sábado, 19 de abril de 2014

Virago 535

Después de todo, Ángela había accedido al pedido de acompañarme por curiosidad y porque no, era tiempo de ensayar nuestra unión frente al mundo.
Así lo creí tras meditarlo largo rato. Este tipo de encuentros, dónde concurren cientos de motociclistas era el ideal para ver su comportamiento. Las miradas esquivas llenas de interrogantes, las charlas temáticas que ofrecen poca participación al neófito me contuvieron al principio. Si ella se sentía incómoda en esta primera ocasión, nuestra relación permanecería por largo rato dentro del ámbito privado, que por otra parte, era al medio habitual al que la sociedad designaba para estas relaciones.
Todos estos interrogantes me asaltaban a la hora de proponerle la salida.
Nos habíamos conocido tres meses atrás en una convención de Tattoo, en el centro de exposiciones que queda al lado de la Facultad de Derecho.
Yo estaba hurgando en un stand de camperas de cuero. Ella hacía lo propio ( creo ) con unos jeans customizados. Un artesano les había agregado una ancha banda de cuero en ambos laterales. Es ese tipo de vestimenta que usualmente se utiliza en las motos choppers tradicionales. De repente, al verla sola, la pensé fuera de contexto.
No es que necesariamente una concurrente a una feria temática deba responder a un standart, pero de cualquier forma, debe haber cierto grado de verosimilitud en la escena.
Ella, de larga cabellera rubia a la cintura, en un jeans celeste clásico sin ornamentos con chaleco a tono y blusa blanca no encajaba del todo con la fauna del lugar.
Al llegar, la vendedora preguntó acerca de mi interés en las prendas que había ojeado, como es habitual. Respondí interesada en una de ellas, más por compromiso que por interés real. Lo cierto es que ante la insistencia de la chica, fui dirigiada a probarme una de las camperas. Entonces en el probador, en esa arena mágica de múltiples caras dónde la vanidad se hace cuerpo en forma de cristal la recuperé.
De pie junto, acomodando a duras penas una calza de cuero en su anatomía prominente. Taconeando suavemente en la alfombra, para acomodar sus largas piernas en el receptáculo de cuero. Al mismo tiempo que jalaba de la cintura, acometía sin piedad con sus manos en la unión de su naturaleza con las piernas.
En vano, la vendedora por detrás, tiraba de la cintura, en un último intento por acomodar ese tráiler en tan estrecho parking.
Tal cómo lo imaginé para mi beneplácito, fue necesario recurrir a una talla mayor para zanjear las dificultades existentes.
En eso estaba, cuando nuevamente fui interrogada acerca de mi prenda.

-¿ Y qué tal te fué linda?-

- Bien ( contesté ), pero sabés qué, traeme la del parche con flecos que quiero sacarme la duda...-

Con esto yo ganaba minutos preciosos y un justificativo, para seguir estando en ese probador en presencia de un espectáculo sin igual.
No fue fácil, desprenderse de esa prenda de cuero para ella. Por un movimiento infructuoso de su removida, el pantalón se había trabado justo por debajo de las nalgas, dejándolas al descubierto. Incólumes al sufrimiento de los allí presentes, recibían la reflectante luz del probador junto con las caricias de su larga cabellera.
Y en ese instante crucial, de geometría incidental y casuística, nuestras miradas se cruzaron.
Ella se sonrió, y continuó con su infructuosa tarea. Yo deslice una mirada procaz que lo decía todo. Y fue sin querer, nuestro primer acercamiento.

Para que ahondar en detalles preliminares. Nuestra primera cita fue en un hotel de Constitución. Uno de esos en dónde no hacen preguntas, en dónde están acostumbrados a una variopinta fauna de especímenes, por afuera de sus inclinaciones sexuales.
Pero lejos de constituir un encuentro promiscuo o vacío de sentimientos, lo nuestro fue un ensayo. Una puesta a punto que probasela química necesaria entre cuatro paredes.
El punto de partida para una relación, la confirmación del feeling necesario que dé espacio a la construcción de algo. No sabíamos qué.

Por eso, volviendo al tema del encuentro de motos, el principal escollo al que nos enfrentaríamos era al estereotipo. Esa imagen natural que se tiene del ámbito por naturaleza machista, en dónde la mujer tiene un simple rol de acompañante.
Eso yo lo tenía claro. Por el continuo acompañamiento de foros y páginas afines, sabía de los pormenores del caso. Hacía caso omiso, en mi interior anticipaba que el contacto real con el grupo, disipara estos interrogantes.
Ya mi presencia con anterioridad en estos eventos había pasado desapercibida.
El hecho de ser la única mujer sola en medio de tantos hombres, no había levantado mayores sospechas. Claro, la afición que allí nos reunía dejaba de lado cualquier suspicacia. O mejor aún, por encima de está, se imponía claro el espíritu de camaradería sin miramientos, que estos lugares ofrecen.

No lo tenía claro para entonces. Ahora sí. Tamaña asunción de roles merece ser estudiada . Acelerar de a poco pero a fondo. Acompañar las curvas de a dos, en un mismo vaivén, para no ser presa fácil del desequilibrio colectivo y marginal que normalmente atropella.

- ¿Vamos Isabelle? -( Dijo ella en el típico tono dulzón que la caracterizaba )

Saqué el pie del estribo, puse la llave en el cerrojo y di start.
Una curva abierta, toda la potencia en el puño de mi mano derecha y ciento treinta kilómetros de regreso a la capital.
Nada más.

Esteban Silva