viernes, 20 de mayo de 2011

Houston, we have a problema.




Ayer, guiando a un grupo de chicos en la catedral de Buenos Aires observé lo siguiente.
Un par de trabajadores de maestranza se aprestaban a realizar una tarea de limpieza.
Acodado en una de las columnas laterales, me dispuse en la intersección de la nave principal con las capillas que flanquean al altar principal.
Desde esa posición, observaba estratégicamente al grupo infiltrarse por los recovecos de la iglesia.
También me permitía ver con lujo de detalles la maniobra de limpieza que ejecutarían en una de las capillas secundarias. Los trabajadores vestían ropa azul de trabajo, con zapatos negros. Una escalerita de madera chica, y algunos enceres dentro de un ex-balde de pintura, completaban el cuadro.
La maniobra en cuestión, consistía en retirar una especie de cápsula de vidrio rectangular, en dónde se encontraba una escultura venerable.
El artilugio, un prisma de vidrio con forma de pecera, pero con la parte abierta en uno de sus extremos.
Su tamaño, aproximadamente un metro cincuenta del más endeble cristal.
La retirada, consistía en asir el objeto por su parte superior, mientras unas segundas manos guiaban el izamiento desde la parte de abajo. A los alrededores, un grupo de turistas de habla inglesa presenciaban el trance.
Entonces, uno de los trabajadores, creyó conveniente testear el peso de la jaula de cristal, para no encontrarse con sobresaltos en plena retirada. Para tal cometido creyó conveniente parapetarse en uno de los altares de mármol blanco, que equidistantes a la base del exhibidor, le proveía de la altura necesaria para alcanzar el conjunto.
Previsor, sacó de sus bolsillos los pertrechos que pudiesen afectar la maniobra depositándolo a un lado del altar.
A saber: un paquete de cigarrillos de caja, un celular Smartphone, unos papeles doblados y un lápiz de carpintero chico, por la mitad diría.
En una ágil acción, a pesar de su contextura robusta abdominal, consiguió de un salto, poner su negra bota en uno de los extremos del altar, mientras una segunda reposaba en la repisa del atrio, justo enfrente de éste.
Ahí , en la altura indicada para la extracción, prescindió de todo test dilatorio, que sumase dificultad a la referida maniobra. Extendió sus brazos paralelos a la caja de vidrio y de forma lenta comenzó a subirlo.
Desde abajo, su compañero prestaba ambas manos en la misma acción y paulativamente se iba subiendo el cajón sacro. Cuando estuvo en la cúspide, el maestranza comenzó a girarlo orbitalmente, para encontrar el ángulo ideal que completase la extracción. El segundo hombre rodeo el altar para recibir el objeto en el lado libre.
Justamente en este lento rotar sobre su eje, el primer hombre arrastro con su rodilla a la figura votiva expuesta al intemperie. De no ser por una hábil maniobra de su pierna izquierda al sujetar al muñeco que perdía su equilibrio desconsoladamente, la historia hubiese sido otra.
Los americanos, boquiabiertos, observaban impávidos el fallido, previendo lo peor.
Inmediatamente, salí de mi posición pasiva junto a la columna, me dirigí al epicentro extraccionario, y con unas de mis manos recompuse la vertical del fetiche.
Al menos, creo haberme ganado unos “ puntos “, que canjearé convenientemente en su momento, caso de ser necesario…

Esteban Silva

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