lunes, 28 de marzo de 2011

Cinema Paradiso, el ABC de la vida


Cinema Paradiso, el ABC de la vida

Mi pasión por el cine comenzó a temprana edad. Ya a mis ocho años , las salas barriales próximas a mi residencia, me tuvieron entre sus filas. Inicialmente acompañado por una amiga de familia mayor que yo, teníamos por ritual asistir todas las tardes de los sábados, funciones continuadas de dos y tres películas. No existía en aquel momento en los cines barriales, la vo-rágine por el estreno, cosa que sí ocurría en el área céntrica como Flores, o Belgrano. En las salas a la que habitualmente asistía, por lo general, había una película principal, salida de cir-cuito principal a unos meses, y otras dos de complemento, del tipo aventuras. Para entonces, ese recorrido me satisfacía en su totalidad. Alternaba entre el cine “ Parque” en Villa del Par-que, el “ Aconcagua “ de villa Pueyrredón, el “López de Vega” en Villa Real, y el cine “ York “ de Devoto, hoy día todos extintos, cediendo su concurrencia a las recientes salas de los shoppings . Pero a medida que iba creciendo, este cerco al que hago referencia me resultó asfixiante , incursionando tempranamente en el polo de los cines de Flores. El “Rivera Indarte” de índole comercial, exhibía todos los éxitos del momento, la saga de” Star Wars” la de “Cupido motori-zado”, “ Tiburón “, y tantos títulos memorables. El cine “ San Martín “, próximo a la iglesia, pasó continuados de artes marciales por décadas, pero el contenido específicamente temático me aburría sobremanera, amén de que a la dudosa calidad de lo exhibido, se sumaba la preca-riedad de las butacas habilitadas con optimismo, en un sesenta por ciento de la sala. Ya con este perímetro mayor a mi disposición, y abandonado el lastre inicial de la compañía femenina, mi rutina habitual incluía uno o dos amigos del colegio primario, en la carrera cinéfila. Alerta-do de los primeros cambios hormonales, recurríamos a temáticas un poco más serias o de adolescentes, así vimos pasar “ Fiebre de sábado por la noche “, “ Grease” o “ La laguna azul”, a la vez que veíamos todos los géneros complementarios de cine de acción, terror, comedias o aventuras. Esos primeros acercamiento al cine, con algún contenido erótico soslayado, senta-ron la base a lo que vendría después.. En la búsqueda por títulos de mayor carga sexual, nos deparábamos con la negativa sistemática en el ingreso a los cines, debido a la calificación otorgada por el ente regulador en tiempo de dictadura. Con diez u once años intentábamos parecer lo más mayor posible , obteniendo hasta el momento poquísimos resultados. Es por esa circunstancias que naturalmente se amplio nuestro coto de caza, en la búsqueda de aque-llos lugares que nos permitiesen tal cometido. El primero en sucumbir, fue el cine de la cercana localidad de “ San Antonio de Padua” en el oeste bonaerense, los que se le sumaron seguida-mente los de “ Haedo “ y “ Ciudadela”. Prohibidas para dieciocho en el momento, hoy son ex-hibidas libremente en la televisión abierta. Ahí pasó todo el cine nacional picaresco, de Porcel y Olmedo, “ Expertos en Pinchazos “, “ Los doctores las prefieren desnudas” , “ A los cirujanos se les va la mano” y tantas otras películas que rindieron sus frutos, en manos de los inocentes jóvenes de entonces .Estos valorados datos, obtenidos “ in situ”, eran moneda de oro para la abigarrada concurrencia, configurándose en la categoría de “ secreto a voces “ para sus porta-dores . Pero como todo proceso que precie, este continuo in crescendo de contenido sexual, nos quedaba chico con la edulcorada propuesta nacional. Ahí apareció el cine “ El progreso “ de Villa Lugano, que gentilmente nos abría sus puertas de par en par, no sin antes advertir: “ Pasen ,pero no hagan quilombo “. Al momento los títulos que acaparaban nuestra atención, ya eran decididamente de índole sexual, o sabíamos certeramente que en partes de sus cuadros, estarían las escenas requeridas a nuestro interés. El “ Decameron “, “ Noches prohibidas de Río “, “ El Diablo en el cuerpo”, pasaron ante nuestros ojos ,ávidos de incorporarlos en nues-tras cortas experiencias de vida. Una temprana visita a la “ Isla Maciel”, con el debut consagra-torio de varios de los asiduos al raid del séptimo arte, promovió una escalada sin precedentes. Probado el sabor en las mieles de lo concreto, el paso lógico en la evolución visual, nos deposi-tó sin escalas en el cine porno. Ya con doce años en nuestro haber, el circuito posible para estos festivales de cine condicionado, se circunscribían a la atomizada cuenta de tres: el cine “ Gran Urquiza”, en Urquiza, el “ Lopez de Vega “ en su etapa final de existencia, y el ABC de Lavalle y Esmeralda en el centro porteño. Este último, un sucucho de cuarta, que veía desfilar por sus paredes, infinidad de hordas juveniles que a su paso, dejaban impregnado el recinto de pestilentes olores y execrencias. Icono del “circuito de la testosterona” pasaron por sus panta-lla clásicos del Triple X como : “ Deep Throat”, “ Inside Jennifer Wells”, “ Seda satén y sexo “, o la voluminosas entregas de la actriz dramática Ilona Staller, vulgarmente conocida como la “ Cicciolina “. Hete aquí, que el fustigado templo sodomita , en su momento de esplendor tenía como bonus extra, un as en la manga. A la sesión de dos películas porno le seguía un show en vivo de una pareja de performers. El número, una patética coreografía mal ensayada y de pé-simo gusto, que solo levantaba al final con el desnudo total de una de las participantes, que munida de un bastón a lo Chaplin, pero engrosado en su espesor, hacía las delicias de la pla-tea. La banda sonora de “ Carrozas de Fuego “, completaba el show, junto con una voluminosa cicatriz vertical, residuo de alguna cesárea pasada de la actriz. Lo recuerdo, porque al momen-to, se me ocurrió incompatible con la estética del espectáculo stripper asistido.

Esteban Silva

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