martes, 31 de mayo de 2011

Soliloquio de estación





Los días domingo, la espera se viste de fiesta y pasea por los socavones de la estación de trenes.
Espero, bajo el remanso articulado de los techos de plexiglás, sujetos a las ménsulas rígidas que los sustentan.
El silencio irrumpe en la magnitud de la tarde. Despierta en ocasiones por algún anuncio que emerge de las chicharras de los andenes.
Si no fuera que para su mayor distinción las líneas emplean distintos colores, todo sería gris. Como el humor de las personas que transitan a intervalos por los rectilíneos corredores. Como el cielo que embarga la tarde de otoño en la región. Como la piel metalizada de los vagones que arriban desganados, pero a horario.
Lecturas de ocasión se aferran a las manos prensiles y rebotan en la mirada. Más atenta a la llegada de la conducción que nos arranque de la pausa estéril, que nos impone el destino.
Un aire frío recorre las vías mientras arrastra a su paso el rancio olor de los metales que transpiran junto a los durmientes. Es imperceptible. Pero la focalización producto de la espera me lo permite.
También podría acertar una y cada una de las particularidades de las personas que están aquí presentes.
Las he estado observando. Infiero en su psicología. Imagino el porqué de su soledad a la hora de su traslado.
El hecho distintivo de estar solas en un día domingo, a contramano de sus vidas. Los objetos que portan delatan sus cometidos. Por lo general, presentes de protocolo en visitas a parientes o amigos.
A pesar del fracaso emocional que sobrellevan, se los ve íntegros. Magnánimos. Locuaces en intervención de un interlocutor .Desprendidos a la hora de compartir. Buenos amigos.
No son tan distintos a mí , diría.

Esteban Silva

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