lunes, 18 de junio de 2012

“Perón en la Puerta de Hierro”



Acodado en uno de los sillones de la sala de espera de la CGT, reflexionaba acerca de cuestiones que vinculan al vehículo histórico del movimiento trabajador, con el partido que eventualmente se denominó peronismo, a secas.
El amplio hall en planta baja, recibe a toda hora delegados de las más diferentes regiones del país. Y en su trajinar, uno puede inferir la rama del trabajo a la que pertenecen. Muchos de los gremios principales que comulgan con esta casa, tienen sus oficinas en el histórico edificio, donado por la compañera Evita .
Yo no pertenecía a ninguno de ellos. Mi cuestión en la casa, se debía a motivos más coyunturales. A pesar de ello, en mi interior manifestaba cierta empatía. Entendía el rol de estas organizaciones en la defensa de los derechos del trabajador, y en la salvaguarda que opera cómo red contenedora del atropello empresarial.
Que paradójico, me encontraba en la sede de lo que tantas veces mi familia se había encargado de combatir. Al influjo del General, la asociación de industriales panaderos debió conceder la restricción al control de precios. En la práctica, lista de precios máximos que los panaderos burlaban discretamente, diversificando la calidad del producto, y adaptándola a sus necesidades. Mi abuelo, empresario panadero, se encontraba en las antípodas del movimiento. Lo suyo era la cartelización con sus pares empresarios. Fijaban sus propios precios y se defendían de la “ competencia “ con métodos singulares. Por encomienda de estos, una propicia comisaría de la zona se encargaba de grabar el mensaje a plomo, en los frentes de las panaderías descarriadas.
De alguna manera mi presencia en la sede obrera, tenía algo de profecía auto – infligida.
Llegar al recinto en pos de un arbitraje en el que yo me viera perjudicado por una empresa, en condiciones aún menores a los que mi familia supo hacer en circunstancias similares a la clase trabajadora. Pero uno en definitiva no es heredero de la pesada carga que conlleva, reflexioné, sino hacedor de su propio destino. Y me dispuse confortablemente en el sillón a ser atendido en uno de los despachos.
En eso, de una de las puertas vaivén del hall, ingresa Jorge Antonio.
Mucho se ha hablado de él entorno a su polémica figura. Brazo derecho del general en la industria automotriz, actúa como nexo necesario entre las corporaciones alemanas y el gobierno. Me extraño verlo sin custodia ingresando por el hall. Debajo de su brazo tenía un periódico La Nación. De elegante traje gris con chaqueta, desplegaba un aire displicente que se hacía notar en todo su redor. Las piernas cruzadas le servían de apoyo para la lectura. Hizo un gesto minúsculo que fue captado por uno de sus asistentes.
En minutos un mozo se aparecía con un café en pocillo.
Al recibirlo, cayó en la cuenta de percibirme distante, a tan sólo dos sillones contiguos.
Cómo un gentil caballero me convidó a ordenar. Cosa que hice, agradeciéndole.
Salvado este primer escollo de neutralidad ambigua, pareció querer intimar en una conversación de ocasión. Sin duda él, como yo, debía esperar por alguna figura en un despacho que lo condujese al tratamiento de algún tema urticante de la política ministerial. Entre otras de las consideraciones que se le atribuyen, vale aclarar, es que Jorge Antonio actuó siempre como un ministro sin cartera oficial.
De estrecha relación con el General, ejercía su enorme influencia para terciar entre las empresas con enorme caudal de trabajadores, la central obrera, y los propios designios del gobierno Justicialista. Su figura tenía peso propio diría , al igual que Juancito Duarte se instalaban como dos entrepreneur del movimiento de masas.

Terminando ya su café, apoyo el periódico en la mesa ratona del hall.
Aún con las piernas cruzadas, y su torso recostado en el espaldar del sillón, disparó:

- ¿ Y, que se dice de mí aquí compañero…?

En principio, me sorprendió una pregunta tan directa. En segundo lugar, sin duda, interpretó mi presencia en el recinto, cómo parte de la casa.
En consecuencia, yo era un agremiado más, que bregaba por un acuerdo salarial en paritarias. Su posición empero haber sido participe del primer plan Quinquenal, distaba de ser lo debidamente elocuente a los ojos de la sindical. La CGT mantenía cierta distancia con el operador de bambalinas. Todos sabían que su figura transmitía la voz del empresariado que se consustanciaba con la oligarquía en un aspecto principal.
La no participación de la compañera Evita en la fórmula presidencial..
Lejos de aclararle esta indebida confusión de roles, le respondí sin tapujos:

- Que su puesto de presidente en Mercedes Benz se lo debe al Barón Von Korff, y que debido a su influencia las empresas germanas Deutz, Thyssen, Siemens y Krupp, hacen negocios de exclusividad con el peronismo encajando a la perfección en el modelo desarrollista que impulsa el General Perón. Ah, y que además es el embajador de los jerarcas nazis en la región ayudados por Opus Dei de Pio XII.-

- ¡ Ja ja ja! ¿Todo eso se comenta aquí compañero…?-

Interpreté su alocución vacía de contenido, como una prueba más de cinismo a lo que nos tenía acostumbrado este personaje. Una respuesta rápida de cintura, que coartaba todo intento de prosecución. Tamañas acusaciones, serían recusadas por toda persona proba pensé. Asumido en su posición de intermediador, el sirio ( Alias el Turco ), sabía a la perfección el rol que le cabía en el movimiento. Nunca intervendría de manera directa en la política rasa. Lo suyo era ante todo, proteger los negocios.
Sus bigotes finos, subrayaban un cigarro entre sus labios. Entre sus manos, rodaba de forma ansiosa una cigarrera de plata con la figura del partido.
Intempestivamente, de la puerta principal de la CGT apareció el General Perón.
Con rápidos pasos, cubrió el trayecto de la entrada hasta el mostrador principal.
Cariñosamente saludó a Mario, el conserje del edificio que opera en Planta baja.
Se lo veía sereno al General. De sonrisa amplia, con el habitual chaleco de Bremer caoba, los pantalones a la cintura, y el cabello recién rapado en la nuca.

Jorge Antonio, se puso de pie inmediatamente cómo aguardando alguna orden del general. Este, charlaba tranquilamente apoyado en el mostrador, mientras recibía del conserje unos mates amargos. No había percibido su presencia.
O lo que es peor, si la había percibido, pero no le demandaba urgencia en atenderla.
En ese momento, pude percibir a las claras, el rol secundario de este personaje oscuro de la historia argentina, tan ligado al entorno presidencial.
A ojos vista del trato dispensado, se me ocurrió exagerado el rol que se le atribuía al señor Jorge Antonio. En ningún momento había estado acompañado, y en presencia del General, ni una palabra le había sido confiada a pesar de la corta distancia en que se encontraban.
De un humor rozagante el General me espetó:

-Y , ¿todo bien muchacho?-

A lo que respondí escuetamente, sin querer importunar:

- ¡ Todo bien Señor Laplace!-

Cuando de entre el set, apareció oportunamente la asistente de dirección llamando a todos los actores a escena.
De escasos veinte años, portaba auriculares y un Handy en la cintura. Se acercó al caracterizado actor principal Victor Laplace y le dio unas recomendaciones.
Ah, creo que el film se dará a llamar: “ Perón en la Puerta de Hierro”…

Esteban Silva

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