sábado, 27 de agosto de 2011

Confesión de parte






Los escritores noveles pecamos en nuestros comienzos por cierto barroquismo ilustrado.
Conscientes o inconscientes de citas alusivas, referencias o estilo literario, irrumpimos en el vasto océano de las palabras con una única arma por emblema: la creatividad.
Con ella, podemos estar a la altura de los grandes maestros. Podemos hacer reflexionar, reír, o admirar a quien nos lee. Sin ella, todo se resume a un conjunto de frases más o menos imaginativas. Rastreables, de escasa vida útil diría.
A mí me gusta contar historias. Traspasar ese universo interior al lector y hacerlo partícipe de un viaje a un lugar concreto de mi memoria. Ficcionalizada claro. En ese trayecto utilitarista que es la base de mi relato, espero que advierta la historia detrás de la historia. El verdadero sentido de lo escrito. No es un mensaje subliminal ni nada que se le parezca. Sino tan sólo, es el sentimiento inicial que me embarga al emprender tal acometida. Es para este sentimiento, de retórica pura si se quiere, que dedico mis mayores esfuerzos. Inconscientemente, y aunque suene poco creíble.
Siempre está presente al escribir congraciarse con la otra parte. Para ser aceptado, para crear un puente dónde atravesar el vacío que nos separa. A veces ese sendero al que aludo es franco, de superficie lisa y amplia. Otras, es un simple claro que se abre en la espesura. Zigzagueante y pedregoso. Yo los invito a tomarlo, y los conduzco de la mano hasta el borde de entrada. Esa es mi misión. O así creo entenderla yo.
El destino final es incierto. Siempre se escapa de las manos.
Y está bien que así sea. Por el bien de ambos.

Esteban Silva

2 comentarios:

  1. me gustó. Sobre todo el final abierto. Así debe ser. Saludos

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  2. A Francesca Kala Ixchel, Carla Rey y Ada Trossero les gusta esto.

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