viernes, 15 de julio de 2011

Primera Muerte, cuento

La primer muerte cercana experimentada en nuestra infancia es vital. De ese suceso se aprenden muchas cosas. La visión que se tiene inocente de otrora, si se quiere, se verá alterada para siempre. Hablo de una edad en la que el ser humano, ya es totalmente consciente de una perdida. A mí en particular esa experiencia me alcanzó a los ocho años de edad.
Para entonces, promediada la década del setenta, los rituales emparentados a la muerte de una persona se asemejaban bastante a los actuales. Con algunos pormenores claro. Todavía era costumbre, en aquel tiempo , el velorio en la propia casa.
Una costumbre que había caído en desuso, pero que evidentemente todavía se hacía presente en algunas familias.
Era fácil advertirlo. Al frente de la propiedad del infortunado, dos grandes coronas de flores flanqueaban la entrada. La puerta abierta, en señal de tránsito permitido, dejaba ver el incesante paso de los allegados.
Tony y Porota ,eran dos vecinos del barrio a los que yo frecuentemente visitaba.
Para mi temprana edad, ella habría sabido cuidarme ( según testimonio de mi madre ) y los posteriores lazos de amistad se encargarían de mantener la relación. Yo no recordaba ninguno de esos sucesos tan alejados. Para mí el único recuerdo era el presente. Aquella casa, dónde pasaba algún fin de semana al cuidado de estos dos viejos, que tantose esmeraban por atenderme.
Porota , era una enfermera a domicilio, de las que se encargaban de aplicar iyecciones. Su otra profesión, era la de tejedora por encargue. Un oficio muy común en la década del setenta, que redituaba buenos dividendos.
Tony, era un pintor de casas con pocos bríos, pero según mi padre “ muy detallista”.
Su tiempo complementario ( casi todo ) lo ocupaba con su afición predilecta. La pesca deportiva en el Río de la Plata. Pasión que le insumía la mayor parte de su tiempo entre el preparado de su equipo, y la taxidermia de sus capturas.
El pescado más afecto a esta práctica era sin duda el surubí. Pero también eran frecuentes las pirañas, alguna que otra cabeza de dorado o algún bagre.
A nosotros nos había regalado uno de estos souvenires. Lo exhibíamos arriba del equipo de música combinado, junto a una gran caracola de mar traída de Galicia.
La cabeza en cuestión mediría unos veinticinco centímetros, y dejaba entrever a las claras el tamaño de la bestia.
Revestida totalmente en laca, brillaba como un objeto de plástico, y podría serlo a simple vista, si durante los días de mucha humedad no emanase ese pestilente aroma a río.
Muchas tardes de mi infancia acompañe a Tony a pescar a la costanera. Lo “ ayudaba” en su metier de encarnar los anzuelos con lombrices. Des-engalletar alguna línea.
La mayoría de las veces , el último tramo de remoción de la captura, estaba a mi cargo. Eso, si la pieza no ofrecía dificultades.
A media tarde, emprendíamos la media vuelta, y enfilábamos nuevamente para Devoto con los equipos de pesca en el colectivo 107.
Eran una pareja que me querían mucho. Tal vez, porque la vejez los había encontrados sin nietos para cuidar. O simplemente porque así lo sentían.Mi visita a la casa de los viejos ocurría por lo general, cuando mis padres tenían agendada alguna salida a un espectáculo nocturno.
No es que mi salida estuviese vedada, ni mucho menos. Pero yo ya conocía el circuito de esas salidas de las que participaban mis abuelos junto a mis padres. Mesón español, cena show interminable de jotas y zarzuelas, bar.
Yo detestaba ese circuito que terminaba a altas horas de la madrugada y de retorno incierto.
Por eso, una vez sabido de la agenda, me disponía para una tranquila visita dónde mis abuelos postizos. Allí todo era calma.
El tibio patio del alero, con sus infinitas macetas con plantas; la mayoría de cerámica con cuatro patas pintadas en rojo y blanco. También había una fila menor abajo hecha de latas de aceite de YPF. La recuerdo, porque para entonces yo me preguntaba de dónde cuernos la obtendrían si nunca había tenido vehículo alguno…
El televisor de la sala en blanco y negro, con una pantalla acrílica de color celeste que aumentaba la visión. La alacena de madera y mármol con la perrillas en vidrio labrado en dónde reposaban los caramelos destinados a mi presencia. El cuartito de las cosas de pesca. El patio de “ Doña Angela”, ( la vecina de adelante ), con su frondosa parra de uvas chinches y ratas de altura.
Y así, podría seguir enumerando infinidad de recuerdos que no hacen a la esencia de esta historia, basada principalmente en la muerte de uno de estos dos seres.
El momento exacto del deceso, lo desconozco. Solo recuerdo el momento que Porota sacudía a Tony infructuosamente en la cama.
La cara desencajada dejando ver como dos pesados lagrimones rodaban por sus pupilas.
Acto seguido, y en silencio, Porota me extendía sus brazos para reconfortarme en su desconsuelo. Me apretó en su pecho, mientras que sus uñas se dejaban sentir en mi espalda. Lo demás fue puro trámite.
La funeraria sacó la cama matrimonial y la llevó a la terraza. En el cuarto dispuso el féretro en el mismo lugar que ésta. En el fondo, una imagen de Cristo con espinas se apoyaba en una columna de aluminio en forma de pedestal.
Otros dos pedestales a ambos lados del cajón, iluminaban tenuemente el recinto con luz de vela. En los rincones, de manera transversal dos coronas de flores completaban la escena. En ese momento, esas coronas se me antojaban como galardones a una vida pasada…La puerta que daba al patio estaba abierta de par en par, junto a las banderolas.
Ya en el patio, otra columna labrada sostenía una urna con tarjetas recordatorias del sepelio. Agarré una cuantas, todos los chicos lo hacen.
La sala estaba repleta en el cenit de la velada. Los claveles y gladiolos destilaban su aroma a muerte tan acostumbrado.
Era una muerte por vejez. Todo indicaba eso. Nada de manifestaciones exacerbadas , ni de personas muy allegadas a excepción de su esposa.
Tony se encontraba igual diría. Un poco más blanco , eso sí, y estrecho. La misma posición en que lo veía roncar por las tardes. Tardes en las que Porota atendía mis cuestiones por encima de las agujas de tejer, y me daba la leche chocolatada con galletitas Okebón.
Sin pretenderlo, todos me acariciaban como si yo fuese la persona más afectada.
Lejos de eso, es partida no me afectaba en lo más mínimo. En el fondo debía representar un papel, estar a la altura de las circunstancias.
El entierro lo de siempre: la caravana en tres carrozas fúnebres Ford Fairlane color negro, las sogas bajando el ataúd al fondo de la cava, el puñado de tierra arrojado encima de la tapa, una flor, en fin.
Para cuando el triste recuerdo se hubo disipado, yo volví a reinar en esa casa.
Mi reinado era un reinado de tiranía., que incluía derecho a menú , programas televisivos y visita a la calesita de la galería comercial de la avenida Beiró.
Pero nada dura para siempre.
Porota, ya un año después totalmente repuesta de su luto, visitaba las dedicadas pistas de baile tomada de mi mano. Tango, clubes de barrio en veladas para los vecinos.
Caras nuevas, horas de la madrugada oyendo el retumbar de las paredes con el ensordecedor ruido de los parlantes. Nada de eso me gustaba. Lo había padecido en las noches de jota y zarzuela, retornando ahora elípticamente en forma de dos por cuatro.
Creo que para entonces, ya no nos necesitábamos.
Ella con su nueva pareja de baile y de vida. Yo con diez años, la independencia propia de la edad, y el albedrío de quedarme en una casa de amigos, o la de simplemente disfrutar mi casa a solas.
Hay cosas que duran lo que tienen que durar. Quizás la muerte sea algún tipo de bisagra a situaciones que se escapan de nuestras manos.
Como el amor incondicional de Porota, o mi cariño de conveniencia.

Esteban Silva

5 comentarios:

  1. Agustina Talarico Me encantó, este tipo de cuentos son mis preferidos :)



    Luz Gui GRACIAS ESTEBAN!

    ResponderEliminar
  2. recuerdos fotográficos. Me gustó. A mí me obsesiona encontrar el momento y lugar exacto en el que me desprendí de la infancia

    ResponderEliminar
  3. Gracias Joaquín. No lo ví por ese lado, pero ahora que lo comentás esta historia forma parte de ese proceso. La primer muerte, es como el debut,o el primer beso. Te marcan para siempre

    ResponderEliminar
  4. Paula Jove :me recuerda a "conducta en los velorios" de julito....
    mi primera muerte fue a los seis, me parecio un ritual increiblemente exotico en ese momento...
    sobre todo la parte en que repartian wisky y comian sanguGUGUchitos de miga... jajaja

    ResponderEliminar
  5. http://www.literatura.org/Cortazar/Conducta.html

    Acabo de leerlo Paula, y tenés razón. Lo desconocía.Humildemente.

    ResponderEliminar