domingo, 27 de marzo de 2011

Hay algo dentro del Mameluco





Hay algo dentro del Mameluco

Los inicios de todo inmigrante que se precie, no son sencillos. Máxime si a la latitud que se alude, es la oriental, para un latinoamericano. Porque para los argentinos, mal que nos pese, somos considerados así en tierras lejanas .Después vendrán consideraciones extras, incisos podríamos decir, donde nuestra nacionalidad, tiene ascendencia por sobre todas las otras en latinoamericanas, poniéndonos incluso, casi en el mismo nivel que un occidental clásico, como lo es un europeo o un norteamericano. Por lo menos en Japón es así. Nace ya desde el status de visa otorgado por Japón a nuestro país .A nuestra llegada sin requisito previo, automáticamente se nos otorga el visado de 90 días para turismo .Beneficio que ni siquiera tienen los descendientes de japoneses en el exterior, hablando perfecto el idioma, y conociendo sus costumbres. Para ellos se exige un visado especial que requiere la invitación de una persona con residencia fija en Japón, que a la vez es su garante, un pasaje ida y vuelta ( abierto por un año ), la suma de 2500 dólares en moneda constante ,y que una parte de esa suma sea en “ Travellers Checks “. Además de estos beneficios adicionales de índole burocrática, los argentinos estamos emparentalmente unidos a los japoneses por un sentimiento compartido que atraviesa el tango y su música folklórica : “ El Enka”. De temáticas similares, amores no correspondidos, añoranzas, filosofía, no les fue extraño a los nipones asimilar a el tango entre sus músicas principales. Una vez conocida nuestra nacionalidad, la empatía es tal, que invariablemente los lleva a enunciar todo el conocimiento del que son acreedores de nuestro acervo. Buenos Aires, a pesar de no poseer una colonia japonesa de importancia, está entre los destinos posibles en la mente de un japonés. Se ve en la calle, ante una requisitoria informativa, en el trabajo, asignando el sector más conveniente, y en infinidad de expresiones nimias. A cada desembarco de un trabajo nuevo en alguna región, invariablemente perdíamos cual lastre nuestros enceres en el traslado. Esto no era inconveniente, a las semanas era muy común recuperarlos en las inmediaciones de lugar, convenientemente abandonados en portacontenedores de objetos . Televisores con su control remoto,equipos de audio, lavadoras, juegos de palos de golf, menaje, electrodomésticos de los más variados etc. En su afán de renovación, los orientales se deshacen de sus pertenencias con una frecuencia, inadmisible por todos los latinos. A la llegada a un lugar, la primera disposición era la de proveerse de una bicicleta, para contornear las “ adyacencias “. Había extranjeros que tenían vehículos automotor. Por lo general adquiridos por una módica suma,o regalados por japoneses amigos. Es que en Japón rige un sistema particular para la compra de un auto. El vehículo, solo se adquiere, con la demostración fehaciente de una cochera, en el caso de que la residencia sea urbana, o un prepago anual de la misma. Con la suma inicial , se abonan los impuestos municipales, y la patente. Con duración de 4 años, se renueva en una primer instancia por otros dos, a los que seguidamente solo puede otorgárseles 1 año de permiso. En cada período de vigencia ( Shacken), se obliga a una revisión técnica muy exhaustiva del automotor, que por lo general insta a un recambio de neumáticos, sistema de frenos , partes del tren delantero, motor, etc. De manera excesivamente preventiva, se conmina a los usuarios a hacer los cambios pertinentes en talleres autorizados,por lo que es común que a partir del 7º año de uso del vehículo la ecuación de permanencia se haga insostenible ,no quedando más remedio que la compactadora, por la que se habrá de pagar u$s 500. Por eso, hay japoneses que transfieren gratuitamente sus coches a los extranjeros a modo de “presente griego” o los ceden a compañías que se encargan de exportarlos como vehículos usados al puerto de la zona franca de Iquique ( Chile ), los que posteriormente inundan el mercado informal carente de producción nacional, como Bolivia , Perú Y Paraguay. Aún estas condiciones tan favorables para la obtención, solamente aquellos extranjeros que decididamente fuesen a permanecer por un largo período, tomaban la decisión de hacerse responsables. Hubo un caso del que doy fé, un extranjero enterado de los valores en juego para la renovación del seguro, decidió deshacerse del mismo, arrojándolo desde una cuesta, a un cañaveral remoto de la región. Días más tarde el vehículo era devuelto como por arte de magia en el propio domicilio del interesado, con la consiguiente multa de acarreo. El propio sistema de mercado está diseñado para la renovación de sus unidades, desde la propia legislación se alienta al continuo cambio del parque automotor, en una estrategia que tiene ms visos de comercial, que interés por la prevención vial. Las motos corren la misma suerte, pero tienen menos controles que los anteriores. Comunmente abandonadas en áreas rurales, las tomábamos para nuestros quehaceres, evitando los controles de las regiones pobladas. De característica montañosa, el uso de las scooter, resolvían sobremanera, los trayectos imposibles de ser sorteados por bicicleta. No importando el maltrato, hacíamos uso de las mismas, en empinadas cuestas, de a dos y tres personas simultáneamente, provocando un desgaste prematuro, que derivaba en el fundido del motor. Pero en como todos los casos ,la vida transcurría el mayor tiempo abocada a las tareas fabriles, en jornadas de 12 horas promedio. El trabajo al que hago referencia, era un matarife de pollos en la región de Kagoshima. Unas 3 hectáreas divididas en dos cuerpos, uno de ellos hacía todo el proceso incial de troceo, el último. Filial de éste, se dedicaba a productos derivados del pollo de manera industrializada; nuggets , hamburguesas, pre cocidos, fiambres etc. Una franquicia americana llamada KFC, Kentuchy Fried Chicken..El sistema de trabajo japonés tiene como premisa interesar al trabajador en todo el proceso de producción, por eso los va rotando anualmente de sector, para que de esa manera esté disponible en caso de ser necesario. A mi arribo, el sector en cuestión era el de “ Nakanuki “ ( destripado ), una línea continua aérea de pollos, circulando colgados en ganchos destinados al procesamiento. A un ritmo incesante 50000 pollos desfilaban diariamente ante mis ojos. En el recinto, unas 40 señoras mayores participaban del proceso. Las tareas se alternaban , entre el esviceramiento pormenorizado, lavado, cerrado de cabeza y pezuñas del animal. Por tener el ritmo de una “ cadena de montaje”, cada integrante participaba en una parte ínfima del todo, pero diseñado así, cada puesto de trabajo es fundamental, para el sostenimiento de la “ Cadena “, Mi primer día de trabajo no fue fácil. A los nervios iniciales por el tipo distinto de tipo de trabajo al que estaba acostumbrado, le sumaba la sensación claustrofóbica del uniforme. Un mameluco integral de pies a cabeza, unas botas blancas hasta la rodilla, una cofia parecida a un “ Burka” de Afganistán, que dejaba al descubierto solo los ojos, una mascarilla protectora que cubría boca y nariz, un gorro por encima de esto,un delantalde goma, guantes y muñequeras completaban lo que yo creía un traje espacial. Previamente a ingresar al sector, se pasaba por una antesala inundada unos 20cm de agua clorada. El protocolo incluía el cepillado de la espalda con un rodillo de papel adherente, tarea que debía ser acometida por un compañero de trabajo. A pesar de que la ropa de trabajo era lavada diariamente, dichas previsiones se tenían, para lograr una asepsia del 100 %. En pleno ajetreo, a dos horas ya de dado inicio a la rutina diaria, un dolor indómito de estómago me hizo prever de la necesidad imperiosa de ir al baño. Imposibilitado de salir de mi puesto de combate ,no tuve más remedio que advertir al encargado que circulaba con una planilla del incoveniente. En un japonés seco y cerrado, apagado en parte por la mascarilla, la cofia, y el ruido infernal de las máquinas, me permitió ir al baño, no sin antes augurarme un rápido retorno al sector, temporalmente por él cubierto. Salí corriendo por lo laberíntico del complejo alcanzando a tiempo el sector de baños. En plena tarea, este se encontraba desierto, sin mayor compañía que la de una viejita limpiando los mingitorios , cosa muy frecuente, en los baños de hombres en Japón… Entre al baño, me deshice raudamente de los implementos del vestuario, al llegar al mameluco me dí cuenta que no sabía la norma de procedimiento en cuestión par el desove, deduje que la ropa sobrante del torso se envolviese oportunamente en el vano que hay entre las dos piernas en la posición de “ Cuclíllas”. Dado lo común de este tipo de baño para defecar, su adopción en Japón es frecuente debido a la posición favorable a la expulsión por colon estreñido producto de la ingesta mayoritaria de arroz en la dieta. Liberado el envío, y sin escuchar el destino acuístico del mismo pude percibir que infelizmente estaba depositado en el vano que hay entre las dos piernas, juntamente con la mascarilla , la cofia, el gorro y los guantes….Desembarazado de las partes “ decoradas “,llamé a la viejita, y puerta entreabierta mediante ,le describí el episodio en tres cortas palabras; “ Unko, Tzubón, Nakani”, algo así como:” Hay mierda dentro del pantalón”. Comprendido rápidamente de mi trance, aún en risas, la vieja me dijo que me quedase ahí y me providenciaría un uniforme nuevo del vestuario. Le pedí por favor, que el altercado quedase entre nosotros, y no fuese divulgado. A lo que me respondió con un gesto de su mano, desestimando toda advertencia. Al retornar ya al sector con la ropa nueva en su lugar, habían transcurrido 30 minutos de inciado el infeliz episodio. Una vez que transpuse la puerta pensé lo peor, mi jefe estaría con la peor cara al recibirme, Por el contrario, lo encontré con una risa desencajada, conjuntamente a las 40 viejas que operaban las máquinas, algunas se agachaban reproduciendo teatralmente el gesto de cagar. Todas las advertencias habían sido en vano. La vieja chusma, comunicó mi retraso, y la noticia corrió como reguero de pólvora. Fue mi primera experiencia de mameluco.


Esteban Silva

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