lunes, 28 de marzo de 2011

Carnaval de 1975 en Villa Devoto




La década del setenta es considerada como la etapa previa a la decadencia del carnaval porteño, y su expresión
más significativa, que era la murga barrial. Pero para la época, sin la perspectiva actual, poco advertíamos estas
circunstancias, los que participábamos como público, de tales festejos. Nuestra cita obligada en el mes de
febrero, nos encontraba en el corso de la intersección de las avenidas Francisco Beiró y Lope de Vega, en el
barrio capitalino de Devoto, Buenos Aires. El carnaval se extendía por seis noches, repartidas en tres fines de
semana corridos. La avenida principal, Beiró, que albergaba el escenario, y era trayecto de las murgas se
extendía desde la calle Cortina, hasta la calle Cervantes, unos seiscientos metros aproximadamente. En el otro
sentido, el vallado comenzaba en Ramón Lista y se extendía hasta la propia General Paz. Esta última arteria, la
avenida Lope de Vega, hacía de canal auxiliador, disipando las multitudes que se convocaban en los festejos. A
ambos lados de la calle corredores interminables de vendedores ambulantes proveían de los insumos básicos
para la utilización en el evento, a saber : espuma en aerosol, papel picado en bolsas, cintas serpentina, caretas
para chicos, por lo general personajes de la época como “ El Zorro “, “ Titanes en el Ring”, “ Astroboy “, “
Hijitus “, “ Meteoro “ y tantos otros. También los había especializados para un público más adulto : cachiporras
plásticas , machetes ( Como los de la policía ), Garrotes ( Como el ancho de basto en los naipes ), un martillo
articulado ( como el Chipote chillón del Chapulín Colorado ), Matracas de madera chicas y grandes, pitos,
gorros, y un artículo en especial, que era el juguete predilecto de mi abuelo Benito, el lanzaperfume. En los
carnavales porteños, este adminículo de la industria de limpieza, era utilizado como estimulante desinhibitorio,
dado su composición de éter principalmente. De forma similar a un sifón, en tamaño reducido, eyectaba un
chorro de agua helada perfumada con notas de lavanda o limón, que en contacto con el aire desaparecía en
breves instantes. Pero mi abuelo ,lo adquiría con otros propósitos. Su fin específico, era interesar los
prominentes escotes de las noches tórridas de febrero, conjuntamente con una aplicación de la solución por
debajo de las polleras distraídas, a los que mi abuela reprimía repetidamente a mi abuelo al grito de : “!
Benitooo!”. La velada, comenzaba para nosotros a la llegada a la intersección de las avenidas. Dada la
proximidad con nuestra residencia, accedíamos a pie al lugar. La esquina, estaba flanqueada de dos grandes
pizzerías para el momento, “ El Griego “ que aún subsiste en la actualidad y “ Los Andes “, en la acera de el
frente. Sobre la misma avenida, un centenar de mesas se extendían en la vereda a lo largo de toda la cuadra. En
fila de a dos mesas, próximas al cordón, eran un puesto privilegiado, para observar el discurrir del desfile.
Encontrar lugar para un simple humano no era sencillo, con capacidades colmadas a pleno, sendas familias
esperaban su turno arrinconados en las paredes del corredor, a la espera de una vacante. Pero mi abuelo que era
proveedor de panadería de todos esos establecimientos, conocía perfectamente a los dueños, coterráneos de su
natal Galicia. Al arribar al lugar inquiría despóticamente a su colega, por no observar la mesa reservada en su
presencia. A la orden solicita del dueño de la pizzería, dedicados mozos montaban los lugares requeridos, ante
el asombro de la gente que esperaba recostada hacía rato en las paredes del entorno. Especial “ de la casa “,
balones de cerveza, con apoya vasos de Quilmes, Coca Colas para los chicos, era el menú tradicional. Creo que
es en la única oportunidad que mi abuelo traicionaba a su incondicional tinto. En esa posición de privilegio, de
vista a la avenida cual sambódromo, contemplábamos el espectáculo murguense a su paso acompasado de
bombos ,platillos, redoblantes y silbatos. Desde lo alto de la tarima que se montaba como escenario, un
presentador iba relatando los pormenores de cada escuadra; Inicios, integrantes, detalles alegóricos, y un
resumen del contenido de la canción. Había caso, en que uno o varios murgueros, se despachaban directamente,
micrófono en mano, desde el mismo palco. En la mayoría de los casos, canciones de comparsas futbolera, con
letras de contenido picaresco o social. Salidos de los cuadros del gremialismo, eran un escupitajo al orden
social de entonces. Los militares los toleraban, porque a pesar de enfrentar socarronamente al sistema reinante,
eran de alguna forma una válvula de escape, a los problemas de entonces. Ya para el año 78, hubo un decreto
ley que las prohibió infructuosamente. Mal que nos pese, la murga fue siempre la expresión de la contracultura,
con los aciertos y bemoles del caso. De aspecto particular, sus trajes consistían en largas levitas de colores
adornadas, por motivos animistas, alusiones a la buena suerte y al azar, grandes estampas bordadas de
lentejuelas y espejitos. Una galera a tono y zapatillas para hacer liviano el andar. Los grupos que desfilaban,
venían de diversos barrios de la capital:, “ Mala Yunta” de Mataderos, “ Los mocosos de Liniers “,” Los
linyeras de la Boca”, “ Los Cometas de Boedo “ y tantos otros... Un paso sinuoso con el cuerpo cabizbajo,
sacudiendo los brazos de manera frenética, para hacer lucir los jinetes que colgaban de sus hombreras. De a
ratos, un salto espasmódico en el mismo sitio, cruzando las piernas en el aire. En sus manos, un bastón hacía
piruetas mientras que al marchar, un integrante iba solicitando una “ colaboración”, acto en el cual exhibía una
urna mortuoria, destinada a tales fines. Grupos de chicos acompañaban el desfile, atentamente, a las órdenes de
sus líderes. Muy a la moda de los colectiveros de los setenta, portaban accesorios que remataban en dados de
espejos, y portabanderas de la agrupación, con lanzas de flecos dorados a su costado. Yo en particular, no
comulgaba con este barroquismo kitsch a rigor. No tanto por la estética del conjunto, sino por la condición
etílica del grupo, fundamentalmente pasada la madrugada. Lo que sí observaba con atención era el número de
lanzafuegos, que no podía faltar junto a los hombres zanco. A esa altura, ya mis provisiones de espuma se
habían agotado repetidamente, por lo que solo me restaba contemplar el final de fiesta. Vagando por los
alrededores, me acerqué a la plaza cercana, alborotada por la presencia de patrulleros policiales. En la misma se
desarrollaba una descomunal batalla a machetazo limpio entre dos bandas de jóvenes que no contentos con el
rendimiento del adminículo carnavalesco recurrían a rellenarlo de agua y arena en su interior. A la cuenta de
varios casos que derivaban en traumatismos comatosos, inclusive, las autoridades los prohibieron taxativamente
en la temporada siguiente. Eran carnavales violentos desde dónde se lo miren, desde lo verbal en los cánticos de
las murgas, desde el ímpetu desaforado de los seguidores del “ Rey Momo “, hasta en los gobernantes que nos
representaban.

Por suerte, yo tenía solo ocho años, comía pizza, y me divertía con espuma y papel picado….

3 comentarios:

  1. Adorable el abuelo Benito!
    Este relato me encantó !

    Un beso o 2 !

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  2. Esteban, me voy poniendo al día de a poco.
    Felicitarte por el blog y lo dicho anteriormente: qué bueno poder disfrutar de tus historias! Merecías este espacio.

    Un beso o 2 *

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  3. Gracias, mi abuelo Benito me marcó en la vida, a pesar de tener su lado " políticamente incorrecto"( mostrado en el poema " A mi querida abuela Carmen), creo que heredé parte de su carácter. O por lo menos aspiro..

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