viernes, 26 de octubre de 2012

Entre pitos y flautas



En el último año, reciente pasado, mi mujer y yo hemos emprendido la búsqueda profesional para la fertilización asistida. A sabiendas de exámenes rigurosos, nos sometimos a los más diversos test para allanar las dificultades imperantes.
En vista de los valores normales que ambos tenemos, recurrimos al servicio de fertilización, para poder completar el ciclo reproductivo lo debidamente monitoreados.
Pero hete aquí, que para llegar a esa instancia crucial que es la inoculación hay que someterse a exhaustivos exámenes previos. Que no son muchos, pero arduos.
En la mujer: colposcopia, trasvaginal, mamografía y análisis clínicos. En el hombre: espermograma completo, túnel espermático, análisis clínicos.
Cabe señalar empero, que la mujer lleva la mayor carga en este sondeo pormenorizado del aparato progenitor. En su mayoría, las mujeres están acostumbradas a estos análisis de rutina.
A excepción claro de la mamografía. Según testimonios: “ te aplastan las tetas como en una matambrera”. En alusión clara, a la compresión de la ubre entre dos partes, lo que facilita su estudio…
El hombre en cambio deberá eyacular en un recipiente estéril, con al menos, dos días de abstinencia y no más de seis.
Y es a este acto contra natura, de la reproducción humana al que me quiero referir.
En principio, y de aquí en adelante, consideraremos semánticamente al producto recabado de la extracción masturbatoria como: “ la muestra”.
La muestra deberá tener un máximo de una hora de extraída para conservar su anatomía.
Esto implica varios pormenores. Que se debe constar con el tiempo suficiente de delivery, entre la extracción y el punto de llegada.
Que en el caso “ nada aconsejable” de extraer la muestra “ in situ”, se debe constar con el espíritu y motivación suficientes como para lograr el objetivo previsto.
Y no es que haya hecho muchas muestras, pero de las veces que me he acercado, nunca observé a alguien concurrir a alguna dependencia para obtenerla.
Por eso, en los contados casos al que me sometí, decidí por la cercanía del laboratorio antes que cualquier otro aspecto facultativo.
Es en ese espíritu , en que me enfrasqué la primera vez que hice un examen.
Distante a apenas diez cuadras de mi casa, consulté un laboratorio que efectuaba este tipo de análisis. El lugar estaba despejado, apenas dos asistentes, rellenaban formularios y ensobraban exámenes. No me pareció “ una maravilla de la tecnología” el lugar. Pero sin duda, cumpliría con su cometido. Un precio acorde y la cercanía me inclinaron definitivamente para contratar sus servicios. Como estaba combinado, a la hora diez, llegué al laboratorio con mi muestra en mano.
Ahora, cabe destacar, la situación era otra. El salón principal, se encontraba atestado de ancianos en pugna, acechando la única ventanilla por dónde se recibían las órdenes y simultáneamente se recibían las muestras.
Una situación similar, para quien conoce, al haber ido a la cancha en hora cercana al encuentro. Tal situación, que distaba de la idealización de días pasados, me sacó de cuadro. Ahora, sin el menor aviso, debía enfrentar una cola punitoria con la muestra sensible en mi poder. En condiciones normales, vale aclarar, me hubiera hecho de paciencia como para esperar mi turno. En las circunstancias actuales, era menester que fuese atendido. Me armé de coraje y enfrenté a los codazos a la masa geronte.
Una vez cerca de la ventanilla, le hice señas a la secretaria, cómo para refrescar el vínculo parental de días pasados. A favor mío, pude contar, que me reconoció positivamente de entre el vejestorio, recibiendo la muestra pertinente.
A todo esto, entre pitos y flautas, nos acercábamos a los cuarenta y cinco minutos de la extracción. Aún restaba, empero, quince minutos residuales para la debida clasificación del material. Y aquí, en este punto significativo, es que me quiero detener.
Lejos de observar , la situación ideal , en que se pusiese la muestra obtenida en un refrigerador, el destino final fue arriba de un escritorio junto con una cantidad no precisada de recipientes de orina. Tal situación me enervó sobremanera.
A mi costado, sendas personas se quejaban por el “adelantamiento” de mi persona en el recinto. Uno, sin ir más lejos me espetó:

- ¿ usted viene por qué obra social?- ( queriendo indagar acerca de la pronta atención dispensada)

- No señora, soy particular, y traigo una “ muestra sensible”…- ( sin mayores aclaraciones )

- ¿ qué tipo de muestra sensible?- ( traspasando así, los límites permitidos de toda intromisión )

- ¡ Leche traigo señora, LECHE!!!-

En ese momento, mi atención volvía a hacer foco en el envase proporcionado para el examen, que reposaba tranquilamente en el mismo lugar que había sido dejado hace cinco minutos. Me acerqué nuevamente a la ventanilla e interrogué:

- Perdón, ¿ese envase va a quedar así nomás?. Mirá que me dijeron una hora cómo máximo…-

- No se preocupe, que enseguida recoge las muestras el laboratorista señor-

Sobrepasado, por el trato dispensado y los contratiempos, me aleje del centro barrial con dos certezas. Una, sin duda, que el centro de análisis se especializaba en exámenes rutinarios de orina y sangre, principalmente para el jubilado.
Que la poca prestancia en la manipulación, podría acarrear problemas a la hora de cuantificar el material.
Dicho y hecho. Los resultados estuvieron el día previsto.
Una vez acercados al profesional fueron severamente cuestionados.

- Pero esto no tiene ninguna morfología ni especificación….Esto es sólo un recuento espermático sin ningún valor…¿ No encontraron ese centro que les recomendé?
( PROCREAR). Nos confiaba el doctor en tono amable.

En una segunda instancia, nos dirigimos a tal centro especializado.
Claro está, antes de recibir sendas puteadas de mi mujer durante todo el trayecto…

Esteban Silva



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