jueves, 1 de septiembre de 2011

Vísperas del Amduat ( Vk 62 )

-¿ Fue Caronte o Anubis, el que en las vísperas del Amduat pronunció mi nombre en el gran tribunal?. ¿Merezco su gracia? Equilibrio prófugo de mi corazón frente a la pluma de Ptah. Doce horas me esperan para volver a ver el día. Llevaré todos mis enceres. Mi cuerpo está preservado. Los recipientes canópicos conservan mis órganos. Hay trigo y cebada en las alforjas, vino de palma y cerveza en las ánforas. Nada ha de faltar. Venceré a la serpiente que habita en el submundo. Recitaré el libro de las puertas. Señor, rey de la necrópolis, que presides la tienda divina por sobre el zenit de almas. Sopla tu ánimo en mi Bâ.- En la madrugada tórrida del solsticio de verano, Lord Carnarvon despertó de un pesado sueño. Recordó vagamente los trazos de una historia en la que él era el desdichado protagonista. Recostado en su litera de campaña con una lámpara de keroseno por única fuente de luz, se apresuró a secar su rostro empapado . Intentó recordar una palabra que lo persiguiera durante su pesadilla. No lo logró. Visto desde la recién excavada rampa de Hatschepsut, el campamento parecía un delicado arreglo de linternas de papel anaranjado. A pesar de la oscuridad y silencio reinante, pudo hacerse de una hora aproximada. El numeroso grupo de trabajadores que acampaban en los alrededores aún no habían comenzado sus rezos del fayr . Un cuadrado de veinte metros de lado en la roca basal, había sido cuidadosamente destinado en los días previos. Las alfombras individuales se encontraban dispuestas, orientadas en sentido norte. En ese punto preciso de la piedra caliza de Luxor, todas las madrugadas doscientos trabajadores postraban sus rodillas en señal de respeto. Un cielo azul profundo ,salpicado de constelaciones los contemplaba. Carnarvon, observó con dificultad que el borde superior de la tienda estaba abierto. La tela protectora contra los temidos insectos no vedaba la puerta de entrada. Inmediatamente sintió un leve escozor en su pómulo . Su rostro pálido y delicado de la campiña inglesa era presa de uno de los azotes del desierto.. Rápido de reflejos, consiguió aplastar al mosquito que se posó en su rostro. El espejo de campaña que utilizaba para rasurarse le devolvió la mirada y la confirmación. Hizo una mueca preocupado, con el rictus de su expresión apretó un monóculo en su ojo izquierdo observando los bordes listados de las alas del mosquito. Le recordó el báculo de lapislázuli, que tan afanosamente estaba buscando. Pero también le recordó , que la herida del Aedes Aegyptis le ocasionaría serios traspiés en su investigación. En ocasiones, las enfermedades tropicales mal tratadas, derivaban en agudos cuadros persistentes en los que la muerte asomaba asidua. En medio de sus cavilaciones ,un edecán ingresó por la misma puerta, con una bandeja de plata en mano. Advertido de los movimientos de la tienda, correspondía afanosamente con la infusión habitual de oriente: un te de menta con azúcar. En rigor, lord Carnarvon había esperado esa noticia por cuatro largos años. A punto estuvo de vender, la mansión Highclere Hampshire, para continuar esta prolongada aventura arqueológica. Lejos de la parsimoniosa y metódica búsqueda de sus pares, el suyo, junto a Carter, era un acto de fe. Ultimo mecenas de la era Eduardiana, dónde un financista privado apostó todo su capital y prestigio. Su suerte, empero, arribó en el momento indicado, cómo veinte años antes lo hacía de la mano de su esposa Almina Wombwell, hija ilegítima y heredera de la dinastía Rothschild. Un anillo de oro con incrustaciones de diamantes, selló su destino para entonces. Ahora su presente era otro. Atrás quedaba su época de bon vivant en la sociedad inglesa, su afición por el automovilismo, los casinos y las compulsas carreras de caballos. Finalmente, cuando todo estuvo listo abordó el ferry que lo aguardaba en el puerto de Sáfaga , Luxor . En horas de la noche, se lo veía instalado habitualmente en unas de las mesas de juego . Ahora su accionar era otro .Paseó solitario por la cubierta superior del barco meditando las palabras que emplearía al día siguiente. A sabiendas de tener una buena mano, desdeño la idea de enfrentar a sus pares en una ronda de naipes. Imaginó que la mirada escudriñadora, pudiese descubrir el secreto que él portaba por aquellas horas En el amanecer, la suave brisa del Nilo lo encontró nuevamente en cubierta. Sobre los márgenes fluviales del delta , un rojo profundo entregaba sus tintes al alba. Los pequeños caseríos agrupados a cada lado del río, despertaban sin saber del día trascendental para la historia de Egipto. Desde lo alto de las mezquitas llegaron los primeros acordes del rezo matinal. Las sombras alargadas se estrellaban contra la proa de la embarcación a cada instante. A cada momento, una manada de camellos abrevaba sobre las orillas de las aguas ancestrales. Carnarvon, solo entonces, disfrutó por primera vez de su infusión de té . Sorbió lentamente en su paladar la esencia de Oriente, reflexionando. Por la mañana arribó a la capital y se dirigió sin dilaciones al Hotel Continetal-Savoy en el Cairo. Ya en el lobby , ordenó un cuarto de comunicaciones a la brevedad . Tamañas noticias exigían cuidados extremos en su divulgación. Trataría de evitar por todos los medios que la noticia llegara a oídos locales. Lo acompañaba Henry Moos ,operadador telegrafista de la línea naviera “ White Star” de Southamptom.. El cuarto acondicionado para la ocasión, una adornada sala victoriana de unos cinco metros de lado. En el centro, un sillón de tres cuerpos en pana verde haciendo juego con las pesadas cortinas de los ventanales. Atrás de ellos la, magnificente vista de las tres pirámides refulgía en el basalto central.. Por un instante, Carnarvon posó sus ojos sobre ellas al descubrir levemente una de las cortinas, irradiando de manera fugaz la sala. En el interior del recinto, otros dos sillones individuales y una mesada de mármol blanco con bordes de bronce completaban el mobiliario. Encima de la mesa, se encontraba el telégrafo. Junto a él, un servicio completo aguardaba. Carnarvon, desestimo estos arreglos y tomó uno de sus puros del interior de su saco. Caminó en círculos por el interior de la sala rodeando el conjunto de muebles victorianos. Exhaló cuatro pesadas volutas de humo. Meditó las palabras con que se dirigiría a los principales medios de toda Europa. El operador, atento a cada movimiento de Carnarvon , modificaba su postura para ofrecer su mejor perfil de escucha. A pesar del regodeo que tal idea le deparaba, creyó necesario comenzar con una maniobra distractora. Detuvo su marcha ,colgó su sombrero de lino en uno de los percheros y ordenó en un pausado inglés, trabajos dilatorios en la cara norte del complejo. Carter, sin duda entendería estas lacónicas órdenes tendientes a ganar tiempo para el arribo de los grandes medios La noticia, habló por sí sola. Se invitó al registro de la primera tumba intacta del valle de los muertos… El día de apertura, unas doscientas personas se reunieron en la superficie escarpada del valle sepulcral. Medios de toda Europa se encontraban dispuestos con sus pesadas cámaras de placa a la salida del túnel principal. Esperaban por la remoción de delicados tesoros. Joyas que tres mil quinientos años de historia guardaban celosamente. Muy a su pesar, compartiría el último sello junto a Howard Carter, su hombre de campo y nexo erogativo por dónde vio escurrirse gran parte de su fortuna. La expedición para entonces, llevaba cinco años de continuos fracasos. Ya era hora que tanto esfuerzo rindiese sus frutos. Llamó a su hija Lady Evelyn para los honores, y aguardó a dos escalones de distancia por la apertura conjunta. Sus pies enfundados en costosos zapatos de cocodrilo, rebosaban de polvo y ansiedad. No había querido apoyarse en las paredes recién excavadas. Con un pañuelo de algodón cubrío su boca de las partículas que sobrevolaban. Más abajo, en la puerta misma de entrada, los operarios intentaban infructuosamente entrar en el corredor principal. Se hallaba repleto de escombros. Este no sería el último contratiempo. Después de muchos esfuerzos en la remoción de la puerta de entrada, ocho metros de depósitos de grava se taponaban el corredor. Fueron necesarios dos angustiantes días para extraerlos. Todo se volvía a repetir entonces, la angustia impaciente de los hombres de la expedición, los medios habilitados, los atemorizados fellah… El murmullo bereber, se esparcía a cada lado de la roca de entrada. Su tez morena, contrastaba con el blanco a rigor de sus túnicas. La piel ajada, por el rigor del desierto. Sus miradas turbadas ante el inminente hallazgo, iluminaron ojos azules de profecía. A cada obstáculo, el momento esperado se confundía con la sombría advertencia Cuando finalmente el corredor de entrada se despejó por completo y los murmullos acallaron, Carter se presentó insobornable ante la requerida puerta. Un rayo horizontal a sus espaldas iluminó la losa granítica. Recordó vagamente a el complejo Wadi Abu Hash el-Bahri ,situado a escasos seis kilómetros, dónde años antes, había trabajado en la tumba de Akenatón, tío de Tout Ankh Amon, soberano reformador del legado monoteísta y motivo principal de este descubrimiento. Introdujo un taladro de acero en uno de los extremos. Con la ayuda de dos asistentes horadó la roca hasta traspasarla por completo. Por la abierta hendidura, metió una vara con un espéculo en su punta. La débil luz de vela inundó tenuemente el recinto y alcanzó los diseminados objetos. Oro por doquier. Lámparas de alabastro, carruajes, enceres de los más diversos tipos. Pero principalmente un objeto dominaba el centro de la escena. Un sarcófago intacto. Emocionado, Carter expresó a continuación las palabras esperadas por todos: -“Veo cosas maravillosas”-. Un vaho de miles de años se escapó por la hendija. El olor rancio a especias y humedad sacudió su rostro, apagando la luz de vela y suspendiendo momentáneamente la contemplación de los tesoros. El último sello era un complejo empaste de lacre con sogas de cáñamo. Con un cincel de carpintero en una mano, y un martillo de madera en la otra, ellos conminaron el acto profanatorio. Ansioso, Carnarvon se deshidrataba con su boca reseca y sus manos ásperas de roca caliza. Por primera vez posó sus palmas en un territorio virgen. Debajo de los pedazos de empaste, la losa granítica dejaba ver unos indelebles jeroglíficos. Carter, había advertido a todo el grupo sobre esto. Hombre de ciencia, temía que las maldiciones ahuyentasen a su cuadrilla, tan dispuesta a estas historias proféticas. Lord Carnarvon, esperó a escasos metros. Tras su traje blanco con sombrero a tono, toda una humanidad aguardaba por tamañas revelaciones. No sólo joyas maravillosas verían la luz en esa mañana del veintiuno de noviembre de 1922. Con ellas, el examen exhaustivo de las inscripciones y su contexto , aportarían visiones esclarecedoras del imperio medio en Egipto. Carter, entró en las páginas de la historia con el fenomenal hallazgo. Una tumba intacta con todos los artefactos en perfecto estado de conservación. Para Carnarvon, el advenedizo tesoro recomponía su delicada situación patrimonial, y lo devolvería a las primeras páginas de la prensa mundial. Esa era su principal preocupación por entonces. Impaciente, al ver la contemplación en silencio del arqueólogo, profirió: -¡ Howard, traduzca para nosotros!- El empleado, atento a una orden directa de su mentor, observó con detenimiento los surcos proferidos en la roca madre. Un demótico antiguo, del imperio medio para ser más rigurosos. Estudió la frase y dio su dictamen final: - ir remet neb(et) (i)chet-sen hat ten em-a- ¡Yo agarraré a los profanadores como a un pájaro..! En ese preciso instante, Carnarvon armó las piezas del rompecabezas que lo tuvo abstraído por esas horas. Conectó la profecía al escuchar erroneamente la palabra insecto en vez de pájaro, mientras tocaba absorto la entumecida herida en su rostro. Durante los 365 días restantes de su existencia en la faz de la tierra, sería una constante en su atormentado pensamiento secular. A un año exacto de su fenomenal hallazgo, pereció de septicemia en su lecho de Hampshire, a las 2 AM del año 1923. Esteban Silva

1 comentario:

  1. Un mundo olvidado, que es arrastrado de los pelos hacia una circunstancia actual. Tanta investigación, tantas peripecias sufridas, con la esperanza de encontrar un nuevo saber que le de respiro a nuestro corazón agitado. Tanto sudor derramado, y para que? Cual será el motor que nos impulse a seguir intentándolo, cuando el esfuerzo parezca estéril? Yo creo que es licito lanzarse a la aventura, aun ignorando cual será el hallazgo. Pues en definitiva, el resultado final es solo un objeto vació, que nada tiene por hacer contra la experiencia ganada. El honor, no esta dado por la forma en la que uno ha de morir, sino por el modo en el que uno ha vivido. Debemos saber que la conclusión, es solo la superficie de una historia. Como un rostro inerte, que impide vislumbrar la totalidad del contenido.
    Exelente historia Esteban.

    Saludos de Nauj

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