sábado, 6 de junio de 2015


El jueves pasado hubo una marcha por la afirmación de los derechos igualitarios de la mujer. Por acciones concretas de los gobernantes, y por la concientización en general de la población en la denuncia y seguimiento de los casos de feminicidios o acosos a la mujer.
Yo no me manifesté. En principio, no porque no estuviese de acuerdo. Porque, obvio, si lo estoy.
Pero ese principio me parece tan básico, tan inenudible, que enunciarlo solo, me parece una obviedad.
Claro, las acciones masivas están propipiciadas para la participación y el forzamiento a la toma de medidas.
Este fenómeno que ahora se destaca, yo lo advertí hace mucho años. Pensaba, como todos, que estaba más restricto a las sociedades patriarcales del interior, o a los estratos sociales más bajos. La constatación de los últimos años, nos muestra que no es así. La violencia de genero atraviesa a la sociedad en clases sociales, edades, posición económica etc.
Es algo mundial, pero sobre todo latinoamericano, del fundamentalismo árabe y de varias sociedades primitivas.
Para mí, pedir por los derechos de la mujer, es cómo pedir por el aire que respiramos, por el derecho a la libertad o a manifestarse.
No soy partidario de los slogans. Son un reduccionismo.
Pero entiendo a dónde iba apuntado. A poner en claro el humor popular, y a exigir a nuestros gobernantes decisiones más firmes en los casos denunciados o en curso. Y a crear un estado de alerta en la sociedad para que, ayuda mediante, se detecten tempranamente estas conductas deleznables.