jueves, 30 de junio de 2011

Algo familiar



Algo Familiar


Atrás de la puerta todo está a oscuras
una araña que pende de la nada, surge
Su dorado bronce se destaca en la negrura
Portalámparas de velas chorreadas
encienden la luz tenue que me permite ver
Estoy flotando
no sé porque

A media altura, las aristas emergen de los dinteles
y en los rincones
una mesa de mármol con pies de nogal
acomoda un cofre de cerámica
con motivos florales

Los muros sombríos, ilustran marcos a tono
Óleos de poca monta
que el efímero carácter suma al olvido
El resto del cuadro lo completan
una mesa ovalada, en el centro de la escena
un ropero Art Noveau en los márgenes imaginarios
y una hilera de sillas en gobelino
que con sus pesadas patas labradas
y chinches de latón
se estrellan contra el mullido bordó
de la alfombra árabe a sus pies

Lejos de agradar, oprime
El ámbito, se presenta familiar…
Marchito, huele a flores muertas
Antesala de lo prohibido
no sé porqué

O tal vez sí…

Páginas de la infancia
fraguadas en la memoria estanca
de un grito opresor
que quiere contener
y censura
La alegría expansiva
de un verde pasto
de un malvón
o de unas calas.

Esteban Silva

viernes, 24 de junio de 2011

Amigo 3




Amigo 3

Camino raudo a mi destino. Mañana de invierno en el barrio de La Boca.
Paso apresurado para encontrarme con mi objetivo. Un grupo de estudiantes secundarios del conurbano bonaerense, a los que yo guío durante tres horas.
Esa primera instancia ( la del encuentro ), siempre está cargada de adrenalina.
Es inevitable. De repente cincuenta miradas se posan sobre uno a la espera de respuestas. Hay todo un trasfondo de postergación en ese micro. En la expectativa por conocer. En la pose del que no vivencia el espacio público como propio y pide permiso sin saberlo. En las miradas jóvenes, ávidas de experiencias por contar. Desde la pantalla de un celular, desde un cámara de foto, o desde la simple anécdota.
Uno pasa a formar parte de un colectivo en ese momento. Hay una responsabilidad manifiesta en la tarea. Una visión superadora de clase en el evento.
Yo reflexiono al respecto, antes de esos encuentros mientras apuro el paso.
Claro, La Boca además de ser territorio turístico por excelencia tiene sus bemoles.
Fuera de los márgenes aledaños al circuito caminito-ribera del riachuelo, las posibilidades de toparse con el habitante lumpen del barrio, son considerablemente altas.
Calle Palos, llegando al cruce con Suarez, escaso cien metros de la ribera. 8:45 Am.
Dos jóvenes se acercan en mi dirección. Pantalón deportivo, zapatillas y manos en los bolsillos ( ambos ) de un buzo con capucha que no permite ver al interlocutor.

- Amigo-
- Sí- escueto, sin manifestar emoción.
- ¿ No tené dos peso pà comprar pan pá comer?-
En eso, y a pesar de la pesada bufanda que me cubre el rostro, percibo el vaho etílico que sustentan las delicadas palabras.
- No, no tengo- seco, sin mayores explicaciones.
- ¿ No tené un cigarro, amigo? -
- No fumo-queriendo dar por terminada la coloquial charla.
- ¿Me decí la hora Papá?- Instintivamente miré mi reloj de pulso ante la solícita pregunta.
A mitad de camino reaccioné. Visualice en una fracción de segundo por dónde venía el interés. Sin hesitar, abrí una navaja que tengo en el llavero cómo para defenderme.
- Qué hacé ¡GATO, PUTO, BOTON!- mientras buscaban sendas piedras en los alrededores.
Al percibir la acción, emprendí una rauda carrera por las calles aledañas.
Acción que culminó a escasos cincuenta metros, cuando dos piedrazos sin puntería se estrellaban contra autos estacionados en la zona.
Caliente. Por la adrenalina y el trotecito, llegué al encuentro de los pibes que a empujones bajaban por la puerta delantera del ómnibus.

- Profe: ¿ Podemo ir a la cancha de Boca? – Los primeros cuatro energúmenos al unísono.

- Sabés que no.- ( retórico ).

Esteban Silva

martes, 21 de junio de 2011




Absentismo


Decididamente absento de mi fe
procuré en las palabras
una razón por definir
la imagen distintiva que
aún sin completar
aliviase el caminar

Eterna soledad he de lograr
pensando solo que
ubicua necedad
concluye sin pensar
atávico fluir
de inmensa vaguedad

Ausente trazo de misericordia
remilgada voz de lo profano
atraviesa de esquirlas
lo que el ánimo hiere
en su paso de estigma

En sí, quién pensará cambiar
lo interno de su yo
si no ha de preservar
por logro de su andar
todo el castigo que
su alma
habrá de concluir

Esteban Silva

lunes, 20 de junio de 2011

Cuando escribo




Cuando escribo


Cuando escribo
vomito el magma de los mundos
bebidos a sorbos lentos
de memoria y de tiempo
Las palabras se tornan ácidas
del flujo intenso
que concentra
la desdicha vacuidad
de lo profano

No debería
hacer proclama de estas líneas
so pena, de verme fustigado
y en el empeño
justificar
mi etérea filosofía

Es preferible, tal vez
berrear con la manada
exaltar lo re-manido
blandir a cielo abierto las banderas
impresas con la tinta del olvido
que día a día
la sociedad
identifica

Esteban Silva

sábado, 18 de junio de 2011

No tenerte




No tenerte


Si no tuviera ojos
repararía en los detalles más ínfimos
lo que mis torpes manos concluyeran
de percibir uno a uno para adentro
y construir
A fin de perecer
en el intento

Si no tuviera boca
hablaría mil palabras con mis brazos
con tal de proteger con el aliento
lo que el burdo yo
imploraría
realizar como anónimo
deseo

Si no tuviere piernas
recorrería el mundo a los saltos
de imaginación y de medios
en pro de mitigar los músculos
que crecen a la sombra
de mis ansias
y así fatigarme

Si no tuviese brazos
abrazaría una causa por objeto
con mano firme
y pulso rápido de pensar
desatar el nudo que ahoga
el deseo incesante
de obligarnos a unir
nuestros tiempos

Si no tuviese alma
dedicaría estas palabras
a las páginas de los libros
y no al emblema de tu ser
que finge pretender
y se consuela

Esteban Silva

Fiaca




Fiaca


La primera percepción al entre abrir sus ojos era que algo andaba mal . La luz tenue de un día nuboso se filtraba por el escaso margen abierto de la cortina. Esa condición escondía la hora exacta del día. Máxime si el escaso ruido que provenía de la avenida no aportaba datos fidedignos de que en qué momento se encontraba. Tomó el teléfono celular que estaba en su mesa de luz.
Las ocho y treinta am.
Bien pensó. Estoy a tiempo. Aún así no se quedó conforme con la lectura del aparato. La hora sin duda era exacta. Pero debería confirmar el día de la semana. Miles de veces había reseteado el aparato sin darle importancia a la fecha . No sea cosa de que fuese a trabajar como aquel día sábado que no le correspondía y una vez en el trabajo le pidieron que se quedase para cubrir un puesto. Eso lo evitaría a todas luces. Era preciso entonces confirmar certeramente las coordenadas vigentes. Tomó fuerzas. Los días de invierno (sin calefacción) no eran su fuerte para levantarse. Corrió la pesada colcha que lo cubría.
Sintió el aire frío apoderarse del desprotegido cuerpo. Las imágenes residuales de su reciente sueño comenzaban a reagruparse en su mente . Le querían tender una trampa. Unos lazos invisibles lo tironeaban para retornarlo al sitio de reposo. En un acto de constricción recuperó la manta descubierta, como el general que después de una batalla perdida reordena su tropa. Volvió a sentir el calor intenso de las sábanas reconfortar su alma. Sabía que esa acción dilatoria podría traer malas consecuencias.
Necesitaba unir temporalmente el día de la semana con el calendario.
Se dio vuelta en un instante y hurgó en su mesa de luz por un almanaque. Los primeros ejemplares en aparecer eran del 2008. Todos, obtenidos en una convención de tatuaje en el predio ferial de exposiciones de Palermo. También había uno del 2009, de una casa de cambio de aceites y filtros. Recordó inmediatamente que el cambio de aceite de su vehículo le urgía a gritos. Por tal motivo, abrió una “ nueva carpeta” en el escritorio de su mente, con ese nombre. Podía re calcular las fechas a pesar de todo. Dos años a la fecha actual no era tanto. Claro, pero esa simple adición a esas horas de la mañana no le brindaban la confianza necesaria para arribar a un resultado seguro. No le quedaba otra que prender el televisor. Esa fuente de realidad espasmódica que vomita día a día sus malas nuevas.
Volvió a agarrar el reloj digital en forma de teléfono celular para confirmar sus sospechas.
Las nueve en punto.
-Mierda, ¿ya pasaron treinta minutos?- Pensó asustado.
Si en ningún momento se había dormido. ¿Cómo es que en ese breve lapso de análisis circunstancial había pasado media hora?. No lo dudó más. Era necesario tomar medidas extremas. Sí, las mismas que media hora antes. Descubrirse de las mantas y enfrentar finalmente el día. Ahora reunía todas las condiciones. El convencimiento de la acción a emprender, junto a el escaso margen de maniobra que el tiempo residual le proveía. Por eso el primer paso, aún cubierto hasta el cuello , era procurar por un calzado que lo transportase desde el helado suelo patagónico del décimo piso, hasta el local de la cocina dónde se ubicaba el televisor, próximo al dormitorio dónde él se encontraba.
Miró en su lado derecho, y no registró señales de calzado alguno. Hizo lo propio con el otro flanco e igual. Asomó su despeinada cabeza por debajo de la cama para así conseguir algún remanente de calzado olvidado. Solo obtuvo un par de medias viejas llenas de pelos, una pelota de tenis, una caja de zapatos vacía y un paraguas que utilizo para alcanzar los objetos fuera de su alcance. Todos, inútiles. Bueno, por lo menos había encontrado el bendito paraguas que tanto procuro con anterioridad.
Estornudó. El zandungueo lateral del paraguas sobre la superficie empolvada le provocó el episodio. Paró instantáneamente.
El sólo pensar en atravesar esa inmensidad de suelo antártico hasta su objetivo le produjo otro estornudo. A esta altura ya se sentía afiebrado, en condiciones imposibles para el desenvolvimiento laboral. Sería necesario entonces llamar al médico de la empresa. Lo malo, se alertó, que ese mismo mes había abusado dos veces del recurso, haciendo imposible su uso nuevamente. Volvió a pensar en el trayecto gélido que lo separaba de la cocina a pies desnudos. Se acordó que el reloj digital que había en el teléfono celular además de proveer la hora era sin dudas un teléfono. Marcó el número de un compañero de trabajo en una jugada esclarecedora:
A todo esto ,ya eran las 10 Am
Tuuuu Tuuu Tuuu, Tuuu Tuuu Tuuu -
-¿ Hoolaa? -
– Hola Marce,-
- Seee, ¿ qué queres?- con vos de fastidio.
Ahí rápidamente improvisó una pregunta evasiva que lo alejase de su pretendida inquisitoria inicial .
- Chee Marce,¿ sabés a quién le toca el turno de hoy?
- ¡ Hoy es feriado pelotudo!-( confirmando sus sospechas ) y colgó abruptamente.
Lejos de enojarse por el desplante, cerró el bendito teléfono, volvió a cubrirse con el conjunto Mantas-sábana, esbozó una sonrisa y re emprendió el sueño en el preciso lugar en dónde lo había abandonado.

lunes, 13 de junio de 2011

Iglú




Iglú

Qué curioso, lo que acabo de vomitar sabe a llanto. Amargo de tu ser hecho cenizas y de aliento. Ignoro haberme ido de tu lado. No obstante aquí estoy, a mil años luz de distancia.
Rodeado de inmensos bloques de hielo. Para poder soportar la tormenta construí un iglú. Lo hice con mis lágrimas. Ahora estoy encerrado en el recuerdo. Dentro de él.
Estoy bien, protegido. Pero el aire viciado me empieza a sofocar. Debo derrumbar las paredes creadas. En el intento, puedo caer preso de los enormes bloques. Mejor será entonces derretirlos. Llamaré al recuerdo alimentar la pasión que arde. En el interior de mis vidas pasadas, en lo que está por venir. Solo así saldré indemne del trance. Con las ropas mojadas aún, de las lágrimas derretidas. Me expondré al sol. A la brisa nueva de oriente. A los deseos incumplidos de mis sueños. A un nuevo hogar.

Esteban Silva

Inocuidad Aparente

Inocuidad aparente


De por sí
de nada sirve aclarar
lo que la vanidad
ofrece como emblema
Enhiesta en un mástil
de bronce
la mentira sonríe amplia
en el rostro impávido
del vulgar
Ataviado con un código
por manto
atraviesa la moral ciega
desperdigando astucia
impunidad
Descubrir atónito
cómo el débil margen del velo
que esconde la inocuidad
aparente
siembra cáncer

De por sí
de nada serviría decir
lo que la razón
esgrime en argumento
Si los pasos andados
en la vida
dejan huellas espúreas

Por eso
vale aclarar
es imperfecto quien te nombra
al acusar
la realidad.

Esteban Silva


sábado, 11 de junio de 2011

Si...




Si me lo decís así no pienso Si no pienso no me puedo expresar Si no me puedo expresar me frustro Si me frustro me deprimo Si me deprimo caigo en un pozo oscuro Si caigo en un pozo oscuro no veo Si no veo además de deprimirme aún más me maquino cosas Si me maquino cosas entro a escalar por las paredes Si entro a escalar por las paredes salgo del pozo oscuro depresivo Si salgo del pozo oscuro depresivo no me queda otra que salir adelante Si salgo adelante proyecto Si proyecto empiezo a creérmela Si empiezo a creérmela hasta arriba no paro Si no paro de creérmela estando arriba me da vértigo Si me da vértigo me mareo Si me mareo me caigo Si me caigo de allá arriba de dónde me la creía me hago pelota Si me hago pelota me confunden y me patean en el culo Si me patean en el culo confundidos por haberme hecho pelota por no parar de creérmela de hasta arriba no paro me caliento Si me caliento digo cosas hirientes o lo que es peor me dan ganas de agarrarme a trompadas Así que mejor no me lo digas de esa manera Por el bien de ambos sabes

Esteban Silva

jueves, 9 de junio de 2011

Solo Ayer

Solo Ayer


Yo no sé
lo adverso de tus ojos
hiere adentro
Destronada de mieles
la vida va
A tu lado
intenté refugiarme
sin razón
Herido de tu ausencia
desplegué mi necedad
acobardando algunos
sacrificando
otros

Yo no sé
si el pájaro que vuela
advenediza
o proclama tu canción
Murmullo descuidado
de tu ser
atiza hondo sin piedad
perplejo espanto
recordar
La copa amarga
de tu amor

Esteban Silva

miércoles, 8 de junio de 2011

Galaxia

Galaxia




En lo que a mí concierne
la sangre se apega al hombre
por querer vivir de él
mientras que en el vacio del tiempo
una red a la deriva
atrapa soledad a montones

Vacío de una carga que anhela
despliega sus brazos abiertos
Y en sus extensos huecos
solo recoge el viento,
que a su paso,
la dicha calma da
Dándose a la fuga
acopiando estrellas
destruyendo soles

Carambola cósmica de lo eterno
haz tu jugada
Estrecha ambigüedad
Plano etéreo de lo amorfo
ilumina y crece
Sopla vida en tu recinto
habitado por inicuas
voluntades
A los confines de tus márgenes
hasta la no-existencia

Esteban Silva

martes, 7 de junio de 2011

Coitus Interruptus




No tuve otra alternativa
que mirarte
Las centrífugas curvas
al abismo
El deseo poseso de lo abyecto
sin pensar
Esbirro traje de perlas
por bordar
en remansos cálidos de algodón
Sulfilados
cuerpos al ataque
una vez más
Sedienta sed sodomita
trepa y desgarra
Un barco se hunde y naufraga
en ríos de éxtasis
en ciénagas de lodo y llanto
La selva late de lágrimas
blancas, confusas
Fantasma flota y se deshace
en notas ácidas
en troncos abatidos
Almácigos de pasión
mueren
a cada instante

Esteban Silva

viernes, 3 de junio de 2011

La oscuridad del pasado




La oscuridad del pasado

Atrapado en un mundo de sombras vivía Coquito. Una urna mortuoria con restos humanos, descansaba junto a su regazo. Ni el frío plomo en su sien había podido acabar con su martirio.
En un accidente de automóvil, aplastó el cráneo de su pequeño hijo contra el paredón del garaje de casa.
Su mujer, tras las exequias, se ahorcó en su habitación. Una cuerda tensa sujetaba el cuerpo de la desdichada por debajo de la banderola de puertas altas, abiertas de par en par.
Al ver el drama consumado Coquito intentó al encuentro de sus amados seres. Se disparó con su revólver calibre 38” en la cabeza. No pudo conseguir su propósito.
Y para la posteridad, quedo preso del recuerdo imborrable. Sin emitir palabra, autista, ido.
Acompañado por la asistencia de su padre y hermana transcurría sus días en una habitación lúgubre de su residencia. Su cuarto era de una oscuridad impenetrable . Sin energía eléctrica, sin ventanas, con la única puerta de acceso a un corredor sombrío. Lugar que abandonaba, para emprender largos recorridos por la acera junto al cigarrillo que tenía por oxígeno.
De mirada fija y penetrante, recorría con exactitud el sendero invisible trazado en su mente. Cualquier objeto o persona que se le atravesase era objeto de problemas. En oportunidades, estallaba en un ataque de ira incontenible, que solo tenía fin cuando era internado por temporadas en el hospital neuro-psquiátrico.
Para la década del setenta, estos cuadros cercanos a la locura, se toleraban sobremanera.
Vestido con el ajuar de cuatro décadas pasadas, su imagen era aterradora. Parecía un cuerpo exhumado en buen estado de conservación. Su piel pálida y amarillenta, sus uñas largas y descuidadas. El cabello engominado hacia atrás de manera abrupta. Un cinturón a la altura del ombligo completaba el cuadro.
Las inclemencias del tiempo no lo afectaban. Aún con lluvia ejecutaba su repetida marcha. A horas de la noche se conducía a su habitación para descansar. Apoyado en el borde de la cama y con la mirada fija, apoyaba sus manos sobre las rodillas. Debajo, un constante temblequeo de sus piernas vislumbraba el drama contenido, a la espera de desenlace.
Por los años ochenta aún se lo veía transitar por su habitual sendero purgatorio. Diez años después, muertos ambos familiares que lo cuidaban, no se lo vio más en el barrio.
Las paredes de la roída casa se tapiaron con carteles publicitarios de punta a punta, y la propiedad quedo abandonada a su suerte por otros veinte años. Recientemente, con el boom inmobiliario, se puso en venta el terreno.
Cuando dieron los primeros embates de demolición, se encontraron con el extraño hallazgo.
En una de las habitaciones selladas a oscuras se encontraba un hombre de aspecto singular.
Alertado por las sirenas de la policía, un nutrido grupo de vecinos se acerco al lugar. Sus ojos no creerían lo que presenciaban. Acompañado por dos oficiales que lo sujetaban de los brazos estaba Coquito, aún más blanco por el polvo de la demolición. La misma visión de antaño estaba presente en ese instante.
Su rostro joven y terso, de una persona cercana a los cuarenta años. Sus ropas anticuadas y oscuras de fines de los años treinta. La misma mirada. La misma urna de madera en sus brazos…


Esteban Silva

jueves, 2 de junio de 2011

Visita al Banco

Visita al Banco

Una vez al mes visito al Banco Nación para esquilmar al estado en cuatrocientos pesos roñosos. Dicha suma, deriva de un seguro de desempleo por mí solicitado.
Para tal cometido, me apersono en el establecimiento munido de el último recibo cobrado y el DNI. En el interior del mismo, cincuenta individuos de a tercera edad, depositan sus pesados culos a la espera del turno que les corresponde y así poder obtener con sus magras jubilaciones, el dinero que le permita alargar aun más su esperanza de vida.
No tengo nada contra los viejos, lo aclaro. Lo que me rompe soberanamente las pelotas es su parsimoniosa calma a la hora del trámite.
Porque no es que estén de brazos cruzados atentos a su bendito número. No. Ellos están de sostenida charla con cuanto personaje se les siente a su lado.
Siempre encuentran conversación. Por lo general versa de lo crítico de la economía. Pero también sale bastante el racconto de los atendimientos anteriores, lo loco del tiempo, y los pormenores de su salud menguada.
Lamentablemente el coloquio no termina aquí, pues a la hora de dirigirse al cajero , comienza de nuevo el discurso autoreferencial .
No pudiendo usar aparatos electrónicos en el recinto, no me queda más remedio que focalizarme en estas observaciones mensuales.
Como ya tengo estudiado los horarios y frecuencias más abigarradas del abuelaje, caigo tipo dos, como para sufrir en dosis reducida, el vergonzoso episodio caritativo.
Saco número: C89, van por el 35. No es nada ,( pienso ) media horita y a la bolsa.
A la media hora clavada titila el 89 en el cartel luminoso de la línea de cajas. De un golpe estoy al acecho, y sorteo el corralito media sombra que me deposita junto al cajero. Le entrego el número, el talón y el DNI como estaba previsto.
B89, me contesta el cajero ( lacónico ) devolviéndome los papeles con el accionar de su dedo índice y mayor.
Clavo las guampas, y reculo soberanamente a mi trono de fastidio por otros cien punitivos llamados…
¡Pep… la reputíssima madre..! ¿de dónde salieron estos cien números?. Si apenas llegué conté la fila de bancos, multipliqué y saqué un estimado de cincuenta. De qué agujero salen me pregunto, si a cada llamado un individuo se disloca con su paso cansino al cajero.
Ahí advierto, que por la puerta giratoria, entran a intervalos, los susodichos jubilados yendo directamente a la sala sin pasar por los turnos .Más detenidamente observo que el flujo que emerge con el del que fluye al exterior, es constante y equilibrado.
Claro, pensé, los turros la deben tener bien estudiada, llegan, sacan número y después van a hacer sus mandados habituales. Sabrán el estimado de espera y obrarán en consecuencia.
Hay que reconocerlo, la hacen bien los guachos. Se aprovechan del sistema diría.
¡Yo los quiero ver en un banco de línea comercial cobrando por el cajero electrónico!
¡Minga van a cobrar, hijos de puta!

Esteban Silva