domingo, 27 de marzo de 2011

La primera vez que lloré conciente


La primera vez que lloré conciente

Mis abuelos retornaban a su tierra de origen, a intervalos de 3 o 4 años. Lo hacían para visitar a sus parientes, y porque su sangre se los pedía. A pesar de tener sus dos hijos en la Argentina, sus primeros nietos, la necesidad imperiosa de recargarse en la península, los llevaba a las oficinas de “ Longueira y Longuerira “, para reservar sus pasajes.Para tales cometidos buscaban que un encargado de su confianza, quedáse al cuidado de la panadería por los meses de ausencia. Sus viajes tenían un mínimo de 3 meses. No se iban con chiquitas, a su llegada a España, compraban un vehiculo 0 Km para rodar en las vacaciones. No eran afectos al alquiler, la cesión de parte de un familiar, o cualquier favor de diversa índole , tan común de los españoles. Su periplo incluía visitas a la región de Bordeaux ( Francia ), la vecina Lisboa (Portugal ),y el sur de España. Teniendo como epicentro las “ Rias Galegas “, su recorrido rondaba la zona de Galicia, en continuas visitas a parientes, de la mano del tío Manolo, anfitrión, Hermano de mi abuela Carmen cuñado de Benito. Una mezcla de gira culinaria y “ circuito del Vino “, muy posteriomente montado en la región de Mendoza. Porque si algo no faltaba en esas reuniones era alcohol. Era el común denominador de esas reuniones familiares, vinos artesanales producidos en la región, grapa, aguardiente, caña, cognaq…un abstemio correría el peligro de ser condenado a muerte en Galicia. A partir de los 70 estos viajes los hacían por la vía aérea de la mano de Iberia, en la década anterior lo habían hecho por barco, llevando en la bodega una camioneta Chevrolet OKm un Valiant II y una moto. De solo imaginarlo, me produce escalofrio. A pesar del sacrificio en estas tierras, el tiempo dedicado al ocio por parte de mi abuelo, tenía unas características singulares. No solo retornaba a su terruño, lo hacía con una solvencia lo suficientemente amplia para disipar dudas. De su bolsillo derecho salían los flujos necesarios para mantener la aventura. No solo eso, a su regreso traerían sendos pedidos hechos oportunamente por hijos, nueras y nietos. Tampoco les pedían souvenirs: Rolex, Nikon, Dupont ,Rayban , equipos musicales,raquetas de tenis, perfumes, mantillas bordadas, tapices y todo lo que se precie digno de ser importado por entonces . A su vuelta, no solo traían todos estos adminículos, sino que posterior a la salida de Ezeiza, recalábamos convenientemente en un restaurant llamado “ el Encuentro “, en la intersección de General Paz y Acceso Oeste actual. Concluido el almuerzo, contadas las primeras impresiones, obtenido los primeros regalos, mi abuelo cerraba el ágape con una sesión ampulosa de cigarros puros. Tal vez , porque la ocasión así lo dictase, discurría de los instantes previos a la vida cotidiana, en su traje a rigor, hecho a la medida por su sastre y amigo “ Mingo”. Sus hijos Manolo y Benito amagaban infructuosamente con pagar la comida, a lo que mi abuelo frenaba tempranamente llamando al mozo para rendir cuentas. Eran así mis abuelos, simples, orgullosos de poder otorgarle a sus hijos, aquello que en la España Franquista les había sido negado. La prosperidad adquirida daba rienda suelta a la ilusión transitoria del retorno. Mentalmente vivían ambos mundos proporcionándoles todo a sus afectos. Sus valijas cargadas de jabones “ La Toja “ de sales marinas, confundían los aromas con el vaho etílico. Todos los rincones eran acondicionados con latas de mariscos: pulpo, sardinas ,mejillones, cholgas, vieiras. Creo que a partir de estas “ taras “, la aviación internacional cambio las normas de equipaje máximo permitido. Lo que no debía faltar al retorno, muy a mi pesar, era la clásica bota de vino, colgada de uno de los hombros del retornado ibérico. Algunos se animaban incluso a completar la despiadada escena con una boina negra de pana con pompón. No era esto lo que me incomodaba, lo que no soportaba en aquellos tiempos era que mi abuelo conminaba a los presentes a sorber parte del líquido a una distancia de 30 cms lo que provocaba invariablemente el manchado “ ocasional “, debido a la falta de práctica en ese procedimiento galeico. Al retorno al domicilio, todos estaban empapados en sus ropas, del infructuoso ejercicio de degustación a “ distancia “. Mi abuela, mas recatada , lucía a la vuelta un tocado de ocasión, un vestido por lo general también confeccionado a medida, dos aros grandes de oro, y una cartera de mano de cuero con aplicaciones metálicas. A mi abuela se le pegaba el gallego muy fácilmente, le costaba semanas desintoxicarse del dialecto, ya mi abuelo volvía más castizo, no incorporaba el acento por mucho tiempo, a pesar de seguir con la manía de “ Me Cago en Dios “, o en “la hostia”, distintamente según la importancia del Hecho. Yo los quería mucho a mis abuelos. Vivíamos a la sombra de su cariño, de las reuniones familiares, de la salidas a espectáculos que yo tanto detestaba…En fin, a su partida merecida a España los acompañábamos en todo momento, en ese instante se repartían uno ,en cada auto de sus hijos, porque eran muy justos mis abuelos. Dividían equitativamente hasta su cariño. A tal punto, que hoy día en perspectiva, yo recuerdo la primera vez que lloré conciente por alguien , a su partida…

Esteban Silva

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