viernes, 3 de junio de 2011

La oscuridad del pasado




La oscuridad del pasado

Atrapado en un mundo de sombras vivía Coquito. Una urna mortuoria con restos humanos, descansaba junto a su regazo. Ni el frío plomo en su sien había podido acabar con su martirio.
En un accidente de automóvil, aplastó el cráneo de su pequeño hijo contra el paredón del garaje de casa.
Su mujer, tras las exequias, se ahorcó en su habitación. Una cuerda tensa sujetaba el cuerpo de la desdichada por debajo de la banderola de puertas altas, abiertas de par en par.
Al ver el drama consumado Coquito intentó al encuentro de sus amados seres. Se disparó con su revólver calibre 38” en la cabeza. No pudo conseguir su propósito.
Y para la posteridad, quedo preso del recuerdo imborrable. Sin emitir palabra, autista, ido.
Acompañado por la asistencia de su padre y hermana transcurría sus días en una habitación lúgubre de su residencia. Su cuarto era de una oscuridad impenetrable . Sin energía eléctrica, sin ventanas, con la única puerta de acceso a un corredor sombrío. Lugar que abandonaba, para emprender largos recorridos por la acera junto al cigarrillo que tenía por oxígeno.
De mirada fija y penetrante, recorría con exactitud el sendero invisible trazado en su mente. Cualquier objeto o persona que se le atravesase era objeto de problemas. En oportunidades, estallaba en un ataque de ira incontenible, que solo tenía fin cuando era internado por temporadas en el hospital neuro-psquiátrico.
Para la década del setenta, estos cuadros cercanos a la locura, se toleraban sobremanera.
Vestido con el ajuar de cuatro décadas pasadas, su imagen era aterradora. Parecía un cuerpo exhumado en buen estado de conservación. Su piel pálida y amarillenta, sus uñas largas y descuidadas. El cabello engominado hacia atrás de manera abrupta. Un cinturón a la altura del ombligo completaba el cuadro.
Las inclemencias del tiempo no lo afectaban. Aún con lluvia ejecutaba su repetida marcha. A horas de la noche se conducía a su habitación para descansar. Apoyado en el borde de la cama y con la mirada fija, apoyaba sus manos sobre las rodillas. Debajo, un constante temblequeo de sus piernas vislumbraba el drama contenido, a la espera de desenlace.
Por los años ochenta aún se lo veía transitar por su habitual sendero purgatorio. Diez años después, muertos ambos familiares que lo cuidaban, no se lo vio más en el barrio.
Las paredes de la roída casa se tapiaron con carteles publicitarios de punta a punta, y la propiedad quedo abandonada a su suerte por otros veinte años. Recientemente, con el boom inmobiliario, se puso en venta el terreno.
Cuando dieron los primeros embates de demolición, se encontraron con el extraño hallazgo.
En una de las habitaciones selladas a oscuras se encontraba un hombre de aspecto singular.
Alertado por las sirenas de la policía, un nutrido grupo de vecinos se acerco al lugar. Sus ojos no creerían lo que presenciaban. Acompañado por dos oficiales que lo sujetaban de los brazos estaba Coquito, aún más blanco por el polvo de la demolición. La misma visión de antaño estaba presente en ese instante.
Su rostro joven y terso, de una persona cercana a los cuarenta años. Sus ropas anticuadas y oscuras de fines de los años treinta. La misma mirada. La misma urna de madera en sus brazos…


Esteban Silva

1 comentario:

  1. A Eleanor Smith y Kari Lina les gusta esto.


    Jordana Judkevich :que fuerte! muy bueno

    ResponderEliminar