lunes, 28 de marzo de 2011

Las mascotas


Las mascotas

En mi familia tuvimos infinidad de mascotas a lo largo del tiempo. No todas ellas tuvieron asegurada su permanencia en el seno de la familia. Mascota que se precie, debía ganarse un lugar dentro de los “Silvas”.
Si bien su ingreso, en la mayoría de los casos venía de la mano de alguno de los dos integrantes menores. Su permanencia debía sortear el primer escollo expulsivo de importancia, mi vieja.
Siempre hubo animales que yo recuerde. Hasta cuando fui concebido ( soy el mayor de los hijos), un gato doméstico con dieciocho años de edad posaba en una foto con mi madre embarazada de ocho meses.
Tuve suerte de no contar con el felino en mi temprana edad…dado que nunca comulgué con ellos.
Lo que sí recuerdo desde que tengo uso de razón, fueron los perros como mascotas. A la edad de tres años, quedó registrado la primera impronta visual, un bóxer cachorro al que apodamos Hänz. Este simpático animalito nos acompañó por las primeras residencias a las que mis padres nómades nos asignaban.
Era tal la simbiosis con este cariñoso bicho que una vez, ( perfomance ) pinté todas las partes blancas de su cuerpo con excremento de la pelela, consiguiendo el homogéneo color marrón claro, característico de la raza.
El bóxer, es una raza ideal para compartir su tiempo con menores en una casa. Por eso no fue raro que al término del contrato de esta primera mascota, mis padres se decidiesen por otro de las mismas características.
Lo llamamos Hänz II, o Hänz simplemente.
A esta altura con cinco años, mi curiosidad y capricho exigía la presencia de otras mascotas en el hogar. Así fueron se integrando pollitos y patos, en el fondo del terreno que poseíamos, en nuestra casa de San Fernando.
Ahora que lo advierto, todos estos animales quedaron en la residencia a tiempo de una nueva mudanza de hogar.
Ya instalados en la capital, en una casa facilitada por mis abuelos, la primer mascota que se integró a nosotros fue un perro de raza Collie, al que apodamos de Pulky. Para entonces la televisión había puesto de moda la remake de “Lasie “, un seriado norteamericano sobre las aventuras de un perro de esa raza.
Los primeros meses de cachorro fueron amenos, pero para cuando hubo crecido, sus aullidos desde lo alto de la confinada terraza de la casa, pusieron fin a su permanencia, visiblemente cuestionada por la dueña de casa.
Sus contantes ladridos, y en especial su constante “ muda” de pelo, lo aislaban en el territorio de altura, lo que exasperaba aún más al animal.
Lo bueno de tener un animal de raza, es que a la hora de abandonarlo, siempre encuentra rápido un hogar sustituto. Esa era la lógica de mi familia…
Viendo la necesidad de un nuevo compañero del hombre, el destino vio desembarcar a un nuevo can.
Un pequinés cachorro que apodamos “ Duky”.
Este animal nos acompañó , por toda nuestra infancia junto a mi hermana. Es un animal dócil, pero traicionero.
Detesta a los animales de su raza, llegando a enfrentarlos a pesar de su disminuida talla. Se hace ladero de la persona que le dá de comer, tornándose caprichoso al máximo. Tiene un complejo de inferiodidad latente que le hace enfrentar a cuanto infante se le cruce en el camino. Fetichista, defiende a ultranza sus enceres, y desprecia los objetos como escobas secadores y cualquier objeto animado a pilas.
Tiene personalidad. Se cree un miembro más del hogar diferenciadamente, en su lugar.
Para cuando nuestra edad promediaba los diez años, una amplia variedad de mascotas se sumaron a nuestro entorno: Cobayos, hamsters, pececitos de las más variadas especies, tortuga de tierra, tortugas de agua, cotorritas, sea monkey´s ( como todo el mundo en la época), una pequeña temporada de un pingüino marplatense, y un malogrado Tritón ( especie de lagartija ), que no sobrevivió a un intercambio familiar con nuestros primos.
Todos estos animales, tenían nombres circunstanciales, pero sus propias características de baja sociabilidad, hacían de su existencia, una alegría temporal, que se extinguía tan rápidamente como sus exiguas vidas.
Para cuando el reinado del “ Duky”, llegó a su fin, yo me encontraba en posición de imponer la raza del nuevo compañero de hogar. Cansado de la menguada alegría que proporcionaba un perro de patas cortas, que no podía acompañar el ritmo de una salida a un parque , o tan solo la recorrida de el barrio. Elegí a una doberman como nueva mascota, la apodamos “ Eva”. Como la elección, había sido hecha por mi persona, y a tiempo de cumplir mis dieciséis años. Su cuidado me fue confiado, en el período inicial, donde estos bichos requieren su mayor atención. No contenta con esto, mi mamá ordenó el ingreso de una segunda versión de pequinés faldero que denominaron “ Robertino”.
Prematuras desavenencias entre los canes, provocó la pérdida del ojo del menor de estos, y la expulsión sin gala para la doberman, que no me encontraba en la casa como su protector, al momento de la disputa…
Fue la época también de un gato siamés apodado “Ramses”, que se vió inmortalizado en el álbum de quince de mi hermana menor, junto con otros gatos menores a escalas regulares.
Otra mudanza de hogar, dio por tierra con el siamés, que retornaba a su residencia de origen a tan solo dos cuadras. No hubo caso providenciar su retorno, se tornó callejero merodeando su antigua casa.
A tiempo de llegada al nuevo lugar, otro pekinés de nombre “ Niko”, iniciaría un nuevo legado canil.
Con su invariable característica de carácter , dejó un huella profunda en los visitantes de la familia.
Sobretodo en los rostros de las personas que se confiaban de su gracia homínida, que el estudioso animal tendía como trampa , para tener a su alcance la distancia necesaria para inferir su certera mordida.
Era una especie de Hannibal Lecter, no se importaba , si después fuese castigado por sus acciones. Lo perdía la adrenalina de la sangre humana, el contacto de su corta y peluda trompa chata contra la humanidad de las personas. Como el dictado popular “ yerba mala nunca muere “, tuvo una gran sobrevida en el seno familiar.
Fue un periodo acéfalo en la familia, solo merodeaba el hogar una gata de nombre “ Garufa”, diagnosticada con demencia animal, media autista, inerte, inexpresiva.
Cercano a nuestro hogar, estaba el establecimiento fabril de panificación que era la base de nuestra familia.
Justamente en ese lugar, se incorporarían las nuevas mascotas.
En las panaderías los gatos no se adquieren, estos vienen solos. Parecen advertir del lugar propicio para su actividad gatuna. La presencia ocasional de ratas, que es la base de su ocupación. El amplio terreno para sus actividades nocturnas. El alimento al alcance, dado la variedad de personas que intervienen en los procesos de elaboración, ocasionalmente algún plato de leche..
Están a sus anchas, sin la presencia molesta de los infantes de hogar. Con la libertad de recorrer pausadamente el establecimiento en las horas diurnas buscando el relleno propicio para sus adoradas siestas.
“ Sócrates”, fue un gato que completaba todos estos ítems. Cumplía a la perfección su rol de cazador, quedándose a veces días en la boca de una rejilla a la espera de su presa. Y no por cumplir con su instinto es que descuidaba el trato con humanos, esperaba con cariño a mi padre y lo acompañaba en todas las actividades dentro de la panadería. Su estirpe dejó infinidad de descendencia en el barrio.
Una perra también dejó su impronta en la panadería: “ Alma”, una cruza entre un labrador negro y un Rotwailer. Dando como resultado un labrador de mayores proporciones, pero con carácter remanente de Rotwailer. Su función, era la de imponer respeto en el perímetro de la panadería, para cuando la ocasión lo requiriese. Entendía perfectamente su función. Dentro del terreno a su cargo, cada nuevo integrante le debía ser presentado por el dueño. Una vez presentado, podía pasear libremente sin su cautelosa mirada penetrante de Rotwailer.
Cuando tuvo la edad suficiente para tener cría la hice cruzar con un labrador marrón, a la espera de recuperar la estirpe labradoresca de sus genes.
Por intermedio de un paseador de perros, me puso en contacto con un macho de su edad para ser servida.
Al llegar a la casa del macho, perdió toda su actitud altanera, colocando el rabo entre sus patas.
Apenas presentada, el macho anfitrión la montó rápidamente dando a entender perfectamente que tenía su instinto reproductor “ Intacto”.
La veterinaria me había recomendado dejarla “el fin de semana” en lo de el macho, para asegurarme la preñez.
Al día siguiente, la dueña me “recomendaba”, retirar a mi perra, montada más de treinta veces, al momento de la llamada..
En poco tiempo “ Alma “, paseaba su abultada panza en procura de el lugar ideal para el alumbramiento.
Convenientemente, yo le había acondicionado un sector de poco movimiento, debajo de una escalera.
Una manta gruesa, para su descanso y una madera lateral que tapiaba la vista, a la actividad prevista.
Mudé su plato de comida a ese sector como para que entendiese de inmediato la relación propuesta.
Los días previos al alumbramiento, pareció entender a la perfección los pasos previstos para su cuidado.
Pero próxima a dar a luz, excavó un pozo de grandes proporciones en el terreno del fondo de la panadería.
Un pozo de unos veinte centímetros de profundidad, por un metro de diámetro aproximado.
Al día siguiente paría doce cachorritos hermosos, que al paso del día disminuirían considerablemente.
En un rapto canil, se llevó todos sus cachorros en la madrugada a ese pozo de tierra, no considerando la profusa lluvia que sobrevenía al momento del traslado. En la maniobra algunos de sus cachorritos perecieron.
Una vez trasladada a la fuerza a su destino previsto, mudó su cría a un cuarto cercano donde se apilaban las bolsas de harina para el pan.
En el recinto, en un rincón de el, reposaba una gata con sus gatitos recién nacidos.
En un principio los dos animales se ignoraban por completo.
La torpeza de la perra, en sus ladeos de amamantamiento sofocó a varias de sus crías menos favorecidas.
Cuando hubo de estabilizarse en cinco el número de ellas, la perra en un episodio confuso, raptó la totalidad de la cría felina para sus tetas libres.
Para cuando nos enterábamos del suceso “ Alma” reposaba en una esquina con diez cachorros: cinco de perro y cinco de gato. La gata rondaba a su lado profiriendo aullidos de disconformidad, pero advertida de la furia de la perra que a cada intento de acercamiento le mostraba ostensiblemente sus dientes..
Nuestra intervención , puso término al delirio “ Integracionista “ de la atribulada perra.
Retornando las crías felinas, a la especie indicada.
Y dando por fin, el coleccionismo hobbista ,que nosotros erróneamente denominábamos mascotas...

Esteban Silva

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