domingo, 27 de marzo de 2011

Miguel Arias salteño, de profesión


Miguel Arias salteño, de profesión

Miguel Arias o Miguelito simplemente, es un salteño oriundo de Gaona, Salta provincia Argentina del noroeste, lindante con el Chaco salteño, territorio ampliamente citado por el “ Chaqueño” Palaveccino en sus entrevistas televisivas. De su Salta natal, traía en sus alforjas infinidad de anécdotas, que eran las delicias de sus compañeros de trabajo. Ya en la capital federal, había aprendido la profesión de panadero, labor en que se desempeñaban por lo general todos sus paisanos arribados con antelación. No le fue difícil adaptarse, peón rural, estaba acostumbrado a las largas jornadas como changarín en el monte: desmatamiento, cavado de acequias, arreo, recolección de algodón en la vecina Chaco, zafrero en temporada, palero de salar en ocasiones, la liviana actividad panaderil, en contraste con el rudo trabajo de peón, le insuflaba más ánimo aún, al que por lo general ya poseen los lugareños de “ La Linda “. La alegría en su cotidianeidad , era como un agradecimiento a la vida, una refrenda al porteño de vida fácil y acomodativa. Adaptado a los vaivenes de la ciudad, se distraía ocasionalmente en boliches para coterráneos, situados en Once y Constitución denominados “ peñas salteñas “, en la práctica, lugar de encuentro favorito de los habitantes del norte. Jujeños, Santiagueños, Chaqueños, y porque no, de Formosa y Catamarca. Dentro del baile en cuestión abordaba a las “chinas”,provisto de una tarjeta de presentación que decía: “ Tu Sonrisa; me mata”, Miguel Arias, gerente general. Lo sé, por boca de un compañero ascendente suyo, el maestro cocinero Ricardo, alias “ el viejo “. En uno de sus retornos habituales de estos sitios, beodo por convicción, le sustrajeron por joda nomás, su portadocumento, en donde escondía estos dardos venenosos, destinados a la caza de las hembras, en la selva de cemento. Años más tarde negaba taxativamente el episodio en repetidas ocasiones, tildando a Ricardo como: “ Viejo Mentiroso”. Por su paso por la noche citadina, había hecho amistad con infinidad de compatriotas, que compartían su misma suerte. Uno de ellos, su ladero por años fue el Tacopoceño Tchamí, por su parecido con el homónimo jugador de la primera de Boca, de nacionalidad Camerunesa. Dicho apodo, como todo que se precie, fue recibido de mala gana debido. a la condición manifiesta de “ gallina”, por parte de Tchamí. Ambos, coincidían en bagajes y experiencias, trataban de dar los mismos pasos en materia de trabajo, para así poder asistirse mutuamente en un reemplazo , en caso de que una recaída alcohólica lo solicitase. En una ocasión, Miguelito se echó pesadamente a dormir en una de las tablas de la panadería. De elegante pantalón blanco sport, con mocasines negros, descansaba despanzurradamente en el recinto de fabricación, con el torso desnudo, y los brazos en su cabeza, protegiéndose preventivamente de los rayos solares que se filtraban por la claraboya. Nadie lo despertó, hasta que preventivamente a la llegada de los patrones, fuese necesario. Una vez próximo al arribo de los mismos, sus compañeros lo trasladaron a un depósito contiguo al horno. El lugar paralelo, al abovedado cónclave de ladrillos, era normalmente destinado a ingresar las “ zorras” con el pan, especie de carretilla plana de forma rectangular, de la misma medidas que las tablas del pan, con ruedas de hierro en su parte inferior. Ideadas para el traslado de la mercadería a la cámara de fermentación , eran una cómoda alternativa de descanso, para los ajetreados panaderos. Reubicado en el interior de la misma, no tuvieron reparo en dejarlo “a sus anchas”, en el tórrido corredor. El interior dado la proximidad del horno, tenía una temperatura cercana a los 50º. Destinado a “ apurar “ el proceso de fermentación, combinaba perfectamente con el secado del pan viejo destinado al rallado posterior. Por eso, introducir al susodicho en la malaventurada caverna oscura del infierno ,era una guachada a todas luces. A pesar de transcurrir sin sobresaltos toda la mañana, nadie preveía mayores consecuencias que las de una experiencia febril, en el sueño forzoso, producto del coma etílico. A eso de las tres de la tarde salió incólume del averno, eso sí, todo vomitado su cuerpo, bañado íntegramente de sudor, orinado sus pantalones blancos, ahora grises, producto de su rodamiento indiscriminado por las superficies enharinadas de antaño: En su pesado raid, había aplastado sin querer algunas cucarachas que circulaban normalmente por el piso. Involuntariamente ahora las exhibía adosadas a su pecho, cual medallas de una batalla acaecida. Caminó unos pasos, estiró los brazos en un último desperezamiento y expresó con su tonito salteño: “ Ya van a veer, me la van a pagar Hijos de puta!”


Esteban Silva

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