martes, 10 de julio de 2012

Recuerdos alterados


Mediados de los noventa. Me encomiendan retirar un mueble, de una casa familiar que había estado cerrada por veinte años. Tome la tarea con entusiasmo. Por un lado, me re encontraría con un espacio físico muy querido a mis afectos. Por años, esa casa había sido de mis tíos. Parte de mi infancia transcurrió incidentalmente en ese hogar.
Para entonces, todo ese núcleo familiar había emigrado a otras fronteras. A cuidado de sus abuelos, la propiedad avizoraba un destino herencia póstuma.
A pesar de que la partida de mis tíos había sido programada, nada de lo que había dentro de esa casa fue retirado con fines gananciales. Los muebles de estilo, los enceres, el equipamiento del hogar, todo se encontraba intacto. Con sus particularidades, claro.
La encomienda en cuestión, era retirar un sofá. En uno de los negocios de mi padre, un amplio sótano se encontraba vacío. Por tal motivo, previa autorización de mis tíos abuelos, podría retirarlo, con todo aquello que me interesase.
Me dirigí a la propiedad con una camioneta. La puerta de entrada estaba tal cual la recordaba. Dos vueltas de cerrojo para cada una de las tres cerraduras fueron necesarias.
La puerta de roble se abrió lentamente y con esfuerzo. A su paso, las hojas y los volantes deslizados por su parte inferior dificultaban la apertura. Fue necesario un empellón con el hombro para transponerla. Un vaho a humedad fue el primer contacto con la casa. Intenté en vano accionar los interruptores de electricidad. El servicio había sido interrumpido hace años. No me quedaba más remedio que transponer un pasillo a oscuras antes de interesar una de las cortinas de madera. La casa, era una construcción de los años sesenta. Al frente, un pasillo corredor comunicaba con la vivienda. Al costado un local comercial hacía de fachada, indemne al paso del tiempo. Por otro lado, facilitaba el cuidado de la propiedad en caso de inclusiones.
Es que el contacto con el exterior, era tan solo esa puerta integrada a la fachada comercial. Bien podría suponerse, que la puerta fuese parte del negocio.
Como un tesoro oculto a la vista de todo el mundo. Como aquellos que se encuentran en las necrópolis de Egipto pensé.
Pero mi tarea para entonces era más terrenal. Franqueé los veinte metros de pasillo oscuro hasta la sala principal. Una leve luz cenital venía desde la cocina. Recordé la lucarna de la terraza, que en mis días de chico visitaba insistentemente.
Al arriostrar la cuerda de la cortina, temí que el paso del tiempo acometiese. No fue así.
Con las dificultades del caso, el amplio ventanal fue cediendo paso a la luz una vez más en esa casa.
La primera sensación que tuve fue de incompatibilidad. Incompatibilidad con el recuerdo añorado de mis días de infante. Una desproporción del espacio abismal.
La sala, que en mis recuerdos poseía un tamaño descomunal era tan solo un acomodado recinto de cinco por seis metros. La perspectiva de los muebles había cambiado.
Esa visión que mi vida de infante me había proporcionado, colisionaba ahora con la constatación de esta otra realidad. Ese plano secuencia alrededor de la mesa principal al correr entre las sillas. El tamaño de la araña , con sus lámparas imitación de velas.
Los cuadros con motivos marinos de las desvencijadas paredes. La vitrina de vidrio en un rincón. El modular con mesada de mármol.
Se me ocurrió de pronto, que los objetos vistiesen el carácter de piezas arqueológicas.
De un pasado cercano y personal. Pero arqueológicos en fin.
Antes de retirar aquello a lo que había sido encomendado, recorrí la casa.
Varias manchas de humedad se habían apoderado del lugar. Una capa de polvo cubría de forma regular todo el hogar.
Aún con la experiencia de la sala, no dejaba de asombrarme cada recinto. Es como si a cada paso traspusiese una recámara..
La cocina, iluminada por la luz cenital me impresionó. Era set ambientado en la década del setenta. Una heladera Siam en uno de los rincones puesta en diagonal. Una mesada cementicia roja con incrustaciones en negro y blanco. El calefón con su manija sobresaliente. La cafetera de aluminio puesta en una de las hornallas.
Todo me parecía habitual y cercano. Pero el detalle más concluyente de la partida de mis tíos estaba en la pared. Un almanaque de arranque, con su última fecha intacta:
19 de Abril de 1979. Tal precisión de repente me pareció atemporal.
A esta altura y fuera de todo registro incidental, esa fecha se me aparecía crucial en la vida de esa familia. Medité en ese instante los pormenores de su partida.
No pude obtener datos concluyentes. Todo estaba muy recortado en el recuerdo. Apenas si documentaba cierto cambio laboral favorable en el exterior. Y punto.
Es que el recuerdo fragmentado que la memoria de un chico ofrece es tendencioso pensé. Teñido de los aspectos beneficiosos particulares. Sesgado por la débil apreciación de caracteres y conflictos. Despojado diría..
Pero en la actualidad, en la plena conciencia que la madurez otorga, me asaltaban mil dudas. ¿ Qué razón de peso obró en el pasado, para que con tanta diligencia se deshiciesen de esa casa?. ¿ Porqué el desapego a los objetos personales que formaban parte de su vida para entonces?. Eran, preguntas de un presente inquisidor y revisionista.
La verdad ( aparente ), que un presente acomodado , y la dilatada vuelta al país, habían postergado las tareas extractivas indefinidamente y para nunca más.
En los cuartos, la herrumbre se apreciaba nítida. Las camas húmedas y rancias. Los placards estaban deshojados de su recubrimiento superficial.
Solo por curiosidad, hurgué en ellos. La ropa de invierno se encontraba colgada en los percheros. Camperas de cuero, gamulanes y otras prendas para el frío que no serían necesarias en el destino escogido. Nada de lo que había ahí, servía en la actualidad.
Diminutas manchas de hongo se habían apoderado de ellos.
Recordé vagamente a mis tíos y primos con esas prendas.
De la extensa colección de Long plays del living tomé dos. Uno de Deep Purple y otro de Ruben Blades & Willie Colón.
Cuando concluí el breve tour al pasado, y retiré el sofá reflexioné lo siguiente:
Que toda intromisión a un recuerdo idealizado es obscena. Que todo tiene un tiempo y una forma. Que no se pueden recuperar cosas del pasado. Que todo concluye al fin. Y es mejor que así sea…

Esteban Silva

7 comentarios:

  1. Agustina Talarico: Muy bueno.. me encantó! Es así, tal cual.

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  2. Francesca Kala Ichzel: Y que habrá pensado ese viejo disco Rubén Blades cuando te vio a vos? Otro sillón y otro Esteban Silva ... " Somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos." Marylin Monroe"

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  3. Natalia Krabica :Muy lindo, linda reflexión sobre los recuerdos y el pasado, muy cierta...Me gustó la frase sobre la intromisión en el pasado, esta muy bien lograda...

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  4. Kari Lina Si es verdad, nunca te voy a perdonar no haberme llevado a emprender semejante viaje al pasado ;) Buenísimo Silva!

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  5. Irina Laura Silva :Me encantó ! Por un momento me sentí recorriendo ese eterno pasillo... Me quedo pensando en tu reflexión final.

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  6. Melina Silva :esa reflexion, si bien cierta, me recuerda q dificil es para mi no aferrarme al pasado...

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  7. Belca Ysabel Aranibar Ferrufino: que lindo relato la verdad te pasate me robo la atencion y termine de leerla hasta el final dies puntos primo!!!

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