lunes, 31 de diciembre de 2012

Alegoría reflexiva de fin de ciclo.


El tiempo es una ilusión. Un simple anecdotario de segmentos apócrifos. De tanto en tanto, asignamos valor a sus unidades. Por pura convención, por pusilánimes.
Lo cierto, es que nada hay de concreto en su existencia. El preciso instante que transitamos, es divisible en dos. Y su resultante, podrá ser dividida ad eternum en múltiples partes. Visto de ese modo ( el tiempo ), es imposible capturarlo.
Aún así, los humanos nos esforzamos en hacer concreta su presencia a través de diversos dispositivos. Uno de ellos son los calendarios.
El que nos toca a nosotros ( por simple arbitrariedad ) es uno judeo-cristiano con infinitas unidades. Yo creo que la unidad ( año ) está bien diseñada.
En el lapso útil de su existencia, se definen mayoritariamente las actividades importantes, que son el lei motiv de la vida diaria.
Cosechas, ciclos de estaciones, créditos, campeonatos de fútbol, convenciones. Todo se rige por la restricta temporalidad de los doce meses.
Ahora, después de esa marca temporal, útil a nuestras actividades, nada existe amén del lejano siglo aglutinante. Pero esta unidad, de escasa utilidad, sólo es utilizada por los historiadores. Ninguno de nosotros puede hablar en término de siglos. Nuestro escaso tránsito por la tierra, nos insume en el mayor de los casos, una novena parte de su total.
Por eso, es necesario crear segmentos de tiempo atentos a nuestra condición mortal.
Yo propongo por ejemplo, que el siglo este dividido en tres partes iguales de 33, 33 años cada una. A cada una de esas etapas las denominaremos eras, y estarán subscriptas a una serie de objetivos delineados por un consejo de naciones con sede en la ONU.
Treinta y tres años y cuatro meses, es un buen período para desarrollar objetivos y alcanzar intereses afines a la humanidad. El simple hecho de establecer y nombrar estas eras, incentivará sin duda, visualizar en el horizonte las marcas a alcanzar.
Además, representan unos cuatrocientos meses, número concreto y par.
El lustro, sin ir más lejos, fue un intento frustrado de segmentar el tiempo. ¿ Por qué?. Sin duda, su impar estanqueidad, no captura la esencia del ser humano en materia de períodos de tiempo. El ser humano tiene dos marcadores esenciales para dilucidar su tiempo: Uno, son las guerras mundiales. El otro, son las copas mundiales de fútbol.
Cómo las primeras son de escasa utilidad para la humanidad, nos centraremos en la segunda opción fragmentaria, más atenta a nuestro desarrollo como sociedad.
Todo el mundo occidental puede asociar un punto concreto en la historia personal con una copa mundial de fútbol. Estas marcas perentorias son de viva utilidad a la hora de anclar un episodio concreto de nuestras vidas en el tiempo.
Por eso, es menester nombrar a esta nueva era como: “ANNO DOMINI FUTBOL”.
Para reforzar este concepto, podemos retrotraernos al año dos mil y arrancar de lleno con este calendario propuesto.
Si de hecho, el registro histórico de los acontecimiento de la vida diaria, va a estar signado por los sucesos del fútbol, nosotros podemos alentar y magnificar esa condición, desde nuestra humilde condición de hacedores.
Cada año venidero, podrá ser asignado con el nombre del futbolista que haya logrado el balón de oro. Cada era podrá ser nombrada con la selección de fútbol que haya obtenido mayor rendimiento y así sucesivamente…
Sí, ya sé . Hay quienes objeten esta iniciativa tildándola de arbitraria, o parcial.
¡ Qué joder…!. Organicen su propio calendario entonces.
¿Qué es la pelota de fútbol sino?.

Una alegoría simple y concreta de nuestro planeta Tierra.
Una esfera en disputa por grupos de individuos, en traslado constante hacia su destino final…

Esteban Silva

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