sábado, 22 de marzo de 2014

Historias Yámanas, de La Tierra del Fuego

Algunos piensan a Ushuaia cómo a una Bariloche desnaturalizada o cómo una Rio Grande aggiornada. Lo cierto es que es más que eso. En su estrecha geografía conviven, el turista extranjero, el trabajador portuario o petrolífero y el natural de la zona.
Ushuaia ya tiene estructura media. Puede hacer un salto distintivo dejando atracar los cruceros internacionales en su puerto. O puede gotear el turismo desde Buenos Aires.
Es una decisión estratégica. Tiene dos temporadas altas, una en verano en los meses de diciembre enero y febrero y otra invernal de Mayo a Octubre.
Es fácil enamorarse de ella, aún el más distraído sabrá distinguir los trazos originales que hicieron huella en nuestra patria.
El viento gélido del canal de Beagle, las cercas de madera perimetrales en las casas, un barco estacionado cual vehículo en el garaje de una residencia.
Y ese ruido de pedregullo mojado al pisar, tanto de carro como a pie.
Ushuaia es una ciudad de cuatro días, vista desde la perspectiva hotelera. Los que hacen temporada en el Cerro Castor quizás más, dado el deporte que allí se practica.
Muchos apelativos se imponen por estas horas. Todos tendientes a efectivizar la marca.
“ La ciudad del Fin del Mundo “, “ La Municipalidad más austral del mundo “ etc.
Sres:, no son necesarios. El testigo fiel que de a pie recorra su entorno, podrá dar testimonio de la belleza del lugar y su singular característica. Vivir en Ushuaia para un argentino, es un poco, re afirmar los derechos de soberanía en la zona.
Eso se nota en Puerto Almanza, dónde en las casas de los pescadores del lugar ondea la celeste y blanca a destajo, para marcar territorio. Las casillas de zinc cuyos pobladores son de origen chileno, marcan sus laterales en rojo, para advertir a sus compatriotas de Puerto Williams su presencia. Esto lo escuché de boca de Sebastián, pescador de la zona con quién compartía un almuerzo sin pretensiones. No hay rivalidad empero.
Sólo, vuelvo a repetir, re afirmación de los derechos de soberanía. Eso se nota.
Cómo se nota lo auténtico del lugar, totalmente despojado del mercantilismo turístico.
Para poder dar con un habitante, es necesario batir palmas en los caseríos de la zona.
Y así tener una visión de primera mano de este paraíso descontaminado.
Yo tuve la suerte de ser correspondido por Sebastian y Beatriz. Y en el interior de su hogar con vista al canal, compartir una sopa de mariscos y una centolla recién pescada.
No sólo eso, me despidió con la promesa de un róbalo asado para mi próxima visita.
Cómo se podrán imaginar, las excursiones programadas quedan ensombrecidas ante tamaña cuota de autenticidad.
Por citar algunas: el parque Nacional y el “tren del fin del Mundo”, la navegación en las islas del Canal y el faro, las excursiones de trekking en camionetas 4 x 4.
Todas ellas son una buena experiencia, para quien quiera realizarlas.
Pero nada se le compara, a acercarse al natural de la zona y trabar un diálogo de bueyes perdidos, aunque más no sea, para pasear nuestra petulancia de simples capitalinos.
En Tolhuin, en la famosa panadería “ La Unión “, al terminar mi desayuno fui al mostrador por dos panes más. “ Lleve nomás “, me dijo no queriéndome cobrar…
En las rutas los milicos te paran para darte un consejo del tipo: “ vaya todo el tiempo con las luces encendidas” o “cuidado con tal o cual curva”, no para sacarte guita. Insólito.
Ahora sí, no esperés wi-fi a cada esquina ni señal para tu móvil. A duras penas los conseguirás.
Los horarios son flexibles…Y se duerme la siesta se aclara.
La gastronomía es excelente, a precio dólar- euro…Pero dado que Ushuaia es además una ciudad de trabajadores, quien quiera mezclarse con el derrotero del lugareño podrá hacerlo sin culpa.
El rubro que queda atrás en mi reseña es el de los museos. Todos caros y con poco acervo.
Deberían encararlos como método de divulgación de la cultura fueguina y no cómo medio de recaudar dinero exclusivamente.
Por último, Ushuaia no es un destino exótico, pues su infraestructura así lo demuestra.
Es sí un destino, a contra marcha de las grandes rutas comerciales. Por ende, un destino al cual se llega por propia convicción, o por desgaste de los circuitos turísticos convencionales.
Es iluso pensar al poblador originario. Quererlo encontrar en el rostro de un atendiente de gasolinera, en una mucama de hotel o a la salida de un colegio secundario.
Es un esfuerzo inútil, que tiene más de nostalgia que de cierto, para nuestro conocimiento…

Esteban Silva


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