sábado, 15 de febrero de 2014

Consideraciones inútiles acerca de la poesía.

Si la novela es esa cosa maciza engendrada por la superstición de yo, la poesía vendría a ser algo así como la liviandad presumida del alter ego.
Lo digo muy a pesar mío. No me malinterpreten.
A favor de esta última podemos atribuir la espontaneidad como causa principal de generación. Ya todo lo construido, se provee de artilugios. Meros engaños semánticos de la escritura. Pero en el afán de arrojar algo de lucidez sucinta a quien lee poesía, el autor sacrifica la construcción para adjetivar el concepto que somete a su análisis.
Dicho de otra forma: prioriza la originalidad y el hecho estético ( forma ) por encima de la estructura y contenido.
El resultado, un enunciado de imágenes provisorias para la recreación de un sentimiento vago, pero cercano a su consideración. Ese sentimiento, reposa de forma retórica en los versos escritos.
Distraídos por el tema al que alude la prosa, el lector se hallará invadido, carente de respuestas fáciles. Confundido y absorto.
Es sólo un ardid, una distracción que el autor propone. Un truco de magia.
La poesía arguye la intrincada razonabilidad. Concisa y apasionada en información,
de raigambre persistente.
La poesía es un arma filosa, capaz de penetrar en lo más hondo.
Un dardo envenenado y mortífero. No siempre atinge su objetivo. Pero si encuentra una hendidura en la armadura de la que estamos provistos, es capaz de provocar daños irreparables.

Esteban Silva

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