martes, 19 de julio de 2011

Hugo y Nela




Hugo y Nela

Allá por la década de setenta, mis padres compartían amistades con un variado número de parejas. Una de ellas , vecinos del barrio eran Hugo y Nela.
Al igual que nosotros, eran una familia con dos hijos. Uno varón el menor, y otra hija mujer de mi edad. Ambos iban a una escuela pública cercana de nuestro hogar.
Mis padres entonces, en plena etapa de expansión, disponían de poco tiempo para su esparcimiento. Por lo general, el domingo al mediodía almorzábamos en casa de mi abuelo, y por las noches en casa de amigos.
Hugo, era un corredor de bebidas alcohólicas de la firma Seagrams. Para entonces, era un puesto muy cotizado, que no sólo ofrecía un salario acorde, sino el prestigio de una empresa líder con derecho a regalías.
Mi padre, como buen tomador de vinos, se aconsejaba de Hugo para la compra de su cava. Aunque a decir verdad, su menú no variaba de una media docena de marcas probadas y del paladar del gallego. A saber: “ Don Valentín lacrado”, “ San Felipe”, “ Norton”, “Bianchi”, “Valderrobles” y “ Chianti”, un vino que venía envuelto en una camisa de mimbre y que comúnmente se colgaba en las cantinas junto a los jamones crudo.
Creo, que esa relación los unía. La de proveedor especializado.
Mi padre se permitía esos pequeños lujos. Era la época de los “ tiempos dorados”.
Para entonces también lo proveían de cigarrillos importados. Provisión que recalaba invariablemente cada dos semanas en un Ford Falcón de origen “ dudoso” a nuestro domicilio.
Claro, más allá de este vínculo comercial, otras cosas unían a las familias. Mi mamá era amiga de su mujer, y normalmente los más chicos compartíamos las tardes juntos.
Ellos, vivían en un departamento al fondo. Una casa muy vieja y maltratada.
Lejos de incomodarse por estas dificultades y a pesar del buen momento económico que sobrellevaban, no disponían nada de su peculio para el arreglo de sus comodidades.
Yo que era chico, distinguía plenamente el ámbito de esta casa, a la de otras a las que estaba acostumbrado. Su desidia y suciedad eran más que evidente.
El baño, tenía toda todas las baldosas flojas y quebradas. Cómo si una reparación de sus cañerías hubiese sido hecha, y nunca se hubiesen recolocado el piso. El inodoro antiguo y desvencijado junto al bidet obsoleto lleno de prendas en remojo.
La cocina, amarillenta, acomodaba una gran mesada de cemento coloreado. Por debajo de ella, cortinas plásticas de motivos florales, ocultaban todos los trastes del incordio.
Muebles antiguos de los más oriundos orígenes vestían el espacio circundante.
El cuarto de Hugo y Nela, lo recuerdo, dominaba uno de los extremos de la casa chorizo, rematando el complejo. En el centro de la escena, la cama matrimonial apoyada ( sin patas ) en cuatro columnas de ceniceros. Unos pesados bloques de cerámica vitrificada, que la firma “ Olds Smugler” le proveía como souvenirs para sus clientes.
El patio leimotiv de este ámbito tan peculiar, estaba en la entrada lindante con el pasillo.
Un damero de cuadrados en diagonal, con un conjunto de sillones redondos de hierro con tiras tensadas de goma multicolor, que eran la “ maravilla” del arte pop en los setenta. Una parrilla a la usanza, algunas macetas desmotivadas, en fin lo usual.
Muchas de estas falencias arquitectónicas, a decir verdad, las juzgo desde la perspectiva actual. En aquel tiempo, formaban parte del folclore acostumbrado para esa residencia. Como la legión de cucarachas que pululaban por la cocina, o la rata de albañal que a tiempos regulares asomaba su hocico por uno de los desagues.
Nada de estos inconvenientes mellaba la amistad que ambas familias trababan en su cotidianeidad. Los adultos, solían armar grandes juegos de baraja hasta altas hora de la madrugada. Nosotros, los chicos, dábamos rienda suelta a nuestra algarabía no teniendo freno al descontrol o maltrato, debido al despreocupado comportamiento de los dueños de casa.
Yo, jugaba con su hijo menor, pateando penales dentro del cuarto.
Mi hermana, jugaba junto a la niña de casa, en compañía de las cucarachas y unos gatos que frecuentemente rondaban la mesada y la mesa principal.
Eran animadas esas reuniones, simplonas , con los anfitriones dedicados a nuestra disposición. A horas de la noche, cuando la baraja corría rauda, yo empezaba a sentir los efectos del encierro prolongado en esa vivienda. Hugo fumaba constantemente los cigarros sin filtro “ Particulares”, su mujer, Nela hacía lo propio sin desprenderse de él de la boca, hasta consumirlo en su totalidad. En su afán por conciliar el juego de cartas en su mano y el humo que se desprendía del cigarrillo, cerraba uno de sus ojos para evitarse la molestia distractiva. Yo que observaba atentamente estos detalles, agradecía en mi interior por tener padres que sobrellevaban su vicio con mucho más charme.
La garganta comenzaba a arderme del escaso oxígeno reinante en el ambiente. Hugo se reía de mis manifestaciones ecologistas, sacudiéndome la nariz con sus dos dedos amarillentos nicotinizados. Para ser justos, debo confesar, que de haber podido lo hubiese asesinado en esas ocasiones…
La cuestión es, que cuando la relación de amistad alcanzó su curva máxima de apogeo, se decidió emprender una salida en común. El esparcimiento elegido para esta primer salida fue el autocine de la calle Gutierrez en Villa del Parque.
El predio, entonces, funcionaba en la azotea de un gran complejo industrial. De tamaño estimado en una hectárea se accedía desde una rampa lateral, que en escaso treinta metros ganaba la parte superior del edificio.
No sé porqué motivo se eligió en ese momento el vehículo de Hugo para la ocasión.
Un Renault 6, que transportaba lastimosamente a las dos familias para el entretenimiento. Cómo todo objeto de su pertenencia, el vehículo se enmarcaba dentro de las características usuales respecto del trato concedido.
Para entonces, con escasos años de uso, debería haber sorteado el trance de la cuesta sin inconvenientes. Lejos de hacerlo a escasos diez metros de la pendiente, evidenciaba sin titubeos lo imposibles del trance.
A pesar de intentar en varias ocasiones, y tomando carrera y velocidad pertinente, el vehículo no sorteaba las tres cuarta partes del tramo en ascenso.
Se intentó en vano una subida a tara cero, vale decir , sin ningún pasajero a excepción de su conductor, claro.
No resulto.
La fatiga del motor, provocada por el mal uso y escasa manutención habían pasado factura en escaso tiempo de uso del automóvil.
Frustrados de los intentos de ascenso, no quedó otra alternativa que continuar la velada cinéfila en el llano.
Ágiles de cintura, nos trasladamos al cine “ Aconcagua” en la vecino barrio de Villa Pueyrredón. Tras la película, ambas familias cenábamos en una pizzería del barrio de Devoto, festejando las alternativas de los acontecimientos.
Años más tarde, cuando la relación se enfrió, Hugo y Nela vivían en otra vivienda de la zona con las mismas características. Su profesión de antaño se había perdido, y ahora probaba suerte como florista en una intersección del barrio.
Con el tiempo lograron estabilizarse mancomunadamente, empleando a la familia en la micro empresa.
Es curioso, pero el incidente del “ auto” visto en perspectiva se me ocurre paradigmático. Cuántas veces saboteamos nuestras propias posibilidades de ascenso social o progreso, con actitudes laxas o incompetentes. Desperdiciando “ nuestros años dorados” sin la dosis necesaria de sacrificio . Poniendo nuestro horizonte en una línea muy próxima a lo cotidiano.
No atreviéndonos a soñar con la gloria, ni siquiera por un instante…

Esteban Silva

3 comentarios:

  1. Martin Silva: Excelente....y además muy gracioso en muchos tramos!

    Martin Silva Es más, a mi me resultó un cuento humorístico principalmente...me retracto del "además" que puse...tiene humor pero también va de la mano con premisas muy interesantes...ni hablar del cierre

    Jordana Judkevich: qué bajón el humo de los Particulares... Mi viejo aún los fuma

    Martin Silva Yo también aun padezco el vicio de mis viejos...pero bue...ya me iré de mi casa, de todas formas si pongo todo en la balanza...es con lo único que me joden...así que me parece que me quedo un tiempito más jajaja

    Esteban Silva Es humorístico, pero tiene una bajadita de línea también.
    Claro , muchos se preguntarán quién soy yo para dar lecciones de moral no?.
    Nadie, simplemente reflexiono al respecto.
    Y todo lo que digo se aplica a mi mismo ciertamente.

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  2. tienes grandes dotes para la descripción. Nada fácil, nada fácil recrear esa atmósfera y transmitir el placer de leer por leer en una entrada que no se hace larga. Chao

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  3. Irina Laura Silva: Tremendo análisis de esta pareja, tan emblemática de un tipo social. Me alivia ver, en la distancia, que nuestros viejos (aún con sus errores) no hacían distinción, ni se la daban de nada, ni tenían ese olor de mierda en los dedos. A mí me hacía lo mismo, qué asco!!!

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