a menú , programas televisivos y visita a la calesita de la galería comercial de la avenida Beiró.
Pero nada dura para siempre.
Porota, ya un año después totalmente repuesta de su luto, visitaba las dedicadas pistas de baile tomada de mi mano. Tango, clubes de barrio en veladas para los vecinos.
Caras nuevas, horas de la madrugada oyendo el retumbar de las paredes con el ensordecedor ruido de los parlantes. Nada de eso me gustaba. Lo había padecido en las noches de jota y zarzuela, retornando ahora elípticamente en forma de dos por cuatro.
Creo que para entonces, ya no nos necesitábamos.
Ella con su nueva pareja de baile y de vida. Yo con diez años, la independencia propia de la edad, y el albedrío de quedarme en una casa de amigos, o la de simplemente disfrutar mi casa a solas.
Hay cosas que duran lo que tienen que durar. Quizás la muerte sea algún tipo de bisagra a situaciones que se escapan de nuestras manos.
Como el amor incondicional de Porota, o mi cariño de conveniencia.

Esteban Silva

miércoles, 13 de julio de 2011

Nunca antes




Nunca antes

Nunca antes
había sujetado lo efímero
Atesorado el enigma
de un sí tuyo

Tal vez por eso me alegre
sobremanera
y no pensé
lo trágico que hiere
el desconsuelo
Barrer la inocencia
hecha pedazos
Huir en pensamientos
al olvido
para allí permanecer
sin tu presencia

Entonces sí
ahogado el luto
en las palabras
Hice dardos
de veneno e insidia
Para conseguir
nombrarte
Para reunir las partes
de mi alma
desperdigadas en el recuerdo
hostil

Hoy me encuentro
atrapado
Las patas presas
en una superficie viscosa
Desde dónde estoy
no consigo verte
Tan solo puedo mover
-en vano-
mis antenas
y mis alas

Esteban Silva

martes, 12 de julio de 2011

Fuerza exigua




Fuerza exigua


Despierto
en la soledad de mis anhelos
expiando culpas y fracasos
Por no llorar
Atisbo de sol en mis pupilas
Hipnosis fugaz
contemplativa
Yo, en mi mismo
y en mil partes
Queriendo despegar
como un cohete
amarrado con cadenas de acero
Con el combustible ardiendo
en mi interior
Presa del ansia y el fastidio
Contengo fuerzas
para no estallar
Para no dejar salir
parte de mi mismo
Síntesis y contenido
se rebelan
En un sonido atroz
que inunda la geometría del recinto
y rebota en las paredes
Señores, les presento
Un soberano pedo.

Esteban Silva

viernes, 8 de julio de 2011

Cinema




Cinema


Lego
Absorto del lumen que irradia
imágenes en la pantalla
aglutino el otro yo
en mi mismo

Ausente y colectivo
celebro el instante fugaz
en que desconecta
la psiquis de mi ser
dejándome ser libre

Es una ilusión
yo lo sé
Pero por un segmento
regalado a la soledad
de mi tiempo
descubro las pistas
que me consuelan
hacer muecas estentóreas
desandar caminos

Yo hablo en voz baja
camino poco
no soy expresivo
Tal vez por eso
esa luz que se astilla
en mis retinas
sea el remedo de mis horas
y mis anhelos.

Esteban Silva

jueves, 7 de julio de 2011

La mujer que espera




La mujer que espera



Ensimismada en otro yo
una mujer apoya su desconsuelo
en una pared por sostén
Abrigada con la tibia promesa
de una mentira
Ve pasar la vida
a la espera de una respuesta
Sus manos
frotan ojos húmedos
a intervalos regulares
Una y otra vez
mira su teléfono celular
en procura de señal
Todo parece haberse detenido
Todo es uno
El murmullo despiadado de los autos
Las voces de alerta en su interior
Las palabras de amigos
Aquel encuentro en la memoria
Su cara
Todo
Si tan solo pudiese compartir
esa reflexión de lo profano
ese grito de pasión
que ahoga mundos
Y no se expresa
Quisiera que ya mismo
una cuerda bajase a su altura
Para anudar su cuello en la desdicha
y así al menos
respirar
por un instante…

Esteban Silva