lunes, 10 de septiembre de 2012

Treinta y tres millones de palabras



Para el año 2037, un concilio de naciones influyentes tomo una determinación radical.
Limitar el uso de la palabra en los humanos de forma general. Para tal cometido, harían uso de la nano-ciencia vigente. Una campaña de vacunación masiva se emprendió a partir de entonces en forma ordenada, en infantes de seis años de edad.
El truco en cuestión, era liberar un contador en el corriente sanguíneo que al cabo de un tiempo determinado producía una disfemia tónica irreversible. ( Interrupción del habla).
En el caso que la persona inoculada, ejercitase de manera excesiva el aparato fonador, acortaría el lapso de ventana permitido hasta la disfemia tónica total inducida.
En el caso de las personas adultas aplicarían un índice compensatorio.
Una compleja tomografía computada de las cuerdas vocales, otorgaba un código de evaluación. Pero había excepciones.
El concilio de sabios regentes, había decidido preservar ciertos grupos de humanos de la mudez programada. El primer grupo, era el de los filósofos.
Disueltos todos los dogmas y creencias, este grupo conformaba la mayor parte de los gobernantes sobre la tierra. El segundo grupo, era el de la ciencia aplicada y tecnologías. En general ,científicos de campo en investigaciones para el desarrollo humano. Un último grupo reunía a los exploradores espaciales y operadores de comunicación.
El objetivo de tal medida, tenía por fin producir una transformación esencial de la conducta humana. Relevada por décadas, humanistas de las más diversas creencias habían llegado a la conclusión que el mal que aquejaba a la humanidad era inherente a su condición intrínseca. El habla, que engendra al ego.
Era de suponer entonces, que si la humanidad dispusiese de un número limitado de palabras a emplear, meditaría razonablemente en el uso de ellas.
Tal condición, modificaría de pleno el concurso de las relaciones humanas, tornando al ser a la introspección , al él evalúo constante de la palabra emitida, a la consideración de lo justo y necesario a ser transmitido.

Esencialmente, el argumento era de una lógica indestructible. Pensado para coartar el habla en un estimado de treinta y tres millones de palabras, o en un tiempo previsto que iba de los treinta a cuarenta años de edad de un adulto promedio.
Esta acción de uso discriminado tenía por objetivo varias razones.
El principal sin duda era bajar el índice demográfico mundial. Cómo segundo interés, estaba desarticular cualquier conflicto bélico o de intermediación.
Una llamada que promueva los recursos ascéticos de recogimiento, silencio y sumisión.
En quince o veinte años, se verían los primeros resultados de aquellos “ adelantados”…


2066 de la era actual. El concilio de regentes se reúne en sesión extraordinaria para evaluar el curso de la “ operación silencio”.
Uno de los primeros relevamientos hechos por el consejo observa que aún conservan el habla un diez por cientos de los adultos inoculados.
Sin duda, en las últimas décadas se habían valido de los recursos disponibles para medir la emisión de palabras. Muchas personas circulaban en la década del 40´y 50´ con dispositivos que emitían preguntas y repuestas pre grabadas. Con este artilugio, lograban mermar de forma sensible, el caudal de palabras a pronunciar.
Como era de suponer, las mujeres cómo grupo, fueron las primeras afectadas. Un cincuenta por ciento de ellas no había alcanzado los treinta años de edad con habla.
El caso de los hombres era distinto. Más afectados a tareas de automatización o control, no necesitaban del uso intenso del aparato fonador.
Pero al termino previsto de la “ operación”, sólo una porción mayor de ellos conservaba la palabra audible.
Compulsivamente, el grueso de la población se volcó al uso de las pantallas digitales u holográficas para expresarse. Algunos arriesgaron con la lectura labial y el uso de señas empleado en el lenguaje de los sordomudos.
El cambio de humor era notable.
Lejos de la irascibilidad pronunciada en la era de la “ libertad de hablar”, ahora el clima era de una ordenada paz. Las reuniones multitudinarias de espectáculos o congregaciones se caracterizaban por la poca intervención del público.
En ocasiones, uno podía maravillarse estupefacto del sonido de los pájaros al volar en un estadio de fútbol repleto. Las obras de teatro o el cine, eran mímicas con el agregado del guión audible. Las calles céntricas rebosaban de calma . Los únicos sonidos eran el de los zapatos al transitar , la toz o un esporádico estornudo.
La gente respondía sólo con interjecciones a una larga lista de opciones secuenciadas de su ordenador. Los más hábiles, conseguían guiar una interface neuronal que activaba las respuestas en un dispositivo audible. Pero la falta de la entonación requerida, tornaba toda conversación en un mecanizado diálogo de robots.
A tal punto, que después de un tiempo muchos, le hubieron desestimado.

La tensa calma que sobrevivía a la sociedad tenía su contracara.
El individuo recluido en la soledad de su hogar experimentaba una creciente depresión.
Muchas personas solas, al coartadas de canalizar la oralidad cómo vía de escape a sus cuestiones mundanas se aislaban hasta su completa desaparición. La mayoría se suicidaba en un completo silencio.
Los padres mayores de cuarenta años, normalmente eran víctimas de la opresión verbal de sus hijos. Surgió entonces un nuevo paradigma.
Ya no se tenía un control total sobre la descendencia, sino que los hijos alertados por la “ operación silencio” obrarían de forma independiente en su formación.

De todo el remanente de humanos sin habla, sólo los ascetas y los pensadores se encontraban indemnes. En mi calidad de escritor de crónicas, yo me incluía en uno de ellos. Las personas que organizaban su discurso en la espontaneidad caótica de la lengua, sucumbían a los embates agónicos de la restricción.

Una nueva humanidad está en vías de formación. Un lugar dónde impera la retórica, la fina ironía, el debate argumentativo. Un lugar dónde las voces estentóreas no tienen asilo.
Una nueva Grecia.

Esteban Silva



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