martes, 3 de junio de 2014

Ernesto, " Quique, El Finito".



No ha sido sino el destino y las circunstancias, las razones que me llevan a escribir estas líneas. Dicho esto, queda en consideración del lector la medida justa de esta empresa...
Para poder escribir, es necesario silenciar las voces que nos rodean. Escapar de la cotidianeidad avasallante que se filtra a través de nuestros sentidos.
Un acto de constricción. Un punto determinado en dónde se emprende un relato y se quiere manifestar una idea. De alguna manera, la indefensión es un mojón de partida a esta razón que esgrimo. Y está el tono, también, que de alguna manera tiñe el contexto. La épica o la sinrazón por las que las palabras fluyen.


Buenos Aires, Octubre de 2012. Barrio de La Boca.

Bendita tarea me asignado a mí mismo con la adpocción de una mascota...
Es que el pobre perro no tiene la culpa. Ya bastante con esperar todo el santo día recogido en un sillón, dando ladridos de alerta a las paredes silenciosas. Conteniendo el sueño en una vigilia prolongada que sólo sabe de consuelo cuando a traves de esa puerta, regresan sus mentores. Es por eso, que aún en circunstancias adversas, cómo lo es sin duda volver al hogar a altas horas de la madrugada; es menester brindar al pichicho su merecido paseo orinal.
Aún con el sueño a cuestas, y las preocupaciones del día siguiente, ese animal sabrá recompensarnos con toda la alegría contenida en ese breve paseo.
Es así siempre. Y esto se advierte en el barrio en que vivo, porque la masividad de conglomerados de apartamentos ofrece una alternativa singular. La de sentirse inmenso en un colectivo alienado. De historias recurrentes e individuos iguales a nosotros.
Es sólo, saber distinguirlos. Hacer foco en uno de ellos, e indagar en las comparativas.

Ernesto " Quique El Finito " también paseaba sus perros en aquella madrugada de Octubre. De ahí la confluencia del siguiente relato:

- Dónde ves toda esta plaza enorme de ahora, antes era un basural-

( Me espetó , como confiándole un secreto introductorio a un recién llegado )

Lo observé detenidamente, llevaba dos perros grandes de una correa de cuero.
O era una tira de cortina, tal vez, por lo extenso.
Uno de ellos no reparaba nada interesante. El otro, sí supo captar mi atención de inmediato. Un inmenso perro de motas elípticas tipo onza. El rabo corto entre las piernas, la columna encorvada y las orejas cortas y distantes, propias de las hienas.
El animal se comportaba como tal, con la mirada esquiva y ladeada del salvaje. Con los dientes a la vista, los bordes del hocico negro y puntiagudo, en señal de advertencia.

- No te preocupés, es re buenita- ( dijo, refiriéndose al licaón que tenía el viejo por mascota ):

Yo que paseaba mi diminuto Pinscher, lo alzé de inmediato de la correa como acción preventiva. Nunca confrontaba a mi perro con estos ocasionales monstruos paseanderos.
Pero lo advertido era real. Aquella sonrisa artera, era un acto involuntario.
Un espasmo motriz de carácter, que otorgaba al animal esa característica particular.

- Es un cría de una de las perras de La Negra Sosa..- ( me confió, cómo describiendo un linaje por mí imperceptible )

- Ahí dónde estan esos juegos más o menos, estaba el chaperío de La Negra .( señaló ) Una vez mi mujer, Olga, cuando llevaba unos bartulos para la quema se la encontró con los cachorros.
Esta que tengo acá, es la tercera generación de esos perros...-

De repente, tamaña introducción de nombres propios y citas me pareció impertinente.
Yo no tenía hasta el momento la confianza necesaria para adentrarme en una conversación de primera mano, a esas horas de la madrugada.
Lo que hace es tan sólo una táctica pensé. Un recurso de interlocutor para captar la atención del otro y arrancarle una conversación... A esa altura, yo ya advertía el cuadro completo que se me presentaba: No era un paseandero ocasional. Era un " border". Uno de esos personajes singulares que la ciudad ofrece al que sabe apreciar los detalles.
Y decidí explorarlo, cómo es costumbre, como material combustible que provee a la usina de mis relatos.

--Nunca lo ví por acá Don-- ( Contra ataqué si piedad del octogenario )

- Es que sufro de insomnio e hipertensión. Y así como me ves, me estoy recuperando muy lentamente de un ACV que me tiene a mal traer. Recién ahora después de seis meses es que puedo asegurar firme esta correa-

En ese momento advertí con mayor detalle el paso sincopado del abuelo, junto a cierto rictus perceptible de su locución.
Un camperón de gabardina a cuadros, un sweter de lana roída, y un pantalón de trabajo completaban su atuendo. Una gorra de frisa y anteojos de marcos metálicos le daban al hombre un aspecto bohemio, se me ocurrió apropiadamente.
De cualquier forma, esta evaluación de datos preliminares era subjetiva. Acostumbraba a caracterizar a los individuos en patrones de personajes literarios o estereotipos.
Es una práctica común de escritor, pensé.

-Sabés, a mi me atendió Donato Spaccavento en el Argerich. El mismo que atendió a Néstor Kirchner.¡ Una eminencia !.
Yo lo conocí, porque mi papá era paciente de su socio. Tienen un consultorio neurológico en la calle Florida y Diagonal Norte-

Asentí, como sorprendido. No tanto por la ubicuidad y verosimilitud del relato, sino por el hecho fortuito, que vincule a un simple paciente en condición de indefensión social, con el mismísimo ex presidente.

-- ¿Y usted se sigue viendo en el Argerich?--( investigué, entre preocupado y curioso )

-Mirá, hace rato que no veo al médico. Pero todos los meses retiro la medicación.Te imaginarás que todos esos remedios cuestan un fangote de guita...
Por suerte, hasta ahora no tuve problemas en retirarlos-

Acto seguido, el abuelo me dió una pormenorizada cátedra de síntomas y secuelas isquémicas. Los alcances de la recuperación, el pronóstico y los cuidados necesarios para no incurrir en un nuevo episodio.
Por su manera de hablar parecía ser instruído. O por lo menos informado. Ciertos conceptos de la medicina neurológica escapan al común de la gente, su terminología precisa. Seguramente este hombre ha debido informarse de primera mano. Ante la falta de recursos y posibilidades se concentró en la recuperación ambulatoria.
Su registro detallado empero, me abrió la curiosidad acerca de su profesión.

--¿ De qué trabajo en su vida ?-- ( pregunté sin rodeos )

- Toda mi vida fuí músico concertista. Toco el bandoneón. En los cincuenta y sesenta alternaba las orquestas con alguna que otra fiesta, pero a partir de los setenta y hasta finales de los ochenta sólo quedaron las cantinas...-

- Además, cuando Olga se enfermó ...( Olga, era una artista plástica de Checoslovaquia. Había sido un alumna de la escuela Ernesto de la Cárcova. Su obra vió las calles de la Boca como registro habitual del folclore portuario) no me quedaba otra que ausentarme poco de casa. Las giras con las orquestas se me hacían imposible. No tenía con quién dejarla...Así como me ves, fuí sesionista de D´arienzo, Di Sarli de Troilo...-

Todas citas de autoridad. El interés del hombre era mostrarse vinculado, o trascendente.Su vida contractual, no mostraría tantas aristas favorables.
Su apariencia delataba aún en horas de la noche, todo un transfondo social.
Que sabe de desamparo, soledad. Que sólo se atreve a transitar el tiempo inerme de esta sociedad. Para no cruzarse de lleno con ella.

-Las cantinas eran una mina de oro. Pero estropearon todo el negocio. Ellos ( la barra organizada ) le robaban tanto a los turistas que al final ya nadie quería venir por acá.
Y fueron cerrando de a poco, como todo por este barrio.
En la época de esplendor, yo te hacía seis cantinas por noche. Hasta nos dábamos una vuelta por lo de Tursi en San Telmo, sólo para ponerle un broche de oro a la noche...
¡ Qué épocas pibe !.-
Estaba claro que el nexo con el barrio y su historia era creíble. Debe ser uno de los últimos exponentes del viejo Buenos Aires y su pasado musical.
El, relató el maltrato de los dueños de cantinas, tendientes siempre a ningunear la expectativa del músico. La diaria exigua que recibían por sesiones de una hora, dónde se mezclaba el tango, la canción popular y las "canzonettas" Napolitanas.
Mayormente aclaró, se trabajaba por una miseria los fines de semana, con derecho a una vianda los días restantes.
Yo, me hacía una idea detallada de la descripción.
Por años, todos estos sucesos los había visto en los álbumes familiares de fotos.
No fué difícil completar el cuadro al que el viejo aludía. Por décadas la ciudad de Buenos Aires tuvo como tradición de festividades a las referidas cantinas.
Sin ir más lejos, una de ellas me involucra directamente en el relato.
Buenos Aires , febrero de 1969, Barrio de La Boca.

Mis padres festejaban mi primer natalicio junto a sus dos compadres. El lugar elegido: La cantina " Spadavechia " uno de los tantos valuartes de entonces. Mis padres eran un matrimonio joven, ella 25 él 23. Recientemente independizados, habían abierto una panadería en la distante región de San Fernando.
Una de sus amistades había auspiciado como " madrina ", de ahí la convocatoria.
Cada unas de las parejas se citaron en la famosa cantina a las diez de la noche. Mis padres se apersonaron con el vehículo familiar: una camioneta Ford F 100 de reparto.
Sus amigos hicieron lo propio con un Siam di Tella. Taxi de profesión.
Y la velada transcurrió de forma habitual, para la época y las características de los descriptos...
Y si digo de forma habitual, me refiero a lo gastronómico, a lo musical, y a la consabida ingesta de alcohol.
Porque esa es la descripción, a la que mi madre hubo de referirse por el resto de sus días.
Es que justamente, al promediar la reunión el estado de los masculinos era desastroso.
Las mujeres afortunadamente ya habían hecho sus primeras armas en la conducción de vehículos, siendo la salvaguarda de retorno al hogar para los desafortunados maridos.
Rescatándose de la bebida, mi madre hubo de describir el circulante cómo: " vinagre puro"...
La cuestión es, que al finalizar el ágape, mi padre insistió a pesar del penoso estado a cargarme entre sus brazos. Y si mi madre accedió, fué por esa insistencia negadora de los ebrios que tienden a rescatarse, para pasar desapercibidos de su estado calamitoso.
Y lo que habría de pasar de forma inevitaaable, sucedió por los antecedentes citados.
Mi padre no pudo precibir el escalón que dista de la vereda, hasta el mismísma calle.
Un metro setenta para ser exactos.
Y esta persona, junto a su progenitor se fueron de bruces al asfalto de Necochea.

La juerga y jolgorio, rápidamente se transformó en drama, acusaciones y responsabilidades varias.
La historia refiere, que afortunadamente el beodo pudo aminorar la marcha contra el suelo cayéndo en el capot de un vehículo. Esto pudo dejar indemne al infante, que a esta altura berraba a los cuatro vientos su infortunio y sorpresa.
Quique, " El finito", pudo comprobar fehacientemente esta historia.
Él, fué el primero en llegar al epicentro advertido por el grito desesperado de las personas.

- Sabés, que volviste a nacer por segunda vez pibe no...-( Entre lacónico y sentencioso)

Sí. ( lo sé ). Algo "kármico" percibí en el relato desde un primer instante...

Esteban Silva







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