lunes, 28 de marzo de 2011

San Rafael adhiere a Cetera


San Rafael adhiere a Cetera

Corría el año 87 y yo tenía 17 años. Para entonces, mis estudios habían sido confiados a una institución religiosa de la zona de Devoto capital. El instituto San Rafael era una escuela primaria y secundaria para varones exclusivamente por aquel entonces. Un edificio tradicional de la década del cincuenta en dos plantas, el frente recubierto a media altura por granito travertino, típico de instituciones bancarias ,hospitales y ministerios.
La orden: Los hermanos corazonistas, era un grupo homogéneo de curas de origen español, que rotaban en las instituciones de la orden, a intervalos de cinco años aproximadamente. De sotana negra, deambulaban implacablemente las instalaciones en busca de observancias al alumnado. Había una docena de ellos, en su mayoría docentes de diversas materias como : matemáticas, geografía, historia, formación moral y cívica, y el caballito de batalla, catequesis. El resto de los profesores eran docentes laicos de estudios profanos como: biología, química, inglés o Castellano. Un grupo menor, pero no menos influyente, tenía a cargo los estudios de Contabilidad, estenografía, derecho y dactilografía. Era el grupo para-militar, docentes que simultáneamente daban clases en el Liceo General San Martín, y en el Colegio Militar de Campo de Mayo. Hombres de traje, pelo corto rapado, Falcon, prendedor del arma en la solapa y la libertad de fumar tranquilamente en el aula frente a los alumnos.
A pesar de todo, y a fuerza de ser sincero, no era un clima tenso el del colegio sino estricto. Una actitud paternalista primaba en el espíritu de los curas, que tenían al alumnado por ovejas de rebaño, y a su vocación de pastor en enderezar a las descarriadas. Estas alusiones eran muy comunes, no solo en las horas tediosas de religión, sino en las charlas comunes con los preceptores y hermanos. Una vez detectadas las “ manzanas podridas “, el resto era tan solo un trámite administrativo que las amonestaciones se encargaban de ejecutar. Así vimos pasar varios de nuestros compañeros, a los que la tolerancia parroquial tempranamente les bajo el pulgar. Para el resto de los mortales como yo , el trato era otro.. El correctivo podría tipificarse de la siguiente manera: 1 .“ tirón de orejas pronunciado”, cuando el alumno cometía una falta leve, pero rápidamente se arrepentía del hecho y manifestaba sumisión. Por lo general, acompañado de una reprimenda, no pasaba de eso , y no se le comunicaba al progenitor. 2. “ Coscorrón en la cabeza “, era un acto más violento, generado por la inconducta de una falta moderada, a la que en un principio el alumno negaba toda responsabilidad. Convencido luego, que solo saldría del trance confesión mediante, se explayaba a tientas para depositar las palabras justas al oído del cura. Una mano solicita de impacto, esperaba expectante en el aire. Al más leve vacilar del relato, resortes no hermanados con la compasión, ejecutaban un segundo golpe más devastador aún que ponía fin a todo elucubración dilatoria. 3. “ Cachetazo en la cara “, el más violento de todos. Cuando en concurso de una falta grave, el infractor negaba participación, o encubría a algún compañero. Si hay algo que le daba por las pelotas a los curas, era la negativa a confesarse durante un interrogatorio. Tal caso le ocurrió a Flavio Montero, cuando en un acto de altruismo, se autoinculpó para salvar del umbral de las veinticinco amonestaciones a Fernando Coggiola. Llamado a dirección para resolver entredicho, fue recibido a cachetazo limpio por el cura rector. Apodado “ el chivo”, por el olor homónimo que exudaba por sus axilas, siendo el más severo de la institución, los casos de importancia los resolvía proverbialmente el arbitrio de su mano derecha. Habida cuenta del prontuario de cada alumno, los curas sabían con antelación de la implicancia o no en un suceso de relevancia. Por eso, esa palma abierta en el rostro del infortunado, era más una vuelta a la realidad que cualquier relevamiento de pruebas. En ese instante de justicia divina, el reo se quebraba indefectiblemente. No recuerdo que alguna vez, un alumno no dejase escapar un lagrimón de sus pupilas. Generalmente el acto se acompañaba de mocos y llantos. Hubo alguna vez que padres de los internos, reclamaron vehementemente, al ver la furia de la justicia en los rostros marcados de sus hijos. Convenientemente la devolución que obtenían, versaba en la aplicación del “ método “ tan particular de disciplina.
A mí en particular me tocó recibir una de estas sanciones en ocasión de haberme profugado del colegio, en las dos últimas horas lectivas. Tiempo de final del abierto de tenis inglés de Brighton, Gabriela Sabattini-Pam Shriver,. Tuve, tanta suerte que mi nombre fue llamado en el aula por el cura, cuando no me encontraba ausente en el parte diario..
Al otro día al ingresar, un extraño portero me recibió con la indicativa de pasar por dirección. Como las cuotas estaban al día, instantáneamente temí lo peor. Una vez en la rectoría, el “ chivo “ se catapulto del escritorio donde estaba escribiendo unos papeles, y me aplicó el soplamoco. Acto seguido me inquirió: ¿ Que Habeishhh hecho?. Sin poder articular una defensa, rápidamente me excuso diciendo ¡vé, y no lo hagaish maishh!. Y ahí termino el cónclave, sin más, sin avisos disciplinarios a mis padres, sin advertencias a futuro. Eso es lo que tenían de bueno, estos arbitrios de la edad media, la fácil resolución de ellos. Era como que se creaba un lazo entre la absolución del cura y el acto redentorio del castigo, que no invocaba la presencia de los padres. Por lo menos así lo veíamos por aquel entonces.
Como aquella mañana fría de agosto del ochenta y siete. Al arribar al colegio, nos sorprendió un grafitti en las paredes del frente que decía: “ CeTERA Paro, San Rafael Para”. Nosotros que éramos cero de política, que ni siquiera teníamos un centro de estudiantes, que ninguno de nuestros compañeros militaba en un partido, a pesar de la época favorable en los primeros años de democracia; nos vimos conminados a ejercer alguna adhesión a esa consigna vaga, por ser los más grandotes estando en quinto año. Una vez tocado el timbre de ingreso, se decidió apresuradamente des-oír el llamado al aula y permanecer en el exterior del claustro.
Un enfurecido rector salió cual toro del corral , inquiriendo apresuradamente a los tres alumnos más próximos a la puerta de entrada: ¡ ¿ Que Haceishhh Aquí …? ¡ . Simultáneamente la temible mano derecha impactaba en la cara de los tres alumnos como sketch de los tres chiflados. Aún no recuperados de aluvión de dedos, con las manos en los bolsillos del blazer, emprendieron un raudo retorno al aula, seguido de la horda de ovejas devenidas en carnero.
Fue la única participación política que tuvimos en el secundario que recuerde…
Esteban Silva

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