jueves, 1 de noviembre de 2012

La mano que guía al hombre



En una oportunidad, tuve la dicha de guiar a un no vidente, en uno de los paseos que ofrece el Ministerio de educación. Y digo la dicha, porque es muy gratificante la sensación de poder transmitir algo de mi experiencia, a una persona tan deseosa de conocimiento. A pesar de lo favorable de la empresa, debo confesar que no me inspiró a continuar con acciones tan encomiables . Confesión de parte, paso a relatar algunos pormenores del caso.
En principio, me sorprendió gratamente la soltura con que se desenvolvía en el grupo.
Al cuidado circunstancial de docentes y compañeros, apoyaba su brazo a instancias de acompañamiento. Nada había de protocolar en su andar. Dispuesto a tropezar en el transcurso de la salida, seguía el ritmo normal impuesto por el grupo.
En los lugares destinados a esparcimiento, dónde el grupo se distiende y hace mano de algún refrigerio, el hizo lo propio. Comió un alfajor que dan las escuelas, para estas paradas previstas. Recuerdo preguntar a su lado, acerca de la brisa ocasional en las fuentes de Plaza de Mayo. Una vez en el monumento de caídos en Malvinas de Retiro, guié sus manos por los surcos de las lapidas que ilustran los nombres del cenotafio.
Con ambas manos exploró la superficie del mármol, interrumpida por cientos de personas que perecieron en ese conflicto.
Parados, frente a los dos guardias Patricios que flanquean el monumento, le describí detalladamente el atuendo de los mismos. Las bandas cruzadas color rojo sobre el traje azul. Las charreteras blancas de cuero en la cintura. El pantalón blanco que se pierde entre las botas negras de cuero con espuelas de bronce. Los guantes de paño blanco de ceremonial. El sombrero de copa alta con la pluma característica.
Al frente, las manos firmes asegurando el fusil en posición de descanso.
Tomé sus dedos, y los posé en el filo mocho de la bayoneta. Hice lo propio con los botones del saco cruzado. El chico tomó confianza y siguió la exploración personal, que acaso le devolviese una visión más aproximada de su mundo de supuestos.
Pasó sus manos por la visera del sombrero, tocó las manos de los guantes. Sintió la fría sensación del cañón y la aspereza de los correajes.
Y por fin expresó:

- ¡Es de verdad!-

Esteban Silva


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