lunes, 8 de agosto de 2011

Las 3:33 AM.




Las 3:33 Am

Emiliano Dieheart despierta a las 3:33 AM en la quietud de su hogar. Sabe de la hora exacta a través de su reloj pulsera que invariablemente lo acompaña.
En la negrura de la noche ,el destello luminoso del display le da un panorama de su cuarto.
Su mujer lo acompaña de su lado con un pesado ronquido.
Había sido una semana difícil.
Tras un infarto que lo retuvo una clínica por cinco días ,se encontraba ahora en franca recuperación. Este desvelo inoportuno en horas de la madrugada se debería al desfasaje de horarios y drogas remanentes de su internación. Así reflexionó.
Pero al cabo de tres horas, con los rayos de sol filtrándose por la ventana, se hacía evidente que no retomaría el aliviador sueño tan temprano.
Se levantó, e hizo un té en la cocina a puertas cerradas. Con esto, quería evitar a todas luces el deslumbramiento de su esposa, que tanto había somatizado el episodio durante su transcurso.
Tuvo tiempo para pensar lo improcedente de su conducta alimentar. Miró por la ventana. Mientras acercaba la taza de té a sus labios se concentraba en la línea del horizonte. Acaso, proyectaba sobre su futuro y los cambios de hábitos recomendados por los doctores. No era un sedentario formal ni tenía sobrepeso. Empero, su condición de diabético no insulínico, lo había situado en la misma condición de riesgo coronario que la de un paciente obeso. Sabía de estos pormenores, pero hacía caso omiso con liviandad. Creía que su temprana edad de cuarenta y tres años, lo salvaguardaban de cualquier incidente cardíaco al menos, por una década más. Lejos de eso, un infarto de miocardio en la mañana fría del 1° de agosto lo devolvió a la realidad.
Al transcurrir su primer día oficial de hogar sin sobresaltos, daba por concluida una jornada en la que habían abundado las visitas. Junto con ellas, arribaban a la biblioteca media docena de libros, que eran los deseos de buena voluntad para su estadía fuera del circuito laboral. Si a eso le sumaba un sinnúmero de títulos en los que la lectura había sido abortada, o la creciente colección de las obras completas de Borges ( a la cual estaba suscripto semanalmente ) su misión sería imposible.
De cualquier forma, se sentía a gusto con ellos. Desde su arribo al departamento que había adquirido junto a su mujer, prometió en su interior no poblar las paredes de pesadas bibliotecas que poco aportaban en el contemporáneo mundo globalizado. A pesar de ello, tras dos años de morar en el edificio, subrepticiamente y a cuenta gotas, se fueron incorporando una cantidad visible de material de lectura que reposaba en ambas márgenes de la cama, en el vano de dos mesas de luz.
Juró vivir en un ambiente despojado. Babel tendría su hito en la habitación de huéspedes. Un moderno ordenador era el enlace con el exterior y el entretenimiento.
Después de chequear sus redes sociales por enésima vez ( y a pedido de su mujer ) regresó al cuarto matrimonial a la hora doce. Cansado, de una larga jornada en la que abundó el racconto amarillista, se despreocupó ahora sí, a entregarse al sueño reparador. Dio un beso, abrazó a su compañera e internó su pesado rostro en la almohada.

Al abrir sus ojos nuevamente tuvo la sensación de un deja vú.
El lapso transcurrido era tan corto que el cuerpo no lo registraba como descanso. Con la pupilas dilatadas por la adaptación a la oscuridad hizo un esfuerzo por comprobar que este reciente insomnio no tenía orígenes físicos. Comprobó fehacientemente que no tenía dolor alguno, Ningún signo vital relacionado con una cardiopatía podría comprobarse. Estiró su brazo y palpó toda la línea que va desde su dedo menor, hasta su bíceps. Nada se encontraba adormecido. Bien.
Dio dos bocanadas profundas de aire para medir su capacidad pulmonar. Lo normal pensó.
Ahora sí, tras inhibirse de forma premeditada de su acto reflejo, pulsó el botón de su reloj pulsera.
Las 3:35 AM. ¡Mierda! Pensó, otra despertada anticipada. Rápido de reflejos, recordó la hora similar del día anterior. Lo atribuyó a la simple casualidad. Pero en su disco rígido flotaba el dato tan particular de la “ coincidencia” horaria. Si descontaba el tiempo en que había chequeado sus funciones vitales, de seguro obtendría una marca muy cercana a la noche anterior…
Abandonó el devaneo estéril y se propuso continuar con el sueño infructuoso.
Los ojos cerrados giraban alrededor de las órbitras en pleno auge. La mente funcionaba a mil.
Sucesivas imágenes propias de la actividad diurna se envalentonaban en el cerebro pidiendo por actividad física. Intentó no doblegarse a ese deseo abyecto de su mente por una hora más. Cuando por fin se vio rendido a la inevitabilidad de emprender otra jornada elaboró prematuramente una estrategia a seguir. Si este síndrome de apariencia recurrente se instalase, sería necesario tomar medidas precautorias. En lo que iría del día intentaría descansar y a la noche se impondría un toque de recoger a la altura de las circunstancias.
Un segundo día con características similares al primero le quitaría todas las horas de la tarde en inacabables visitas.
Más volúmenes acumulados, más souvenires de ocasión. De todas formas y a pesar del cansancio notable, sus pupilas no evidenciaban sueño. Con mucho esfuerzo , resolvió cenar bien temprano para acertar el tiempo remanente de descanso. No le comunicó a su mujer de las particularidades de lo acontecido, simplemente le contó que había dormido muy poco los días anteriores.
Clara, que tenía una rutina muy establecida junto a él lo dejó hacer. Prefirió la soledad de la mesa del living para planchar la ropa acumulada. Encendió el televisor y bajo el volumen a un nivel inaudible desde el cuarto en dónde reposaba su marido.

Cuando por tercera vez consecutiva abría sus ojos en la madrugada, Emiliano Dieheart comprobaba de forma automática lo que su presunción ya había elaborado: Sí, la 3:33 Am con treinta y tres segundos exactos.
No se molestó en comprobar sus funciones vitales que se encontraban intactas. No obstante, implicancias de orden espiritual se instalaban firmemente entre sus preocupaciones.
A destajo su mente raciocinaba por querer encontrar soluciones científicas en contraste con su sentimiento. ¿ Le habrían instalado algún artilugio electrónico que debido a su mal funcionamiento disparaba esa alarma en el horario indicado?. Imposible. En su estancia en la clínica y a pesar de la reanimación exitosa de que había sido objeto, no le habían intervenido el corazón en la ocasión.
En su conocimiento previo sobre la técnicas corononarias, sabía que un marcapasos sólo era posible intervención quirúrgica mediante. Nada de esto había sucedido. Solamente fue necesaria una angioplastia y la colocación de una válvula Stent que desobstruyese la arteria afectada.
El suceso de la reanimación fue de hecho más grave. A su parada cardíaca en curso de infarto, un médico peruano de guardia resolvió exitosamente el incidente. Desfibrilador mediante, envió la cantidad necesaria de potencia para la re animación. Y con las drogas en los dosis acertadas consiguió retener la vida de su recién ingresado paciente.
Por eso, ahora, su principal duda en el planteamiento de está incógnita era quién , o qué cosa disparaban la alarma a las 3:33 Am todos los días. Para qué y con qué objetivo era partícipe de ese suceso numerológico ¿Qué pasaría si la bendita hora lo encontrase despierto? Que paradoja temporal ocurriría si se despertase en ese lapso en otra dimensión. Concluyó precipitadamente que sería el equivalente a despertar en el más allá, y por consiguiente estaría muerto.
Sería una advertencia lo que operaba en su vida entonces. Vaya a saber por qué motivo la vida le brindaba una oportunidad más y con qué propósito.
A partir de aquel momento , se propondría investigarlo.

A la mañana del día siete respecto de su intervención enfiló junto a su esposa para la clínica en dónde había sido tratado. Había resuelto hacer algunas indagaciones aprovechando la retomada de sus estudios y actividad cardiológica. Una vez concluída la visita, se dirigió a la unidad de terapia intensiva en dónde fue atendido. Quería agradecer por su vida. Pero también quería preguntar por cualquier episodio fuera de lo normal relacionado con la cama uno.
Debía actuar con perspicacia claro. No habría de exponerse al escarnio que se produciría si comentase los pormenores acontecidos hasta el momento. Saludó a las enfermeras. Hizo lo propio con los médicos de guardia. Aprovechó el cambio de turno de las enfermeras e invitó a un almuerzo en la cafetería del bar del Sanatorio. Esa, sería la ocasión propicia para ( historia personal mediante) investigar acerca del particular y anómalo suceso. Sin querer había trabado una sencilla amistad con aquellas mujeres que le habían soportado sus berrinches en la estadía. Por eso, si ambajes preguntó acerca de los sucesos anormales de la cama “ uno”. Ellas quedaron atónitas ante tal inquisitoria. Hicieron un silencio largo como meditando si confiar o no un secreto profesional.
Al final , una de ellas se animó tibiamente a revelar a ese sobreviviente los pormenores del caso.
Efectivamente, la incidencia de muerte en ese lecho era del cien por ciento.
Ahora, el atónito era él.
¿Cómo habría logrado sobrevivir a tan determinista profecía? .De todas formas las enfermeras advertían a Emanuel Dieheart que la incidentalidad de la “ cama” estaba dada por la asignación de casos de ultra gravedad. No oyó estas últimas palabras. Estaba intentando conectar al doctor Peruano con el hecho de haber sobrevivido. Preguntó por él. Le contestaron qué ya no se encontraba en el país. Que había regresado a su país en los días siguientes a mi partida
Apuró la reunión confraternizadota con una pregunta final: -¿recuerdan a qué hora se me hizo la re-animación?. Sí, ( respondió una de ellas ). A las 3:33, está marcado en la historia clínica…

Ahora, sin el artífice principal del acto esotérico sería difícil continuar con la investigación. No obstante Emanuel Dieheart no se dio por vencido. Intentaría sacar conclusiones estudiando detalladamente su epicrisis. Entonces, recordó la circunstancia que concatenaba la sincronicidad de los sucesos.
Había oído el pit de alarma predeterminada de su monitor de funciones vitales. En tren de broma logró sincronizar su hora pulso a la de la máquina a sus espaldas. Lo había registrado al partir de esa unidad .Comprobó como después de varios días transcurridos ambos relojes marchaban a la par y se marchó sonrientemente. En la actualidad dicho acontecimiento no le resultaba para nada gracioso. Cómo ese simple instrumento de medición anclado a su muñeca era una extensión maquiavélica del monitor en cama “ uno”. No lo sabía. Tampoco sabía sobre que conjuro animista había sobrevivido al fatal desenlace. Todo tendría un objetivo, se dijo para su interior.
Reflexionó que si su ser estaba desdoblado en dos planos de existencia, ese número jugaba un papel clave. Inmediatamente pensó en 3:33 x 2 = 666… La llamada de la muerte, o el siseo de la serpiente representada en “ La Bestia”. Volvió a sonreir de sus infantiles conclusiones.
A la semana siguiente su médico de cabecera lo auscultaba en su consultorio. Se encontraba repuesto y de buen humor. Seguía despertándose en la hora señalada, pero ahora había adaptado su ritmo a tales circunstancias. El profesional habituado al optimismo de las recuperaciones rápidas intimó a su paciente a levantar el pie del acelerador. No podía advertir el pulso en el pecho de Emanuel y se preocupaba visiblemente. Intentó en varias ocasiones y nada. Sin decir nada a su paciente pasó a un instrumental de mayor fiabilidad. Una vez activado el electro cardiograma la señales de vida no aparecían. Se disculpó , de alguna manera su instrumental se habría afectado con algún fenómeno metereológico y se encontraba inoperante. Para sus adentros se cuestionaba seriamente su rol de médico y su incipiente sordera. Al cabo de treinta minutos infructuosos resolvió dar por concluída la entrevista y derivarlo a un centro de importancia para mayores análisis. Había reunido un frondoso material de historia clínica solicitado a la clínica. Se lo confiaba a Emanuel Dieheart con la orden de derivación.

A su regreso a casa, Emanuel estuvo concentrado en el electro cardiograma de la hora cero.
Intentaba sacar conclusiones alfa numéricas de las sumas de los ritmos sinusales. Se fijó en todos los signos vitales. Habían ocho registros completos de las primeras dos horas de asistencia.
Estudió los otros valores que acompañaban a la frecuencia cardíaca. La frecuencia respiratoria, la saturación de oxígeno y la temperatura periférica. Sumó los valores asignados para cada guía y obtuvo un número síntesis. Cada uno de esos electros arrojaban un número distintivo, variables de una ecuación X. El número obtenido era : 6, 3, 2, 5, 8, 9, 9, 1.
De ahí al ordenador para obtener pistas.¿ Un número de documento?. Pensó en su padre fallecido de origen español y la numeración coincidente con el Registro para Extranjeros.
Sintió escalofríos. Al chequearlo comprobó que a pesar de ciertas coincidencias ( cantidad de dígitos, inicio y fin ) el resto de los valores no se correspondían.
Pensó en un número de expediente en alguna causa en que hubiese tenido intervención. Sería imposible su verificación. Probó con coordenadas . Un punto en el medio del océano Pacífico certificaba su despropósito. Así , pasó el resto de la tarde y los sucesivos días con tal de obtener un resultado de su incógnita. A tal punto se obsesionó con la ecuación que pensó desvariar.
Encontraba infinidad de soluciones a su acertijo. Pero después de arribar a precipitadas respuestas las desechaba tan rápido como las había propuesto. Al octavo día de su búsqueda se dio por vencido. Salió a la calle con el número en mente intentando cambiar de perspectiva y de humor.
A escasos metros de su edificio ingresó en una agencia de juegos de lotería y solicitó el número indicado. Por suerte el agenciero rastreo la cifra indicada, y prometió obtenérsela para esa misma tarde. Era un sorteo nocturno . En esa misma tarde retiraba el boleto de lotería con la certidumbre de no obtener beneficio alguno. El premio un pozo acumulado que rondaba los seis millones de dólares. Nunca se había hecho ilusiones con los juegos de azar. Si intervenía en este, era tan sólo para acabar las posibilidades, y para de paso tentar su suerte.
A tal punto se desinteresó del asunto que no procuró por el sorteo en aquella noche de emisión.

Al día siguiente ( mañana del sábado ) Emanuel Dieheart se aproximo al puesto de periódicos con un objetivo. Comprar el diario que le permitiese recortar el cupón , y así obtener el beneficio de adquisición de su querida “ Obras Completas”. Pagó al diarero el precio convenido y leyó distraídamente la portada del libro: “ Un Modelo para la Muerte” ( 1946).
En ese preciso instante le vino a la mente las instancias del sorteo y resolvió verificarlas.
Buscó en las páginas indicadas hasta dar con el resumen de los premios.
Cuando su vista se detuvo en el número indicado su alma quedó perpleja. En ese instante de lucidez comprendió a la profecía. Ya era tarde:
Un dolor masivo de miocardío se apoderaba de su vida. El pesado y perplejo cuerpo se estrellaba contra la acera dejando escapar al libro y a las páginas del periódico que ganaban altura con el viento.
Nunca supo, que la muerte le había jugado una broma pesada, en le breve lapso de tiempo en que escapó de su redil, volviéndolo a enlazar.


Esteban Silva


2 comentarios:

  1. me gustó. El relato tiene ecos de Borges y me turba ese empeño en obcecarnos en nuestro propio destino. Saludos

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