miércoles, 5 de diciembre de 2012

Agua adentro ( fábula )


La historia que refiero, tiene sus orígenes, en la génesis misma de una localidad.
Allá por la década del setenta, los sueños de un adelantado de la costa atlántica, veían sus frutos. Villa Gesell, se consolidaba como un balneario con características distintivas.
Una amplia franja de médanos atravesaba su geografía. En ellos, una extensa plantación de coníferas se extendía salvaje y planificada. Cuando la ciudad hubo crecido lo suficiente, dos remanentes de bosques intactos aún permanecían de salvaguarda en sus extremos. Eran parajes, sin centro cívico. Apenas casas aisladas que dependían del municipio. Más adelante, se constituirían en destacados balnearios boutiques.
Pero el partido, que engloba a la región es el de General Madariaga.
Una zona rural arrendataria, característica de la llanura pampeana. Cría de ganado, agricultura, productores locales de chacinados y quesos, miel, lo usual.
Para cuándo General Madariaga , llanura pampeana, se encuentra con el mar, el mundo es testigo de un espectáculo inusual para estas tierras.
Una pequeña zona de transición, transforma la tierra fértil en arenas sedimentarias.
El verde liso y llano de las pasturas, en ondas vagas y sinuosas que desembocan en el mar. La gramínea blanda de los campos ganaderos, a las colas de zorro que se prenden a los médanos.
Uno de estos capítulos, que el hacedor de las cosas escribió para el regocijo de los humanos, se dio en llamar: “ Mar de Las Pampas”.

Una tarde de enero, de esas en la que el sol parecería querer abrasar con todo vestigio de naturaleza, un grupo de vacas se encontraba deambulando por la región.
Aunque no lo parezca a simple vista, la manada tiene un tipo de organización verticalista digna de observación. La aparente desorganización, la falta de estímulo, y la desidia generalizada, puede cambiar repentinamente ante un mugido sólido de uno de sus componentes.
El problema de la vaca, es que delega mucho. Y en esa inacción por tomar las riendas, es que el hombre filtra sus designios, cooptando el vacío de poder.
Pero éste no era el caso.
El nutrido grupo de cuadrúpedos ( ciento setenta y ocho por caso ), se encontraban a las órdenes de una hembra Abeerden Angus de tres años de edad.
“ Lucrecia”, como se hacía llamar, tenía un mandato asegurado por dos años de edad cómo mínimo. Desde la temprana edad de seis meses, cuando la yerra, maldijo la manipulación violenta de la que era objeto, y se impuso cómo referente entre sus pares a la hora de un reclamo. Lucrecia era un espécimen común. De porte habitual enfundado en un traje oscuro de cuero negro.
Era esa cualidad, poco refractaria de los rayos solares, que ocupaba la mente de Lucrecia y de sus súbditos. La escasa sombra que proveían los carteles publicitarios junto a la ruta 11, se esfumaban de tarde, al verse perpendiculares a sol, en sentido oeste. El bañado al que estaban acostumbradas, se había secado por completo.
La única fuente de humedad posible, se encontraba a 7 km de distancia en el casco de la estancia. Eso, con el mayor de los empeños les insumiría el día entero a paso firme.
Dada la hora en que se encontraban ( las 3:00 Pm ), llegarían al tanque australiano por lo menos a la medianoche.
En un día común, esa sería una travesía habitual como tantos otros.
Pero este no era un día común. Por la mañana, había visto desfilar por el sendero que lleva a las casas, a tres camiones jaulas.
La hacienda, se hallaba esparcida en una amplia región del campo de 10000 ha.
Por eso Lucrecia había decidido llevar a su manada a los confines del establecimiento. La alambrada junto a la ruta inter-balnearia.
Ya podrían embarcar a otros contingentes no tan atentos a estas observaciones…

En ese momento, las preocupaciones eran otras . Cómo obtener al menos un tanto de sombra, que les permitiese emprender el éxodo necesario al atardecer.
En esos días de sol radiante, e único alivio, lo proporcionaban las esporádicas nubes que correteaban por el páramo. Alcanzar una de ella sería su objetivo.
Emprendieron la fatigosa marcha junto al alambrado. Distante doscientos metros por delante, se encontraba la reparadora sombra.
La alcanzaron justo cuando estaba por dislocarse. Al darse cuenta de lo esporádico del alivio, decidió acompañar a la nube solitaria.
Las demás, hicieron lo propio, ante las concisas ordenes de Lucrecia.
Cuando la nube transpuso el alambrado perimetral, las vacas forzaron la marcha y arremetieron contra la arbitraria cerca.
Cruzaron la ruta rápido, para no alertar al tránsito vehicular. Los primeros obstáculos comenzaban a aparecer. Extensas dunas de arena se extendían por delante.
Era un terreno al que no estaban acostumbradas. Sus pezuñas se hundían en aquel terreno blando carente de humedad. Pero un nuevo aliento las acompañaba.
Una extraña sensación de libertad nunca experimentada. Como que a cada paso dado por la geografía reciente, sus reflejos se expandían hasta para darles fuerzas.
Podían oler el agua cercana. Un esfuerzo más y estarían a tiro de un refrescante baño.
La última barrera parecía imposible de sortear. Una empinada cuesta de unos veinte metros de altura.
Del otro lado, podía oírse el rugir acompasado del agua.
Una a una, llegaron a la cima de la duna y se internaron en la playa.
Lucrecia intentó beber desesperada de ese manantial.
Le fue imposible. Las demás observaban a unos pasos con atención.
Entonces, torció el pescuezo hacia atrás y miró contemplativamente a su manada.
No hubo quejas ni reclamos.
Decidió marchar junto a sus pares “ agua adentro”, como quién atraviesa la costa de un río.

A la semana siguiente, los cuerpos sin vida de los voluminosos mamíferos, se encontraron costa abajo, en los márgenes de Mar Chiquita.
Nadie pudo develar entonces, los misteriosos sucesos aquí relatados…

Esteban Silva



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